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György Faludy
El infierno y nosotros

El infierno y nosotros

'Días felices en el infierno', las memorias del disidente húngaro György Faludy son un alegato contra el totalitarismo

Jorge Alacid

Domingo, 7 de diciembre 2014, 07:49

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Debemos a Dante la descripción canónica del infierno, fijada en el imaginario colectivo mediante la Divina Comedia como una estructura de cono invertido, formada por nueve círculos decrecientes poblados de sepulturas, despeñaderos, pantanos. Una grieta comunica ese abismo, cuyo ápice domina Lucifer, con la base del Purgatorio, visión santificada por la Biblia: según el evangelista Lucas, el infierno acoge un estremecedor Lago de Fuego por donde vagan las almas impías. Un lugar, en fin, de tortura infinita y sufrimiento consciente.

Autores más recientes proponen una visión alternativa, más mundana: el infierno como la continuidad de la tierra por otros medios. Es decir, que el infierno vive entre nosotros igual que el paraíso acecha a la vuelta de la esquina. Cuando nuestros días se ven amenazados por una sombra de maldad que a menudo se materializa, no hallaremos a Dante ni tropezaremos con el evangelista Lucas relatando nuestros avatares: aparecerá entonces un infierno mediocre, que habita en las rutinas y gestos cotidianos. El infierno podrá parecerse a las urbanizaciones donde conviven hombres y mujeres desesperadas, las casas donde cada vecino encierra un chivato en potencia, ciudades y pueblos donde triunfan la traición y la delación, que suelen ser las formas en que cristaliza el miedo. Sartre llevaba razón: el infierno son los otros, porque el infierno somos nosotros.

El infierno es por ejemplo el Gulag, cualquiera de ellos: la Alemania de la Stasi, la Rusia de Stalin, la España de Franco o la Camboya de Pol Pot. O la Hungría recién salida de la II Guerra Mundial, el inhóspito lugar donde escribió sus estremecedores diarios el húngaro György Faludy, para quien el término de escritor se queda corto. Faludy es más bien el dueño de una monumental biografía, alguien con quien encaja el tipo de descripción propia de los hombres de su tiempo: seres cuya vida es tan interesante como su obra. Abreviando: Faludy acabó sus longevos días abandonando a su amante, un exbailarín, a la provecta edad de 92 años para casarse con una jovencita de 27. Esta pirueta ilustra el espíritu juguetón que anima toda su biografía; aunque el libro que acaba de publicar la editorial riojana Pepitas de Calabaza (en elegante edición y traducción de Alfonso Martínez Galilea) aborda preferentemente su lado más sombrío: su temporada, en efecto, en el infierno. El propio título alerta de que incluso abrumado por sus penosas peripecias, triunfa la personalidad jovial que Faludy se llevó a la tumba: sí, aquellos fueron 'Días felices en el infierno'.

Pero no cualquier infierno. Las calles rigurosamente vigiladas de Hungría albergaron las desdichadas aventuras del joven Faludy, que durante 15 años irá registrando una demoledora crítica de la dictadura importada desde la Unión Soviética: es el tiempo que pasó encerrado en un campo de concentración. Sus lúcidas anotaciones ocupan más de 600 páginas dedicadas paradójicamente a celebrar la vida: en medio de aquel apocalipsis, recién salido del cautiverio que el gobierno títere de Moscú regaló a miles de disidentes de primera hora, Faludy construye un glorioso artefacto panliterario, desbordante de poesía, crónica social, panfleto... El lector descubrirá a un autor desconocido por España, cuya trayectoria como francotirador de la literatura encaja bien con la impronta periférica de la editorial que publica sus andanzas: reflexiona sobre la naturaleza del mal, lanza dardos feroces contra el comunismo con ironía y un espíritu deportivo que añade grandeza al relato. Faludy, que viajó por medio mundo (Marruecos, Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Malta), concluirá su vida donde empezó: en Hungría, escenario de sus felices días en el infierno. Convertido en ese hombre «más inteligente, sensible y honesto» que salió del campo de concentración. Aquel infierno que abandonó «con la cabeza gacha y el corazón lleno de angustia».

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