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Carlos Zamarriego
Domingo, 19 de enero 2025, 00:22
En el teatro se suele decir que la segunda función siempre sale mal. La creencia de que, tras un buen estreno, el elenco se relaja en demasía y así pasa lo que pasa. Una especie de superchería que, reconozco, yo también temo y evito, aunque ... muchos dirán que es una absoluta tontería. No siempre puedo. Dicho esto, ayer fui a ver la segunda función de 'Tengo vida', después de su estreno absoluto el día anterior en el Teatro Echegaray. Dejemos las maldiciones a un lado y empecemos con una reflexión de más calado.
Sólo hay cinco autoras entre las 38 obras programadas en el Festival de Teatro de Málaga. Sólo una en los cinco estrenos absolutos (la de la obra que nos ocupa). Y eso que hay un ciclo llamado 'Teatro en femenino', apoyado por el Área de Derechos Sociales, Diversidad, Igualdad y Accesibilidad del Ayuntamiento de Málaga, que quiere resaltar el papel de la mujer «como creadora escénica». Pues las cuatro obras seleccionadas en ese ciclo están escritas por hombres, Toma ya. Pero volvamos a 'Tengo vida'. La autora es María Beltrán, una prometedora dramaturga malagueña de la generación Z con una decena ya de obras a la espalda y que ha ganado dos veces el premio «Shakespeare to women» de la Sala Plot Point de Madrid.
Y hago este repaso, que he tenido que mirar a conciencia en la programación, porque me ha dejado perplejo que la protagonista de su obra, una adorable anciana con principio de demencia que se quiere cargar Internet a golpe de explosivo desde su residencia, sea interpretada por… un actor. Un buen actor, que conste, Paco Pozo, al que he disfrutado en innumerables ocasiones y no hago responsable de esta circunstancia. Pero un actor, al fin y al cabo, con la de actrices mayores divertidísimas que hay en Málaga. Hasta la sevillana Guadalupe Fiñana, la abuela de dragones de Instagram, hubiera tenido más sentido. Forzar una caracterización así en un actor joven, peluca y maquillaje mediante, sin justificación en el texto, te introduce ya en un plano de sketch del que es difícil salir. Porque incluso con la espalda encorvada, la voz chillona y el andar quejumbroso, nunca dejas de ver a un hombre disfrazado de mujer. Esta circunstancia ha lastrado el ritmo totalmente y no me ha dejado disfrutar de lo demás. Porque la abuelita, por lo que sea, no tenía la agilidad de la señora Doubfire precisamente.
Quizás he sido el único espectador afectado por esta decisión, también un poco incomprensible. Es de justicia mencionar que el público, con el teatro lleno, ha aplaudido puesto en pie al terminar. El estreno de Beltrán en el festival de su ciudad viene avalado por una dosis importante de veteranía con el academicista Paco J. Corpas en la dirección. No he conseguido saber si su intención es que la obra fuese algo más que una farsa, un juguete cómico, un sainete. Quizás el principio, con la abuelita girando sobre sí misma mientras emitía un comunicado a la ciudadanía, y el final, con el soliloquio de Natalia Ruiz y su esplendida versión de 'The Show Must Go On', han sido los únicos momentos donde se ha visto algo diferente al ir y venir semanasantero de la protagonista. Que, por cierto, lo larga todo, hasta el subtexto, vaya piquito de oro que tiene.
La obra también esconde un mensaje muy loable para los jóvenes. Si tuviera que decirle algo a Beltrán, que me perdone el atrevimiento, sería que aprovechase su juventud para ser más una escritora aún más atrevida, más innovadora e incluso más contradictoria. Que haga obras para que su generación deje el TikTok y llene los teatros. Alguien tiene que mostrar la realidad de los jóvenes sin monsergas para que el teatro siga siendo ese espejo de la sociedad que ha sido siempre.
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