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Roca, en el Hotel Silken de Málaga. Migue Fernández
Elvira Roca: «El nacionalismo catalán no tolera tres días de silencio mediático: languidece»

Elvira Roca: «El nacionalismo catalán no tolera tres días de silencio mediático: languidece»

La ensayista malagueña revisa el relato histórico español en su nuevo libro y se rebela contra los «reformistas de salón» que critican el país

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Domingo, 20 de octubre 2019

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Su anterior ensayo, 'Imperiofobia y leyenda negra', alcanzó en primavera los más de 100.000 ejemplares vendidos, convirtiéndose en uno de los grandes fenómenos editoriales de los últimos años. Ahora Elvira Roca regresa a las librerías con 'Fracasología. España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días', reconocido con el Premio Espasa, para romper con conceptos históricamente asociados a España, como la decadencia, la anomalía o la excepcionalidad, tópicos que en su opinión afianzaron la hispanofobia. Esas ideas, explica, están detrás de la relación conflictiva de buena parte de los intelectuales españoles con su propio país.

–¿Cuáles son los principales errores de eso que ahora llaman insistentemente «relato histórico»?

–No son tantos errores como desenfoques en la forma de plantear la narración, donde se han destacado unos hechos y se han ocultado otros. Por ejemplo, hay muchos historiadores que desde hace tiempo saben que la Inquisición no fue ese monstruo que ha pasado a la cultura popular, pero el relato histórico sobre aquella época no ha variado. Hemos estudiado una versión de la historia de España que es la peor posible porque fue construida por las naciones que rodeaban España y luchaban contra su hegemonía. Rafael Altamira, el primero que definió la hispanofobia, explica que la leyenda negra era una herramienta de guerra que pasó a la literatura y después a la historia. A partir de ahí se solidificó en una determinada versión. Le pongo otro ejemplo: la magnificación de la importancia de la llamada Armada Invencible. Fue una batalla que apenas tuvo relevancia, pero lo que la mayoría de españoles sabe de la Armada es que fue una especie de catástrofe de la que el imperio español no se repuso jamás. Ese fue el relato inglés de ese hecho, relato que hemos copiado.

–Por no dejar flecos: Si la Inquisición no fue ese monstruo que creemos, como dice, ¿qué fue?

–Un fenómeno de intolerancia religiosa. Hay que poner las cosas en su sitio: la tolerancia religiosa aún no se había inventado. Todo el mundo era intolerante. Los católicos no toleraban a los protestantes, pero los protestantes tampoco toleraban a los católicos. Y las sectas protestantes tampoco se toleraban entre ellas. En ese contexto, la Inquisición fue una institución que, aparte de entender los delitos contra la fe, también tenía bajo su competencia delitos que lo siguen siendo ahora, como la pederastia, las violaciones o las falsificaciones de documentos y monedas. Se ocupaba de que no hubiera desviaciones religiosas según la doctrina religiosa...

–Y de qué modo.

–Del modo de su época. No había otra cosa. Usted no puede considerar que unas personas en el siglo XVI o XVII eran un horror porque daban latigazos; es que se daban latigazos aquí y en Upsala. Era un modo de castigar perfectamente aceptado. Si la Inquisición se caracterizó por algo, fue por su suavidad. La tortura estaba muy reglamentada y jamás utilizó instrumentos, cosa que era frecuente.

–¿Cometemos el error de juzgar el pasado desde el presente?

–Sobre todo cometemos el error de juzgar la historia de España desde el presente. Es un juicio que comenzó hace mucho tiempo y tiene un componente clarísimo de eso que he llamado imperiofobia, una especie de aversión generalizada a los imperios, como si todo desarrollo histórico vinculado a un imperio tuviera que ser necesariamente malo, y eso es algo que está por demostrar. En el caso de España, hay que entender que el imperio fue más grande y duró más tiempo, de modo que hubo una hispanofobia construida como herramienta de guerra en su contra. Cuando desapareció el imperio, ese argumentario ya se había solidificado. En España se dejó de escribir Historia en el siglo XVIII, como intento explicar en el nuevo ensayo, y cuando volvió a escribirse, ya en el siglo XIX, se acudió a la bibliografía disponible en inglés y francés para copiar ese relato.

–Uno de los objetivos del libro parece ser disociar España de las ideas de excepcionalidad y decadencia.

–El relato de la decadencia perpetua no se sostiene, por pura lógica: uno puede estar en decadencia un tiempo, pero no siempre. Quienes empezaron a hablar de decadencia, después de la época imperial, eran enemigos de España. Pero ese relato se absorbió en nuestro propio país. Nunca se habla de decadencia en relación con la historia de Francia o Inglaterra pese a que han pasado por fatigas terribles.

–¿Por qué funcionó tan bien la propaganda francesa?

–Es una genialidad que hay que achacar a la inteligencia de Luis XIV y sus ministros. Su nacionalización de la cultura es un invento colosal. Y ha permanecido en el tiempo: Francia ha pasado por guerras y catástrofes pero siempre siempre se rehace rápidamente porque es capaz de reescribir el relato que de esos hechos gravísimos fabrican sus intelectuales. Fíjese en la fantástica operación de maquillaje que desarrollaron en la Segunda Guerra Mundial. Francia hubiese ganado en cualquier caso porque estaba con los alemanes y con los aliados. Han mantenido un relato de resistencia, cuando la realidad es que los alemanes se plantaron en tres días en París y que hubo que sacar a los franceses de ese atolladero. Pero lograron sentarse en la mesa de los vencedores. Los historiadores e intelectuales franceses no se han dedicado a estar todo el santo día hurgando en el lado nazi de la historia de Francia.

–Aceptando su tesis, ¿qué cree que ha influido más en la fracasología de España: la necesidad de simplificar el discurso o la cercanía histórica de la Guerra Civil y la dictadura?

–Esto está construido desde mucho antes. Es un fenómeno transversal, el resultado de haber copiado la narración histórica escrita para España en otras lenguas pero también de haber encontrado cierto placer morboso en el desastre. Larra lo explicaba bien: el hecho de estar constantemente criticando a tu país parece que significa que eres mejor que tu país y que no tienes culpa de nada porque perteneces a una élite excepcional que se pasa la vida denunciando todo lo que va mal. Es una forma de heroísmo gratuito.

–¿Y rentable?

–Extraordinariamente rentable. Y además no cuesta nada: sólo hablar.

–¿Cómo se practica ahora?

–Igual que hace cincuenta años. Es una fórmula que existe desde hace tiempo y que en España cuajó con el reformismo de la nueva dinastía a partir de la llegada de Felipe V.

–Pero supongo que va adaptándose. No me diga que es igual ahora, después de la llegada de las nuevas tecnologías y las redes sociales, que el siglo pasado...

–No me pregunte de Internet porque procuro tener la menor cantidad de vida virtual posible. El sistema sólo cambia de medios, pero sigue siendo el mismo y funciona con la misma rentabilidad. El culto al reformismo fabricado en el siglo XVIII parte de la base de que el país está mal estructurado. Eso es el casticismo. Es un planteamiento racista. A partir de ahí las élites estuvieron décadas poniéndole velas al reformismo, un reformismo generalmente de salón que ni siquiera detalla las reformas. Son clichés aceptados en nuestra opinión pública. Los decimos de forma automática porque son parte de las palabras sagradas que tienen buena prensa.

–¿Tenemos entonces problemas de autoestima nacional?

–Solo afecta a una franja social. El resto tiene una relación normal con su país. La hispanofobia y los argumentos de la leyenda negra se absorben conforme se avanza en los estudios, porque es algo que se aprende en los libros. No está en la realidad. La gente corriente, que se levanta a las siete de la mañana para trabajar y saca la bandera cuando juega su país, tiene una relación completamente normal con España. Son las élites las que tienen todos esos complejos adquiridos, en parte por el deseo de mimetizarse con las élites francesas, algo que se amplió luego con la germanización. Se ha construido una mitología de Europa como un lugar extraordinario. El intelectual intenta homologarse copiando el discurso del vecino, hasta el punto de que en tiempo de Franco vendimos España con el lema «Spain is different».

–Mójese: ¿qué intelectuales forman parte de esas élites en la actualidad?

–Juan Goytisolo es un ejemplo claro del complejo francés, de pasarse la vida denunciando una España atávica y por otra parte buscando una España mora... Todos esos estereotipos fabricados con los mimbres de la anomalía y la excepcionalidad fueron adobados por una parte grande de nuestra intelectualidad. El mito del moro español y Al-Ándalus fue un invento de los generales africanistas para justificar la presencia de España en el norte de África a partir de O'Donnell.

–Si no ha sido un fracaso, viendo la situación actual, parece complicado aceptar que la historia de España haya sido un éxito...

–Es que mientras está uno vivo, la vida no es un éxito ni un fracaso. Ahora Reino Unido pasa por grandes fatigas. Y ya mantuvo una guerra constante en tiempo de las rebeliones jacobitas, sufrió deportaciones masivas de población en Escocia, una guerra en Irlanda que ha durado hasta hace cinco minutos... ¿Considera la historia de Gran Bretaña un fracaso?

–Quería hablar de Cataluña.

–Es que no me gusta hablar de Cataluña. Ya hablamos demasiado de Cataluña. Le prestamos una atención morbosa. Los medios contribuyen a empeorar la situación de una manera irresponsable. Si hay dos contenedores quemados, parece que hay doscientos mil. Hay una tendencia a la escandalera. Debemos darle un voto de confianza al Gobierno y esperar a que las instituciones funcionen... Estar todo el día arrimando teas a la hoguera no creo que contribuya a pacificar la situación.

–Habla de los medios, pero hay partidos que reclaman la aplicación del artículo 155 e incluso la declaración del estado de excepción. No parece que la atención mediática sea gratuita o innecesaria.

–No hablo de este momento en concreto, sino de la atención morbosa que se le ha dado a este asunto desde hace décadas. Se ha permitido que esta gente, que no representa nada más que a una minoría de este país, se convierta en los árbitros de cada mañana en los programas de radio con que los españoles se despiertan: lo primero era la noticia del nacionalista de turno, su exabrupto... Ellos mismos se han acostumbrado a esa atención, como niños malcriados. Hubiera estado bien, por parte de los medios, atenuar un poco las cosas. Este momento concreto es el resultado de mil cosas, pero hablo de la forma en que esto se ha tratado durante años: lo primero del día era la tontería de Pujol o de cualquier lehendakari.

–¿Se ha alimentado al monstruo?

–Sí, y lo peor es que está acostumbrado a unas cantidades de alimento mediático que intenta mantener como sea. No tolera tres días de silencio porque se siente enfermo, languidece.

–¿Qué opina de la exhumación de los restos de Franco?

–En la Transición se hicieron una serie de pactos que dieron estabilidad a este país durante décadas. Si esos pactos dejan de servir, hay que volver a pactar. Eso es lo verdaderamente importante ahora mismo: que los grandes partidos consensúen una estabilidad institucional. Con Franco van a hacer lo que él quería; tiene gracia que venga un gobierno socialista a obedecer la voluntad del dictador cuarenta años después. Hay fuerzas que están avivando la confrontación pública con asuntos que estaban muertos y se enterraron en la Transición.

–¿Como cuáles?

–Los españoles se mataron y se perdonaron. La gente que estuvo allí llevó aquello de una determinada manera, nos dejaron un legado de consenso, un espíritu de concordia. Romperlo es una irresponsabilidad.

–Habla de la necesidad de alcanzar grandes acuerdos, pero los partidos parecen estar más cerca de tirarse los trastos a la cabeza que de sentarse en la misma mesa.

–Creo que gran parte de la confrontación es artificial.

–¿Electoralista?

–Totalmente. Como en todos los procesos de escandalera, el exabrupto de hoy tiene que ser superado por el exabrupto de mañana o ya no llamará la atención. Es una espiral de violencia, de tensión. Es importante que las fuerzas políticas españolas recuperen ese espíritu de consenso. Si no, lo pagaremos antes o después.

–¿Nos hemos aficionado a eso que usted llama escandalera?

–Estamos todo el día jugando a la escandalera, olvidando que a veces tanto va el cántaro a la fuente que acaba rompiéndose, aunque no creo que pase nada grave. No soy pesimista. Toda Europa occidental está en un período de enorme inestabilidad. Sobre eso falta un análisis serio, pero hemos elegido no preguntarnos a qué se debe esta resurrección de las ideologías totalitarias. Pensamos que las tensiones de los nacionalismos balcanizantes sólo ocurren en España, pero no es cierto: suceden en más sitios, con distintos grados de intensidad. Es un problema paneuropeo.

–¿Sufrimos entonces un problema de ombliguismo?

–No creo que sea un problema de ombliguismo. ¿Qué ha cambiado?, ¿tiene que ver con que Occidente ha perdido su hegemonía frente a Asia? Esto jamás había ocurrido: nunca habíamos ido camino del furgón de cola, adelantados por los asiáticos. Y en quince años aparecen los chinos y le pegan un vuelco a esto... ¿Tiene algo que ver ese desconcierto con el auge de los nacionalismos y su huida hacia el pasado? Porque en definitiva el nacionalismo y los totalitarismos no son más que huidas hacia el pasado: quieren recuperar un orden político superado por la democracia.

–¿Entre esos nacionalismos incluye el nacionalismo español?

–No creo que exista un nacionalismo español. Existe el patriotismo. El nacionalismo se distingue del patriotismo en que no es confrontativo. No genera un enemigo para enfrentarse a él, sino que se afirma positivamente en lo suyo: «Me gusta lo mío».

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