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De exilios y silencios

CRÍTICA ·

Etxenike aborda en 'Cruzar el agua' el tema de la inmigración, de un modo multifacial, enraizando su visión al respecto en diversas perspectivas

MARÍA TERESA LEZCANO

Sábado, 16 de julio 2022, 00:01

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Luisa Etxenike (San Sebastián, 1957) aborda en su última novela 'Cruzar el agua' el tema de la inmigración, y lo hace de un modo multifacial, enraizando su visión al respecto en diversas perspectivas, las cuales quedan unidas mediante un hilo de realidad que bien podría ser representado con el 'carpe diem' acuñado por el poeta latino Horacio en su primer libro de Odas.

El enfoque más evidente del relato inmigrante es el de Manuela y de su hijo Juan Camilo, originarios de Colombia y que, aun compartiendo las causas y los efectos del exilio, divergen en sus respectivas adecuaciones al momento emocional que están atravesando: Manuela, exiliada más que de un país de un pasado, y a quien le gusta contar historias a petición de la mujer para quien trabaja -«A Manuela le gusta contar. Le parece que contar, mientras hace las tareas domésticas, le da más importancia a su trabajo, y otra categoría; lo eleva de lo puramente manual (...) Pero también le gusta contar por otra razón. Contar la ayuda a verse mejor por dentro. Porque para contar hay que ordenar las cosas, colocar delante lo que tiene más sentido, y arrinconar lo que no vale tanto, lo que no tiene que valer. Contar es como hacerse la limpieza por dentro, poniendo aquí, guardando allá, tirando algunas cosas definitivamente»-; Juan Camilo, que sin ser fisiológicamente mudo no ha vuelto a articular una palabra desde que aterrizó en España -«Sigue como metido aún en el avión, suspendido sobre algo que todavía es nada, que no es tierra firme. Como si no hubiera encontrado aún la manera de aterrizar aquí y de ponerse a andar en nuestra nueva vida»-, y tras cuya voz escondida que sólo expande por escrito -«Un niño no necesita la voz para sacar buenas notas. Él hace todos los deberes por escrito; presenta más trabajos escritos que sus compañeros de clase. Escribe todo el tiempo. Escribir es igual que tener voz, porque la voz está hecha sobre todo de palabras»- se oculta la necesidad de no tener que responder preguntas: mientras no diga absolutamente nada no tendrá que dar explicaciones o asumir hechos que le atormentan.

Existe sin embargo en 'Cruzar el agua' una perspectiva indirecta del sentimiento de exilio, y es el de Irene, una diseñadora de moda que perdió la vista en un accidente y cuya ceguera la convierte de algún modo en una exiliada de la vida que había conocido antes de ser invidente, y a la que se aferra sin demasiado interés, recurriendo al acto de nadar sola en el mar con el recurso de un complejo sistema de sujeciones, con el fin poner a prueba el cotidiano deseo de soltar las bridas lo suficientemente lejos de la costa para no tener la posibilidad física de regresar -»Hoy tampoco se ha soltado para irse mar adentro. No entiende por qué, no sabe qué la saca del agua. Pero tiene que ser la rabia, una emoción altiva que no deja morir»-. Entre los tres personajes principales, es decir Irene, para quien inicialmente trabaja Manuela como asistenta doméstica, ésta última y el niño José Camilo, se establece una suerte de ósmosis sensorial que la narradora escenifica con una prosa no por sencilla menos eficaz en su vivisección emocional, y cuyo resultado entronca con otras mujeres y otros exilios de orígenes y tránsitos dispares aunque todos ellos vehículos metafóricos de probabilidades o cuando menos posibilidades.

Existe sin embargo en 'Cruzar el agua' una perspectiva indirecta del sentimiento de exilio

Novela apta para lectores de un grado de exigencia de 7,4 en la escala de Valente (del 0 al 9, aquí y en San Sebastián).

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