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Julio Llamazares habla de 'Las rosas del sur', segundo y último tomo de la historia de las catedrales españolas. Efe
«Es más fácil ver a un japonés que a un cura en una catedral»

«Es más fácil ver a un japonés que a un cura en una catedral»

Julio Llamazares concluye su periplo literario por las 75 seos españolas con 'Las rosas del sur', su nuevo libro de viajes, segunda parte de 'Las rosas de piedra'. «Los templos son las cajas negras de nuestra historia», dice el autor leonés

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Jueves, 20 de septiembre 2018, 00:12

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No ha visto a «ningún dios» en su exhaustivo recorrido por las 75 catedrales españolas. De Compostela a Tenerife, de Barcelona a Cádiz, de Tortosa a Sevilla, Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) ha consumido dieciséis años y más de veinte mil kilómetros para visitar todas y cada una de las seos españolas. «Son las cajas negras de nuestra historia» y «un espejo de nuestro presente», asegura el poeta, escritor y viajero que se impuso la titánica labor de visitar todos los templos e indagar a su través «en nuestra manera de ser». Además de un portentoso libro de viajes, el resultado es un ensayo sociológico y cultural que muestra cómo «hemos convertido España en un parque temático» y cómo ahora «tenemos más dinero y menos educación». 

De seo en seo, ha constatado la pervivencia de las dos Españas, aunque «muy distintas» a las que se refirió Machado en sus versos. «Está la España periférica y la interior; la creciente y la menguante, y no se trasvasan recursos de la una a la otra», asegura el escritor leonés tras recorrer «la España vacía y la despilfarradora». Está feliz por haber concluido con 'Las rosas del sur' (Alfaguara) una «aventura catedralicia» iniciada en 2001 en Galicia y cuya primera entrega fue 'Las rosas de piedra'. Ambos tomos suman 1.200 páginas en las que radiografía los 75 templos y su entorno; a las gentes y ciudades donde se alzan estos maravillosos «sueños de piedra» góticos, románicos, barrocos y hasta 'kitsch', como el que Justo Gallego construye en Mejorada del Campo desde hace medio siglo y que ha incluido en el libro. Reitera que «no es una guía artística o arquitectónica» y sí «un viaje a la médula de un país que es una suma de países».

«Si no he visto a Dios quizá sea porque las catedrales están muriendo religiosa y sociológicamente, perdiendo su esencia y su alma, quedándose en el cascarón y convirtiéndose en museos», insiste irónico. «Aun así, son el espejo de nuestra manera de ser, de nuestros cambios; unos hojaldres milenarios con capas y capas de arte y de vida que se superponen y encierran nuestra historia, nuestros anhelos y nuestra manera de ser y de entender la vida».

Sobre el lenguaje. «Se evita decir español para no pasar por facha»

«Lo de todas y todos, trabajadoras y trabajadores, ciudadanas y ciudadanos, es ridículo». Lo dice Llamazares un tanto harto de lo que para muchos es una «batalla» por la igualdad y el lenguaje inclusivo. Cree que hay «mucha ideología oculta» y «mucho fundamentalismo» en un lenguaje que nos juega malas pasadas. «Se evita decir español para no pasar por facha, o súbdito para no aludir al sometimiento, y preferimos hablar de ciudadanos, lo que excluye al 30% de los que no viven en ciudades». Sin que sirva de precedente está de acuerdo con los guardianes de la lengua, con quienes no compartirá sillón en la RAE. «Te lo tienen que ofrecer y tienes que querer, y eso no se va a dar».

Escudriñando esas capas, testimonia Llamazares cómo hemos cambiado. Y el resultado le inquieta. En estos 17 años ha visto cómo «la España rica se ha convertido en un parque temático». «El turismo es el vellocino de oro y las catedrales se han gentrificado –palabra tan odiosa como certera–, como los barrios y las ciudades que las acogen», se lamenta. «Los mercaderes del templo son ahora los obispos y los cabildos, y sería a ellos a quienes Jesucristo expulsaría del templo a latigazos», dice sarcástico. «Las catedrales son hoy negocios que hay que rentabilizar como sea», sostiene. Y para ello «vale casi todo, desde dificultar el acceso mediante el pago, a limitar el culto y poner las misas a las ocho de la mañana». «Es más fácil ver a un japonés que a un cura en una catedral», apunta tras haber recorrido todas cuantas se alzan en España.

Atlas catedralicio

El mismo turismo que genera riqueza «ha acabado con el romanticismo del viaje. Con aquella idea de Rimbaud de que el viajero es el que parte por partir», ilustra Llamazares tras concluir su «ambicioso, divertido y enriquecedor» atlas catedralicio. «Como siempre, me impulsa el deseo de escribir el libro que me gustaría leer», se ufana el autor de 'La lluvia amarilla'. «La esencia del viaje es el azar, la sorpresa y el deslumbramiento y eso se acaba cuando se convierte en una industria». «El turista viaja por consumismo, por ostentación o por moda y sabe perfectamente lo que va a ver antes de salir de casa». En su periplo ha constatado Llamazares que «tenemos más dinero y menos educación». «La cultura es lo que te queda después de lo que has aprendido y ese patrimonio personal y colectivo es cada vez más pequeño y tan menguante como esa 'España vacía' a la que Sergio del Molino acertó a bautizar».

¿Cuáles son las catedrales del siglo XX? «La cosa está entre los estadios de fútbol, los nuevos museos, los rascacielos y bodegas con arquitectos estrella y los suntuosos centros comerciales, ya que el consumo, el espectáculo y el hedonismo gastronómico son las nuevas religiones», asegura el escritor. «No en vano, se conoce al Guggenheim de Bilbao como la catedral de titanio y es el hito de la ciudad. Lo mismo ocurre con el nuevo San Mamés. Si preguntas por ellos cualquiera en Bilbao te dirá dónde están, pero quizá no sepan decirte nada sobre la catedral de Santiago que está en el Casco Viejo», plantea.

No se tiene Llamazares por el último viajero, pero casi. Tiene conciencia de pertenecer a una especie en extinción. «Ser viajero no es un mérito ni algo de lo que presumir, y además a menudo me comporto como un turista», admite. Pero como viajero sigue a rajatabla un lema que el autor de 'Trás-os-Montes' aprendió en los pasos a nivel de los ferrocarriles portugueses: «Pare, escuche y mire». «Encierra los tres mandamientos del viajero y supera a las prosaicas señales españolas que solo dicen 'atención al tren'».

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