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La finca Santa Clara desde La Carihuela. Foto cedida por Remi Fernández Campoy
Aquel inglés de las pesetas de plata

Aquel inglés de las pesetas de plata

Una novela rescata la figura de George Langworthy, dueño de la Finca Santa Clara y primer hotel de la Costa

Ana Pérez-Bryan

Jueves, 15 de mayo 2014, 11:17

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A veces, la sabiduría popular dicta sobrenombres capaces de condensar en apenas un par de palabras páginas y páginas de historia. Ocurrió a con George Langworthy, a quien los pescadores de La Carihuela bautizaron como El Inglés de la Peseta. Cuando el viento de Levante arreciaba, Don Jorge repartía una peseta de plata por cada uno de los hombres que quedaban en tierra, un gesto que no sólo les libraba del peligro de probar suerte aguas adentro, sino que garantizaba el sustento de las familias para una semana entera. De aquella ayuda caída no del mar sino del cielo cuando la Primera Guerra Mundial comenzaba a hacer estragos en los mapas de estrategia y en

los estómagos apenas quedan testimonios directos, pero muchos de los hijos y nietos de aquellos pescadores no han olvidado al bueno de Jorge.

Nacido en Manchester en 1865, George y su esposa Ann Margaret quedaron prendados de Torremolinos en 1905, así que no tardaron en cambiar la India por aquel castillo que se alzaba majestuoso sobre el promontorio que separa la Carihuela del Bajondillo. Poco después, este Mayor retirado del Ejército inglés compró el terreno de al lado y nació la Finca Santa Clara, un lugar de referencia para el pueblo que además sería el germen del primer gran hotel de la Costa del Sol. Su historia, «fascinante y romántica a partes iguales», se escribe ya con letras doradas en los primeros capítulos del boom turístico y ahora, además, se ha convertido en carne de novela. Las responsables de este rescate de una figura «fundamental para nuestra historia» y primer Hijo Predilecto de Torremolinos en 1918 son las autoras malagueñas Carmen Enciso y Eloísa Navas, que firman a cuatro manos El Hotel del Inglés (Ediciones del Genal).

También ellas cayeron rendidas ante la historia de Langworthy a medida que iban tirando del hilo. La madeja dio para mucho, sobre todo teniendo en cuenta que estas licenciadas en Derecho y Económicas y Empresariales, respectivamente, y apasionadas de la literatura, invirtieron más de dos años en la documentación, de modo que no sólo se recrean aspectos concretos de la finca y sus impulsores, sino de la historia de la Málaga del siglo XX. Esta base real es que la que marca el argumento a lo largo de las 390 páginas del libro, «aunque los personajes que la van contando son un recurso de ficción», avanzan las autoras. Ambas han dado vida a cuatro protagonistas que se reparten la voz de un relato que abarca desde principios de siglo XX hasta los

años 70, cuando el Santa Clara se convierte ya en un hotel de cinco estrellas y pone a Torremolinos en el mapa de los grandes destinos nacionales e internacionales.

El primer topless de la Costa

La historia de la Finca Santa Clara como punto de encuentro intelectual y político de la época comienza sin embargo mucho antes. «La mejor época quizás estuvo entre los años 1927 y 1936, con el inicio de la guerra», acota Enciso mientras abre el libro y señala una de las fotografías más reveladoras de ese nuevo espacio nacido en una época que aún tenía que sacudirse muchos tabúes. En ella aparece Gala, mujer y musa de Dalí, en uno de los primeros topless que se recuerdan en la Costa del Sol. Por el hotel de Langworthy también desfilaron personajes de la talla de Picasso, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados o José María Hinojosa, que compartieron tertulia y

confidencias con unas vistas privilegiadas al mar. «¡Es que ese lugar parece la proa de un barco!», observa Navas, que al igual que su compañera creció viendo la evolución de aquella atalaya durante las imprescindibles visitas estivales a Torremolinos.

Hoy en día, aquella finca-hogar reconvertida en hotel y luego en epicentro del lujo costero es un bloque de apartamentos turísticos en los que aún se adivina la huella de George Langworthy gracias a una pequeña placa que luce en sus jardines. Quizás en los mismos desde los que aquel visionario inglés que quedó para siempre vinculado a la Costa del Sol está enterrado en el Cementerio Inglés bajaba hasta la playa para repartir entre los pescadores sus pesetas de plata. Las crónicas de la época cuentan incluso que ese gesto terminó por arruinarlo, a pesar de que el patrimonio de verdad, el sentimental, sigue a los pies de su finca. Y en eso la sabiduría popular (casi) nunca se equivoca.

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