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Los microrrelatos de SUR del sábado 15 de agosto

Los microrrelatos de SUR del sábado 15 de agosto

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Viernes, 14 de agosto 2020, 23:53

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Pablo Reina

Esperanza desesperada

Las olas se agrandaban. La tempestad empeoraba. A nuestro pequeño velero no le quedaba mucho. Mi hermano y yo poníamos todas nuestras fuerzas para salvar lo poco que quedaba de la embarcación. A más de un kilómetro de la costa, apenas se veía algo con la gruesa niebla que nos rodeaba. La lluvia caía fuertemente sobre nuestros rostros, en los que se dibujaban desesperación. Estábamos a poco de sucumbir, pero no perdíamos la esperanza. De pronto, otra gran ola rompe delante de nosotros. Yo consigo mantenerme, pero mi hermano resbala. Sin poder evitarlo, cae al mar. Le alargo la mano, la agarra con fuerza, pero flaquea. Finalmente, desaparece entre las olas y la niebla. Me quedaba solo ante el peligro.

Claudia van der Pool Abá

Ella

El aire gélido azotaba mi rostro como si quisiera devolverme el dolor que yo le hice al tiempo. Ella, la silueta perfectamente moldeada que estaba sentada al lado mía, mirando como los pájaros picoteaban el suelo intentando buscar migajas de pan. Ella, la mujer que siempre estuvo conmigo. Ella, la enferma que tomo su último respiro sin tener nadie a su lado. Ella, la tortura con la que cada mañana despierto con un gran puñal en el pecho. La perdí, y ahora el tiempo quiere devolverme aquel dolor, haciendo que aquella silueta perfectamente moldeada que está a mi lado, se esfume dejando un rastro de gran pesar.

J.A. Galera

Silencio

Escribo al Silencio, donde sólo el eco de mis pensamientos tendría respuesta, si fuese sonora.

Es la Virtud de poseer el infinito; ya que no es otra cosa que saber escuchar en el tiempo.

Gonzalo Ruiz

Un día cualquiera

Empezó un día cualquiera, como la vida o la muerte. El accidente le cambió la vida le enseñó la muerte. Se agarró a la vida con la sonrisa fuerte, la esperanza intacta y el amor de siempre.

Al día siguiente abrió los ojos y estaba vivo. Estaban todos.

Y preguntó.

¿Cuando puedo irme a casa?

Lola Acosta

Naturaleza muerta

Crecí bajo la sombra de un algarrobo. Construyendo castillos de arena.

Caminando en el monte dorado. Más tarde, libré mis propias batallas.

Libertad y amor. Es triste sentirse atrapaba entre decibelios y perritos calientes.

De niña coleccionaba tarjetas postales, con paisajes idílicos que pegaba en un álbum. Hoy, en el ordenador, busco auroras boreales y escribo palabras.

A la sombra del tiempo.

Eduardo Calderón

Tocado

Nuestro camarote se hallaba al final de la cubierta, hacia el que, muy atento, nos condujo el mozo de equipajes.

Lo cierto es que costó lo suyo convencer a papá para emprender este crucero. Aquellos jamacucos que achacábamos a los quebraderos de sus negocios, la administración de la hacienda y tanto sobresalto bursátil, no le parecían suficientes toques de atención a su ya quebrantada salud. «Necesita usted unas vacaciones como el comer, don Gregorio», le persuadió, por fin, nuestro médico y amigo de la familia.

La habitación era muy acogedora y con vistas a estribor. El mozo recibió una generosa propina que agradeció con una reverencia y deseándonos una «feliz travesía en el Titanic» antes de retirarse.

Rafael Badillo

Pasión de los débiles

El viajero se quedó pensativo al observar el sobre con detenimiento. Recordaba como en otro tiempo le había resultado grato abrirlo y desvelar qué misiva encontraría; quizás la del primer amor o la del reclutamiento, puede que la del secreto que guarda un tesoro o quien sabe si la fórmula para averiguar el verdadero peso del alma. Allí, entre lágrimas, se enfrentaba al destino de su propia existencia finita y de valor incalculable, hasta que sintió en su espalda un cosquilleo que lo sacó de su ensimismamiento, presintiendo que estaba sufriendo la pasión de los débiles. Solo escuchó un clic y poco más; pareció desvanecerse, pero ya le daba igual. Se encontraba en Orión, a solo dos mil años luz de Tannhauser.

Hasta entonces la vida solo le ofreció la oportunidad de convertirse en cualquiera porque siempre creyó que no era nadie.

Celia Ortiz

Camino machadiano

Caminante, son tus huellas el camino. Caminante, no hay camino, se hace al andar. Alex recordaba a sus doce años las palabras de su padre, tan devoto de Antonio Machado, alentadoras para comenzar la vida. Hacía mucho frío, y las palabras se volvían imperceptibles, como si se las hubiera dicho en otra vida. El camino estaba oscuro, y cayó muerto de hambre en el suelo. Nadie pasó por allí. Volvió a oír las palabras y se quedó dormido. Soñó que podía llegar al final del camino, donde comenzaba su vida.

Lucía Márquez

Verde esperanza

Una nueva mirada brillaba a las puertas de lo que, para aquel pequeño, se asemejaba al cielo. Un momento cualquiera para todos los allí presentes, excepto para aquel niño que se resguardaba bajo el marco de la puerta boquiabierto y tembloroso. Le ofrecieron el único pupitre libre, la primera fila a la derecha, justo al lado de aquella mujer de sonrisa ligera que, con un delicado gesto, le secó las gotas que recorrían sus morenas mejillas.

Desconcertado ante tanto color verde por doquier, sacó de su mochila el único material que su madre le había podido comprar mientras balbuceaba la frase de aquella camiseta: Escuela pública de todos y para todos.

No llegó un día casual, sino cuando se defendía la importancia de la escuela pública para que, entre muchas otras razones, niños como él, y muchos otros, tengan la oportunidad de recibir una educación libre y digna.

Marisol Rodríguez

Eternidad

La noche avanza con su callada quietud. Me sumerjo en el silencio de este escenario; teatro de conjuro y horrores, donde las ánimas vagan errantes con la palidez de sus cuerpos etéreos, en el que los vacíos recuerdos detuvieron sus frías palabras. En medio de esta soledad, veo a los cipreses bailar al son de un viento grosero y la niebla empieza a cubrir el cielo con su fina capa de locura.

El tiempo pasa deprisa en esta decrépita morada y una vez más, atravieso el bosque de negra espesura donde un día nos dijimos adiós. Un paso estrecho y furtivo me conduce al hueco donde reposan los restos que un día fui. Ahora vuelvo a mi cárcel de lodo, esperando la tibia brisa de tu amor que se perdió en el olvido. Quizás mañana la encuentre, cuando vuelva la noche y con ella libere de nuevo mi sueño eterno.

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