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Magia de Oz

maría teresa lezcano

Viernes, 9 de octubre 2015, 14:29

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«Nací y crecí en un piso muy pequeño, de techos bajos y unos treinta metros cuadrados: mis padres dormían en un sofá cama que ocupaba su habitación de pared a pared cuando lo abrían por las noches. Por la mañana temprano plegaban el sofá sobre sí mismo, escondían la ropa de cama en la oscuridad del cajón de abajo, daban la vuelta al colchón, cerraban, empujaban, lo cubrían con una funda gris clara y nos cuantos cojines bordados de estilo oriental. Así pues, su habitación servía de dormitorio, estudio, biblioteca, comedor y salón». De este modo comienza la autobiografía de Amos Oz, y si el hogar del escritor israelí era reducido en metros cuadrados, no sucedía lo mismo con la geografía intelectual de su entorno: su madre, originaria de Rovna, en Polonia, había estudiado en la universidad de Praga ya que en Polonia las mujeres judías tenían prohibido el acceso a la universidad y, si bien Fania Mussman soñaba en yiddish, hablaba cinco lenguas y leía ocho, y su padre, quien también conversaba con Morfeo en yiddish, hablaba once aunque a Amos le enseñaron «única y exclusivamente hebreo: quizá temían que si aprendía otros idiomas también yo quedaría expuesto a la seducción de la espléndida y mortífera Europa», y era licenciado en literatura y erudito se sabía de memoria más poemas de Tchernijovski que el propio Tchernijovski , aunque nunca tuvo la oportunidad de enseñar ya que en la universidad hebrea de aquella época el número de licenciados en literatura superaba ampliamente al número de alumnos. La estrella intelectual de la familia era sin embargo el tío Yosef, académicamente conocido como profesor Klausner, enemigo cultural del célebre Agnon éste acabó recibiendo el Nobel mientras a Klausner le ponían una callejuela a su nombre tras una muerte prematura y poseedor de una valiosa biblioteca de veinticinco mil volúmenes.

En la ciudad culturalmente fascinante que era la Jerusalén de los años veinte, treinta y cuarenta del siglo veinte, habitada por grandes músicos, intelectuales y escritores «A veces, cuando pasábamos por la calle Ben Yehuda o por la avenida Ben Maimón, mi padre me susurraba: Mira, por ahí va un intelectual de renombre. Yo no sabía a qué se refería. Creía que el renombre tenía que ver con una enfermedad de las piernas, pues muchas veces se trataba de un anciano, cuyo bastón le precedía tanteando la calle y cuyas piernas vacilaban ligeramente, vestido incluso en verano con un grueso traje de lana», la familia Oz no vivía en la verde Rehavia donde los sonidos de piano ponían la banda sonora de una sociedad en la que «judíos y árabes amantes de la cultura se reunían con británicos amables e instruidos (), donde se organizaban recitales, bailes, jornadas literarias, recepciones y refinadas charlas artísticas», sino en Kerem Abraham, una barrio donde cohabitaban tolstoianos asombrosamente parecidos al Tío Vania y dostoievskianos «agobiados por las pasiones y carcomidos por los ideales».

Más allá, en los valles de Galilea, en el desierto bordeado por el Mar Muerto, se habían establecido los pioneros, la cima de la escala de valores israelíes de la época, frente a la que se hallaban los disidentes terroristas, los ultraortodoxos del Meah Shearim, «y también una amalgama de intelectuales, arribistas, artistas egocéntricos del tipo cosmopolita decadente, junto a toda suerte de revolucionarios excéntricos, individualistas, nihilistas dudosos, judíos alemanes que no consiguieron curarse de su germanidad, todo tipo de esnobs anglófilos y ricos sefardíes afrancesados que parecían demasiado educados y serviciales, y yemeníes, georgianos»; escala en la que los padres de Amos no tenían un lugar definido, ya que parecían tener un pie en la comunidad organizada y otro entre los disidentes, del mismo modo en que la abuela Shlomit tenía el cuerpo dividido entre el miedo a los microbios y a los antisemitas «Nunca podrás ver con tus propios ojos a un antisemita o un microbio, pero sabes perfectamente que te acechan por todas partes sin dejarse ver» .

Una historia de amor y oscuridad no es sólo un fascinante retrato familiar y político sino asimismo un emocionante homenaje a la madre de Amos Oz, que en una época en que la depresión era una enfermedad sin diagnóstico, sucumbió a la oscuridad del suicidio.

Libro apto para lectores de un grado de exigencia de 8,1 en la escala de Valente (del 0 al 9, aquí y en Jerusalén).

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