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Retrato del escritor francés Émile Zola.
Zola: corazón de novelista, bolsillo de cuentista

Zola: corazón de novelista, bolsillo de cuentista

La editorial Páginas de Espuma reúne de la mano del traductor Mauro Armiño los relatos cortos del autor de 'Germinal'

Álvaro Soto

Martes, 18 de abril 2017, 20:36

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Los escritores franceses del siglo XIX sabían que las novelas les podían dar la gloria literaria, pero necesitaban los cuentos para llevar la comida a la mesa. Apoyado en una prensa que vendía millones de ejemplares, el género breve enganchó a los lectores y convirtió en celebridades a Balzac, Dumas, Flaubert, George Sand o Maupassant. Y también a Émile Zola. La editorial Páginas de Espuma reúne por primera vez en España todos los relatos cortos del autor galo de la mano del prestigioso traductor Mauro Armiño, dos veces Premio Nacional de Traducción y experto en la literatura francesa del XIX. Dividida en cinco apartados, el volumen, de casi 1.000 páginas, reúne 60 cuentos.

Zola (1840-1902) comenzó a escribir relatos en 1859 y solo dejó el género alrededor de 1890, apenas una década antes de su muerte, cuando se centró en las novelas por las que ha pasado a la historia. Armiño divide la producción breve del autor francés en tres grupos: los cuentos 'negros' (trágicos), los 'rosas' (más amables) y los más periodísticos, en los que se mezcla el cuento y la crónica. Su incursión en la opinión política le causó no pocos problemas, sobre todo en 1872, cuando un artículo irónico contra el Gobierno publicado en la prensa de París le llevó al ostracismo durante tres años, hasta que la revista rusa 'El mensajero de Europa' lo rescató en 1875, con doce novelas cortas que recoge en los volúmenes 'El capitán Burle' y 'Näis Micoulin', cada uno con seis relatos.

El dramatismo, los trágicos destinos y la participación en la guerra franco-prusiana o en la Comuna de París son algunos de los rasgos que comparten los personajes masculinos, mientras que los femeninos son retratados en muchas ocasiones como manipuladores. En general, el autor se centra en la vida de la burguesía de la ciudad, aunque hace incursiones en la situación de los proletarios. Y eso sí, siempre con una voluntad de estilo, la claridad. «Toda la literatura francesa del siglo XIX se hace gracias al periodismo y si no se entienden cinco palabras, el texto no se publica, así que el lenguaje debe adaptarse a un lector culto, pero no cultísimo», subraya el traductor.

«Los cuentos nos enseñan facetas de Zola diferentes. Nos hablan de su parte periodística, de su gusto por el detalle y de una manera original de describir a los personajes», explica Armiño, que destaca 'Por una noche de amor', publicado en 1877 en L'Echo Universal e inspirado en Casanova como el mejor relato del escritor.

Zola fue el gran maestro de la literatura naturalista. En sus novelas los personajes están regidos por las «leyes de la herencia», una especie de destino fatal que les marca desde la cuna hasta la sepultura. En los cuentos su visión es más abierta, menos determinista. «Aquí no se cumplen exactamente estas leyes e incluso en los últimos relatos hay un intento de psicoanalizar a los personajes», asevera Armiño.

Pero al autor de 'Thérèse Raquin' y 'Nana' se le recordará sobre todo por el 'Yo acuso' en el 'caso Dreyfuss', en 1898, su alegato a favor del militar de origen judío acusado sin pruebas de traición y rehabilitado en 1905, ya tras la muerte del escritor. Aquel texto que desnudaba el antisemitismo de la sociedad francesa lo convirtió en un héroe político «por accidente»: fue encarcelado y luego se marchó al exilio de Londres. «El suceso no repercutió en su escritura ni le alteró en el plano literario, hay que pensar que escribió 4.000 páginas siempre en el mismo registro. Pero se convirtió en una gloria nacional y ganó mucho dinero y fama», destaca Armiño.

La muerte de Zola, intoxicado por el monóxido de carbono de su chimenea, fue vista como un asesinato, una conspiración de aquellos que habían sido fustigados por su pluma. Su entierro fue multitudinario: 50.000 personas salieron a la calle a despedirle y los mineros que había retratado en sus obras llevaron flores a su tumba gritando «Germinal, Germinal», como el nombre de su novela más conocida. Pero literariamente, Zola no dejó herederos. Tras su novela realista, cuenta Mauro Armiño, llegó la nueva novela, más literaria. Tampoco en España. «De hecho», bromea el traductor, «Zola se escandalizaba de que aquí la escritora naturalista fuera Emilia Pardo Bazán, ¡tan católica!».

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