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CARLOS ZAMARRIEGO
Sábado, 11 de enero 2025, 01:00
A Hamlet se le sale el hombro en medio del duelo con Laertes. Esto no lo dice Shakespeare, lo digo yo. Lo sé porque lo vi. Fue hace justo 20 años en el Teatro de la Abadía, en mi primera vez frente al clásico (en ... la traducción de Moratín y dirección de Eduardo Vasco). El actor Ginés García Millán tuvo ese percance que, curiosamente, siempre he ligado al príncipe de Dinamarca. Hamlet está y estará siempre roto por dentro. Y quizás el Bardo de Avon hubiese hecho más justicia a su eterna duda con un final aún más coherente: la muerte, sí, pero sin venganza por una luxación escápulo humeral.
'Hamlet. Ensayo en la tormenta' de la compañía Jóvenes Clásicos se estrenó ayer en el Teatro Echegaray dando por inaugurado el Festival de Teatro de Málaga. Una obra firmada y protagonizada por José Carlos Cuevas, que justamente quiere situar la calavera de Yorick en el tema de la fractura emocional, lo cual no es muy novedoso dado el carácter melancólico del personaje. Recordemos que el rey Claudio, el muy canalla, le pregunta «¿qué sombras de tristeza te cubren siempre?» nada más comenzar la obra. También Cuevas sabe algo de personajes atormentados: desde Jasón a Lope de Aguirre pasando por Marco Bruto, el actor malagueño es perfecto conocedor de las tragedias más universales.
Vemos algunas escenas, no falla el famoso monólogo, pero lo que Cuevas pone en escena no es 'Hamlet', es un ensayo sobre el mito a través de un director y una actriz que ensayan 'Hamlet'. Y funciona y no. Ante ellos, Hamlet hijo es como un fantasma de mal agüero, portador de dolorosos recuerdos tal y como lo fue para él Hamlet padre. Es ese lobo silencioso que hay dentro de todos nosotros y que algunos combaten con Prozac. No hay tragedia más universal que la depresión. Y Cuevas hace de Cuevas y de todos sus compañeros en su producción más personal, bordeando la sobredosis metateatral junto a una excelente Lorena Roncero.
Siempre me he entretenido mucho con los montajes de Jóvenes Clásicos y esta obra no es una excepción. Hay recursos escénicos de sobra, momentos muy conseguidos e intención. «Hoy Hamlet habla en boca de muchas personas», se dice como tema de la tesis que se expone sin ambages. Hay un propósito loable de sensibilización sobre el suicidio al que se llega analizando clínicamente la psique de Hamlet, que resulta estar más podrida que Dinamarca. Ser o no ser llevado hasta las últimas consecuencias. Vi un arranque muy interesante y un final coherente. Sin embargo, sobra melodrama. Mucho melodrama. Las escenas de Hamlet son menos interesantes que las digresiones entre director y actriz rompiendo la cuarta pared. Cuando se juega a no saber si es teatro o no, si es real o no, la función gana bastante incluso con artificio de más.
El actor al que se le salió el hombro tuvo la entereza de salir de escena, colocárselo y volver a la carga como si nada. ¿Fue consecuencia del texto o del espectáculo? ¿Fue Hamlet o no? «El teatro es la red que atrapa la conciencia», declama Roncero en esta obra. Me lo tomo como un: ante la depresión, menos Prozac y más teatro. Eso sí, lea las instrucciones de este consejo y consulte a su autor teatral habitual. Por cierto, varios móviles sonaron durante la representación. ¿Qué pensaría de eso Shakespeare?
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