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Carlos Zamarriego
Sábado, 18 de enero 2025, 00:20
Cajas de cerveza, un pinball, baldosas que algún día fueron brillantes y que yo me imagino pegajosas… En seguida me inunda la capa de nostalgia ... que presenta el bar anclado en los 80 que ha diseñado la veterana Beatriz San Juan. Mis recuerdos rellenan la escenografía con algunas cosas más: el humo y las colillas, el calendario de la Quinta del Buitre y Supergarcía, las tragaperras (una vez se nos cayó una encima a mi hermano y a mí. Sí, también había niños). En esa cápsula del tiempo se encuentran Nuria y Pablo y entre los dos abren la cajita de música de los recuerdos. Un vals que escuchamos todos, aunque no queramos reconocerlo, cuando pensamos en cómo nos miraba esa persona que nos aceleró el corazón por primera vez. No piensen en cuentos de hadas, para la mayoría de los españoles ese recuerdo tiene ojos color Coca Cola.
Podríamos decir que 'Los guapos' es el primer plato fuerte del Festival de Teatro de Málaga. Una producción del Centro Dramático Nacional (junto a la productora teatral Bitò) firmada por el cineasta David Trueba siempre debería crear algo de expectación. A tenor de los huecos en el patio de butacas, no la suficiente como para anunciar el siempre ansiado 'sold out' en el Teatro Cervantes. Y es una pena. Trueba escribe y dirige una historia de vocación minimalista pero alcance universal: el reencuentro de dos adultos que una vez compartieron calle, porros y caricias en el barrio de extrarradio en el que crecieron. Dos adultos que empezaron a serlo juntos, pero con resultados muy diferentes. Ella, sin desentonar con el paisaje, parece sacada de una película de Eloy de la Iglesia. Él, abogado de éxito, es el único que parece viajar hacia atrás en el tiempo (como el Marty McFly que vieron en un cine siendo novios).
Con una sensibilidad preciosa, Trueba va desplegando varias historias entre sus encuentros en el bar y los recuerdos. Historias que desembocarán todas en el mismo océano, el que siempre separa a estos dos personajes que querrían volver a su adolescencia. «Sólo se tiene 15 años una vez en la vida», se dicen. Pero no hay romanticismo entre ellos, más bien curiosidad. Y un diálogo natural y fresco de los que no necesita llegar a ninguna conclusión (y qué bien un teatro sin moralejas). Sólo la vida y ya.
Y es la vida y ya lo que nos muestran dos actores que están sencillamente perfectos: Anna Alarcón y Vito Sanz. Alarcón consigue que la veamos con esa belleza perdida de guapa de barrio (todos nos hemos enamorado platónicamente de una chica así) y al mismo tiempo que nos asustemos con el peligro que simboliza su presente. Es una actuación difícil que no cae en histrionismos. Sanz pone el contrapunto perfecto con su versión blandita del Salvatore que ha visto arder su Cinema Paradiso y aún así necesita rescatarlo. Son seres frágiles que no se rompen, son cajas de música que ya no suenan, son una verdad en un momento determinado. Y todo, benditos sean ellos, sin micrófonos.
Con un final como la vida misma termina 'Los guapos'. Como si todo fuese el fantasma de un pensamiento: el que se le aparece a Pablo mientras juega en una vieja máquina de pinball. Así es el amor de verdad, un recuerdo mejor de lo que fue. Público merecidamente en pie.
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