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LUISA IDOATE
Domingo, 14 de enero 2018, 00:21
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Dormida, con el pecho al descubierto y un pene por ojo. Así aparece Marie Théresè Walter en 'El sueño', cuadro que anuncia la exposición 'Picasso 1932. Año erótico', abierta en el museo del artista en París hasta el 11 de febrero. No es casualidad. Ella es en ese momento su amante y modelo. Protagoniza muchas de las 300 obras que firma ese año. Con 110 de ellas, la pinacoteca documenta esos doce meses de su vida. ¿Por qué 1932? Porque es crucial en la creación picassiana, defienden las comisarias de la muestra Virginie Perdrisot y Laurence Madeline. Entonces se acelera «la convulsión» estética desatada por la «desinhibición surrealista» que el artista incuba desde 1925. El erotismo, siempre presente en su arte, es ahora decisivo. «Es la ósmosis entre la sexualidad y la creatividad, el acto sexual y el acto de la creación serán metáforas intercambiables», explica Madeline. Esa libertad arrolladora desemboca en obras como la del minotauro que devora a Dora Maar mientras ella disfruta.
En 1932 el pintor vive a caballo entre París y el castillo de Boisgeloup, en Normandía. Prepara su primera retrospectiva para la galería parisina Georges Petit, con 136 piezas que incluyen siete esculturas y varios desnudos. Muchos de ellos representan a Marie Thérèse Walter, su pareja en esa época. La descubre a la salida de las Galerías Lafayette en 1927. La aborda sin sutilezas. «Tiene una cara interesante, me gustaría hacerle un retrato. Creo que vamos a hacer grandes cosas juntos. Soy Picasso». Ella tiene 17 años y él, 45. La convierte en su musa. La pinta compulsivamente en 'Mujer frente al espejo', 'Desnudo, hojas verdes y busto', 'La siesta', 'La lectura', 'El descanso', 'El cinturón amarillo'... La utiliza mientras la necesita; luego la deja, como a todas.
«Yo no busco, encuentro», presume el artista. Sobre todo descubre y redescubre incesantemente el desnudo femenino. Lo contempla, captura y representa. Lo hace con admiración, deseo, adicción, dependencia; unas veces como 'voyeur', otras como sátiro. Lo compone y descompone con ansiedad, violencia, dolor, ira, rencor. A veces, con ternura. Siempre sin neutralidad. También investiga el cuerpo masculino. Visita Estrasburgo y Colmar en 1930, y le impresiona el retablo realizado por Matthias Grünewalden en el siglo XVI para el convento de los antonianos de Isenheim (Alsacia). También le sorprende el modo potente, claro e irrevocable del arte románico para comunicar su mensaje; con elementos extremadamente simples y sencillos, pero fulminantes.
Fálico pincel
Absorbe la estética de sus crucifijos, pero da un paso más y los hace desarticulados. Los crucificados salpican su vida. Dibuja el primero con 10 años y a tinta china, mientras vive en La Coruña. En los blancos de sus cuadernos, aparecen cabezas coronadas de espinas. Y el Crucificado reaparece en obras tan importantes como el 'Guernica' (1937).
Para Picasso, «el arte y la sexualidad son la misma cosa». La misma cara de una moneda cuyo revés es la destrucción y la muerte. Al hablar de sexo, no acepta límites. Lo representa con pasión incontrolable y también con dulzura; de modo voluptuoso, desenfrenado, morboso, libidinoso y hasta obsceno. No hay censura. Convierte su propio falo en un 'pincel' -erguido, para que no quepa duda- que dibuja explícitas idealizaciones sexuales. Avanza en todas direcciones, explora con intensidad. Recrea por igual prostíbulos, penetraciones, felaciones y masturbaciones. Perfila faunos fagocitando sexos femeninos. Y emula incluso 'El sueño de la mujer del pescador' (1814), de Katsushika Hokusai, donde un pulpo masturba a una mujer en la profundidad marina.
Para su biógrafo y amigo Pierre Daix, el dibujo es el pensamiento visual de un artista y la obra gráfica del creador es «su diario más íntimo», con el que recorremos su vida. Picasso nos cuenta la suya en la 'Suite Vollard', cien grabados que realiza entre 1930 y 1937 por encargo del marchante del mismo nombre. Como le cautiva la mitología griega, replica tres de sus criaturas con insistencia: el fauno, el centauro y el minotauro. Simbolizan el instinto sexual que rezuma toda su obra. Funden al hombre y al animal, y por ello tienen una doble faz. De un lado, encarnan el irrefrenable deseo de poseer a la mujer, a veces con brutalidad y violencia; por otro, pueden irradiar una ternura infinita. El minotauro es a la vez su autorretrato y el símbolo de la soledad y la muerte.
En 1932, inserta órganos sexuales en pinturas y esculturas. En 'La sintaxis de la carne: Pablo Picasso y Marie Thérèse Walter', Enrique Mallén analiza los sugestivos elementos de composiciones como 'Mujer delante de un espejo'. «Las formas orgánicas ovoidales y genitales del jarrón, el frutero y las patas son símbolos de fertilidad». Se corresponden con la forma en que ve a su jovencísima modelo, «una fruta madura para ser devorada». Por eso la convierte en la escultura 'Tête de femme', equilibrando dos falos -visibles desde todos los ángulos- que apoya sobre un hueso rectangular y transmuta luego en su nariz y pelo. «Werner Spies tenía razón al referirse a estas obras como 'volúmenes copuladores'», concluye Mallén.
El sexo aparece muy pronto en sus creaciones. Con apenas 13 años, dibuja dos burros copulando en los márgenes del cuaderno escolar 'Literatura, retórica y poética'. En los blancos de las cartillas, también escribe el nombre de la chica que le gusta: Ángeles Méndez Gil. Es hija de un abogado que, al conocer su interés por ella, la manda a Pamplona; como pretendiente, le parece poco. Cuatro años después, ya en Barcelona, sigue anotando sus iniciales en los blocs de dibujo. Pero pronto se convierte en el seductor que enamora, rinde y abandona a las mujeres. Pero no solo ellas le apasionan, asegura su biógrafo y amigo Antonio Olano. «Picasso nunca negó sus relaciones homosexuales, aunque era a la vez un mujeriego terrible». Lo defiende en una entrevista en la que asegura que el artista dijo: «Todo lo que sé lo aprendí en Orta de San Joan». Allí se enamoró de un chico gitano «que, después de un idilio, lo rechazó». Olano afirma que también «le pidió a un pintor alemán homosexual que fuese a vivir con él a París». Un día lo encontró ahorcado y quedó tan impresionado que «desde entonces siempre llevó consigo un trozo de soga».
«Yo pinto exactamente igual que otras personas escriben su autobiografía. Mis telas, acabadas o no, son páginas de mi diario y como tales son válidas. El futuro escogerá las páginas que prefiera». Sus obras reflejan su existencia paso a paso. Marie Thérèse Walter domina en las de 1932. Picasso respeta sus pechos redondos, ojos almendrados y pómulos poderosos. Le gusta pintarla dormida, es su pose favorita. La dota de rasgos sexuales: vaginales en los ojos y la boca, y fálicos en la nariz. La esposa del pintor, Olga Koklova, la amenaza con su lengua en 'Mujer y pájaro' (1939), transmitiendo el deseo de Picasso de romper su fracasado matrimonio con ella.
También retrata a la pintora Françoise Gilot, la única que le abandona. La inmortaliza en una serie de caballeros medievales con armadura y cintura de avispa. «Se quejaba de que yo nunca me quitaba mi armadura. ¡Sí, porque no quería resultar muerta! También pintó muchas langostas. Soy yo, con esa coraza protectora». Le da dos hijos, que él no reconoce: Claude y Paloma. «Tenía la cruda curiosidad de un niño que toma un reloj y lo destruye para ver lo que tiene dentro. Hacía lo que se le antojaba en cualquier momento, sin pensar en las consecuencias». Cuando Picasso se casa con Jacqueline Roque, zanja Gilot, «los mejores años de la pintura de Pablo ya habían terminado». Antes había hecho con frecuencia imágenes eróticas, «pero nunca pornográficas, y ahora empezó a poner vaginas y anos en cada pintura».
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