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Enrique Brinkmann: «El verdadero artista sabe que es un fracasado»
Camino de los 82 años, el autor esencial en el tránsito hacia la modernidad del arte en Málaga estrena este jueves una exposición en la Casa Gerald Brenan
El tiempo parece detenido en esta calle sin salida en una esquina de Churriana. Un manojo de viviendas adosadas y edificios de dudoso gusto reciente ... circundan la finca de muros blancos y techos altos que compró hace más de 40 años, donde tiene su estudio y su familia, su vida y su memoria Enrique Brinkmann (Málaga, 1938). La casa habla de él sin palabras: ajena a la ostentación, confortable y amplia, consciente quizá de que lo importante casi nunca es urgente. Apenas 'Goa', una joven galga negra, representa la prisa en este lugar donde Brinkmann, camino de los 82 años, se sigue subiendo al estudio cada día. Este jueves estrenará una muestra en la Casa Gerald Brenan, casi una década y media después de su última cita expositiva en Málaga. Y con esa excusa va cuajando más de una hora de charla y paseo por el jardín en sombra. Pero Brinkmann no habla de su papel esencial en el viaje hacia la modernidad del arte hecho en Málaga en el último medio siglo, sino de la pátina de las piedras; olvida mencionar que su obra está en el MoMA, el Museo Albertina o el Reina Sofía para presumir de cuidar al nogal más antiguo de la provincia; deja por el camino su labor en el Grupo Picasso o el Colectivo Palmo para hacer una visita guiada por los trazos que el tiempo ha dejado en los troncos de los bambúes que plantó aquí hace décadas y que suponen, al cabo, su máxima inspiración como artista.
-No parece un mal sitio para confinarse...
-La verdad es que no. El confinamiento me pilló aquí, había terminado la exposición de Madrid a finales de enero, luego vino Arco y después me volví. He estado trabajando mucho.
-¿Tiene alguna rutina a la hora de ponerse a trabajar?
-Bueno, no tengo jefe, aunque la verdad es que hora trabajo más de día. Me levanto más temprano y me pongo a pintar. Durante muchos años he sido un pintor nocturno, pero ahora cuando dan las ocho de la tarde ya estoy cansado. Aprovecho más del día.
-¿Trabaja de lunes a viernes, se impone un horario?
-¡Nooo! (Ríe) Para mí no existen los fines de semana, los domingos y esas cosas. Yo pinto porque me gusta y, en realidad, no entiendo muy bien eso de las vacaciones. Verá. Hace unos días estuvimos con la familia en la playa de Bolonia, en Cádiz, y con lo maravilloso que es aquello, con el mar, la arena, el sol... pues yo a los dos días ya no lo podía soportar. Me sentía mal. No me gustaba. No me interesa. Tampoco me interesa ya viajar. Antes, cuando era más joven, sí, pero ahora no. Quiero aprovechar mi tiempo, porque sé que lo tengo bastante limitado. Sé es el momento de hacer lo que pueda y eso también me influye mucho.
-¿Cuándo empezó a tener esa sensación?
-Voy a cumplir 82, así que ya hace algún tiempo que la tengo. En realidad nunca me ha gustado perder el tiempo. Claro que a veces divertirse no es perder el tiempo, pero hay cosas que ya han pasado y no estoy dispuesto a perder el tiempo en compromisos. Quiero eliminar todo eso, exposiciones o proyectos que no me merezcan mucho la pena, porque al final tengo esa sensación de que estoy perdiendo el tiempo.
-¿Ha perdido el miedo a no ser diplomático?
-La verdad es que nunca he sido muy diplomático... (Ríe). Pero a pesar de eso siempre me ha costado mucho decir que no. Si me pillan en un momento débil, pum, me enganchan. Ahora con Internet es mejor, porque contestas un correo electrónico y listo, pero el cara a cara me sigue costando.
-Ha comentado que ya no viaja y me ha venido a la memoria aquel viaje en coche que hizo Eugenio Chicano camino de Alemania...
-¡Uy, pero aquello fue cuando tenía veintitantos años!
-¿Era un Mercedes, no?
-¡Sí! Era un Mercedes que me compré cuando vivía allí con cuatro perras. De esos de la segunda guerra mundial, con una rueda detrás, piezas de caoba en el salpicadero... Precioso. 400 marcos me costó, pero gastaba 20 o 30 litros de gasolina a cada rato. Vinimos renqueando hasta Málaga desde Alemania y a la vuelta, cuando Chicano se incorporó, el coche se iba averiando y en Perpiñán, en la frontera con Francia, se quedó frito. Paramos y un mecánico se pasó toda la noche embobinando la pieza rota hasta que la arregló y así pudimos llegar hasta Colonia.
-Chicano recordaba aquel viaje como un rito iniciático fundamental en su vida.
-Todo era distinto. En aquella época viajaba en autoestop y así llegué hasta Estocolmo desde Colonia. Verá. A mí me echó la policía alemana porque estaba trabajando sin papeles. Se me acabó el dinero, no vendía cuadros y me puse a trabajar en una fábrica textil. Allí estuve un mes o mes y medio, hasta que la policía me mandó una carta dándome un plazo de una semana para salir de Alemania. Y me fui a Estocolmo a dedo.
-¿Con qué edad se marchó a Alemania?
-Entonces no podías salir de España sin tener la cartilla militar, así que hice el servicio militar voluntario, que ya tiene mérito en mi caso, con lo que me gustan a mí los militares... (Ríe). Me presenté voluntario y lo hice con 19 o 20 años, cuando me hubiera correspondido con 21. Hacerlo voluntario tenía ventajas y desventajas. De una parte, era unos meses más largo, pero podías elegir destino y lo hice en Málaga, en Aviación, aquí al lado. Cuando terminé, me dieron la cartilla e inmediatamente saqué el pasaporte y me marché con (Gabriel) Alberca y con (Enrique) Godino.
-¿Por qué Alemania?
-Pensamos 'Francia o Alemania'. Yo en Alemania tampoco tenía a nadie, aunque mi padre era alemán. Vimos que Alemania podía ser algo más interesante, más nuevo, y creo que no fue descabellado. Podríamos habernos ido a París, que era lo que hacía todo el mundo, pero decidimos irnos a Alemania. Ya era la posguerra y aquello no tenía nada que ver con la destrucción que habían sufrido.
El hijo del relojero
-Ya que habla de su padre, ¿cómo llegó hasta aquí?
-Es que mi padre era un alemán nacido en Málaga. Lo del turismo aquí es muy antiguo... Mis abuelos fueron los que vinieron aquí y mi padre ya nació en Málaga. Cuando llegó la guerra, lo movilizaron y aunque pudo haberse quedado en España, le salió la cosa esa de la patria y se alistó. Eran los meses finales de la guerra, todo era terrible, pero no llegó a estar en el frente. Conducía camiones y fue cocinero también. Ni lo hirieron. Y eso que estuvo casi tres años.
-¿Le queda algo de esa 'cosa alemana' de su padre?
-No sé, creo que no. Ya soy la tercera generación aquí. Es verdad que creo que hay en mí algo genético o cultural que tiene que ver con aquello. Quieras o no, parte de mi familia es alemana y cuando estuve allí por primera vez, había algo familiar en todo aquello, porque mi padre tenía mucho de alemán, a pesar de haber nacido en Málaga.
-¿Quizá haya heredado de él su gusto por la precisión? Al fin y al cabo, era relojero.
-Puede ser. No hay trabajo más minucioso que el de relojero. A veces lo veía al pobre, desesperado, con un reloj, liado todo el día y al final no le funcionaba y tenía que desarmarlo otra vez... No sé, porque ahora en lo que estoy haciendo no hay esa precisión. He pasado por ahí, en mi pintura muy precisa de los años 70, en el trabajo con el pincel casi manierista sobre los cuadros... Pero ya prácticamente no trabajo con el pincel. Utilizo una brocha y trabajo mucho con la espátula, para ir quitando, raspando... Me interesa mucho la materia, eso es lo que me ha fascinado siempre. Aunque haya hecho en una etapa una pintura figurativa, esa figuración siempre ha estado basada en lo matérico, en la naturaleza.
-Esas palabras me recuerdan algo que me dijo hace unos años: que su ambición era convertirse en un pintor chino.
-Sí (ríe). Los pintores cuando nos hacemos viejos, nos hacemos chinos... Lo oriental tiene esa capacidad de síntesis. Hay una cosa en Oriente que va mucho conmigo. Por ejemplo, un paisajista antiguo chino iba a ver el paisaje durante meses, a la hora del día que le interesaba por la luz y otras cuestiones. Iba un día y otro y otro... Lo interiorizaba durante un tiempo y cuando consideraba que ya lo tenía interiorizado iba a su estudio, extendía el papel y lo ejecutaba, además, con rapidez. Esa interiorización de las cosas me interesa mucho.
-¿Usted trabaja así?
-Claro. Veo una piedra y observo las líneas, la estructura, la pátina que tiene después de miles de años que le ha llovido, que ha estado al aire libre... Eso es lo que me interesa. Yo ahí no veo pinceladas, por eso no utilizo el pincel. ¿Qué pincelada hay en la naturaleza? Ninguna. Hay una materia maravillosa. ¡Qué más quisiera yo que acercarme a eso! Pero lo intento. Intento expresar lo que llevo dentro. Y ya está.
-¿Cree que la naturaleza ha ganado peso en su obra?
-Lo ha tenido siempre. Pero a veces ha pesado más la figuración.
-Y pasa el tiempo y sigue la controversia sobre la modernidad del arte figurativo.
-Es que yo siempre he sido moderno. No creo que haya mucha gente haciendo cosas más modernas que esto (señala a sus obras más recientes colocadas en el salón). No hay que confundir la modernidad con usar elementos muy modernos, que se pueden usar, como por ejemplo Olafur Eliasson con las luces. Soy de mi época. Soy pintor y creo que con la pintura se puede hacer todavía muchísimo, como con un papel y un lápiz puedes ser absolutamente moderno. Todavía estoy esperando ver algo moderno hecho con ordenadores o con el arte digital. En el vídeo se han hecho cosas magnificas, Bill Viola, por ejemplo. No está reñido una cosa con la otra, pero creo que pintando se puede ser moderno.
«Todavía estoy esperando ver algo de arte moderno hecho con ordenadores»
la modernidad
«Nada odio más que repetirme, por eso no tengo un estilo, tengo una coherencia»
el proceso creativo
-¿Dónde cree que nace su afán de modernidad?
-Es de siempre. Además, creo que Málaga es moderna, aunque quizá la gente no sea muy consciente. Le voy a contar una cosa. Hay un hotel aquí al lado, Reserva del Higuerón, que está invirtiendo mucho en arte contemporáneo y sería algo imitable. Hablamos siempre de las instituciones, pero hay cientos de hoteles en Málaga que podrían colgar obras de pintores malagueños. Aquí tienen obras mías, pero también de Dámaso (Ruano) y de otros artistas.
-Habla de Dámaso Ruano, de Alberca, Chicano, Godino... Ya ninguno está. ¿Se siente el último superviviente?
-Bueno, queda (Francisco) Peinado. Estoy muy peleado con él, eh... (Ríe). Pero nunca he hablado mal de su pintura. Para nada.
-Creo que él tampoco de la suya.
-Peinado es uno de los grandes. Sí, claro que soy un superviviente, por eso quiero aprovechar el tiempo.
-¿Nunca se le ha vuelto el arte un asunto rutinario?
-Nunca. No hay cosa que odie más que la rutina. Bueno, quizá 'odiar' sea una palabra muy fuerte. Vale que todo en la vida tiene algo de rutina, pero me refiero, más que a la rutina, a repetir las cosas, por eso no tengo un estilo, tengo una coherencia.
-¿Cree que el estilo sirve para tapar al falta de coherencia en un artista?
-El estilo ha matado a muchos pintores. No quiero citar nombres, pero he visto cuadros de algunos y todo es lo mismo. Llega un momento dado y venga y venga y venga... Todo igual. Quizá sea una cuestión de miedo y yo, la verdad, ese miedo no lo he sentido nunca.
-¿Sólo el miedo a repetirse?
-Es a lo que más miedo le tengo. Por eso, cuando siento que estoy cerca de eso, rompo. Creo que tengo imaginación plástica. Ahora estoy dándole vueltas a lo que quiero hacer.
-¿Qué será?
-Quiero seguir con los archivos (pinturas modulares compuestas por diferentes fragmentos ensamblados en una estructura metálica), pero ahora he encargado piezas de metacrilato para pintar por una cara y por otra, para seguir investigando. Cuando veo que a una cosa ya le he sacado todo el partido que podía, lo dejo. Esto de los archivos me interesa porque puedo combinar cosas que no tienen mucho que ver.
-Pero, hablando de ver, cuando uno va a un museo no encuentra ese trabajo más reciente, sino piezas con casi medio siglo de vida.
-Ya. Falta una colección del siglo XX de pintores de Málaga. Del XIX ya tenemos la Aduana, pero no hay un espacio donde ver la pintura malagueña del siglo XX. Falta eso y ya estamos casi a mediados del XIX.
-Pues estamos en la 'ciudad de los museos'.
-Verá, antes de la democracia decíamos que Málaga era un páramo cultural. Por suerte eso ha cambiado. ¿Cómo me voy a quejar de eso? Podré tener mis ideas sobre cómo podría ser, pero en sí me parece muy positivo. Málaga ya es una ciudad cultural y, por ese lado, de acuerdo.
-¿Y por el otro lado?
-(Sonríe) Se ha avanzado en eso, pero no se protege al artista. No es algo sólo de la ciudad. El IVA, por ejemplo, es cosa del Gobierno, que tanto de un lado como de otro, no le han prestado atención. La Ley de Mecenazgo no existe y ayudaría mucho. Y en el ámbito local, ¿dónde pueden exponer los pintores de Málaga? Lo que tengo aquí ni al Museo Picasso, por ejemplo, le va a interesar ni yo se lo voy a ofrecer, ya saben dónde estoy.
Arte y libertad
-¿Entiende ese no ofrecerse como parte de su libertad?
-Siempre me he sentido libre. Nunca he vivido de subvenciones, he vivido de mi pintura. ¿Cuántos cuadros hay míos en las instituciones? Los que puede haber de cualquier otro. Vivo de los señores que compran mis cuadros, no de las instituciones, así que libertad absoluta. No soy de ningún partido. Bueno, soy de izquierdas, eso sí. No soy un señor de derechas, pero eso ya lo sabe todo el mundo.
-Incluso fue senador por Málaga en las Cortes constituyentes.
-Fue muy poco tiempo. Era un tiempo muy especial en España. Siempre he defendido la democracia y en aquellos momentos, me volqué lo que pude. Fue un año y medio. Se disolvieron las Cortes y volví a mi pintura, a pintar cuadros para la gente, no para las instituciones.
-¿Qué precio se ha cobrado esa libertad?
-Es que libertad es lo más importante. Ahora con el Covid, por ejemplo, creo que por encima de la vida está la libertad. Lo siento, es mi forma de pensar. Por supuesto creo que todo lo que se está haciendo ahora es correcto y pensado para la salud, por lo tanto no entro ahí. Pero imaginemos que esto dura diez años. ¿Qué pasa? Pues a lo mejor la gente de mi edad nos deberíamos quedar recluidos y con mascarillas y lo que haga falta, porque como lo pillemos lo tenemos muy mal, pero los jóvenes tienen que estar besándose y achuchándose por ahí. Es lo suyo. Eso es la libertad y si lo cogen, las estadísticas dicen que muy pocos se pondrán graves. Protejámonos los mayores y que los jóvenes se peguen achuchones y a vivir.
«La libertad es lo más importante. Con el Covid, creo que por encima de la vida está la libertad»
un modo de vivir
«Un artista tiene que buscar la verdad, no la belleza. Y la verdad viene de lo profundo y lo profundo es bello»
el arte
-No parece que hable un miembro de un grupo de alto riesgo.
-No, la verdad. Hombre, no me gustaría pillarla, eh. Pero mira, con la edad que tengo, pues nada. De algo hay que morirse.
(Corta con los dedos el filtro de otro Ducados y lo enciende por la parte rasgada)
-¿Tiene sensación entonces de fin de trayecto?
-Sé que me voy a morir más pronto que tarde, claro. Además, el arte siempre es una catástrofe, porque lo que buscas es la realidad. Es lo que se ha buscado siempre. Cada vez se sabe un poquito más, sí, pero al final... qué va. El arte no es más que la realidad, intuida, soñada. El cuadro, la novela, la poesía... tienen que sonar a verdad. Un artista tiene que buscar la verdad, no la belleza. Y la verdad viene de lo profundo y lo profundo es bello. Y ya está. Cuando leo una novela o veo una película, a menudo me suena a lata, a algo repetido de memoria, así que lo dejo. El arte tiene que ser verdad. Podrá ser una verdad equivocada, claro, podrás no tener talento, pero tienes que ir a la verdad.
-¿Y por qué dice lo de la catástrofe?
-Es pura lógica. Te mueres sin entender la realidad. Sales por la noche, contemplas el firmamento y lo tienes ahí, pero no llegas. Ni de lejos. Miras la naturaleza, las piedras, pero siempre hay algo que no alcanzas, porque la naturaleza tiene también algo de terror. El ratón sale de noche a comer algo y sabe que hay un búho que se lo puede comer. El pez grande se come al pequeño, el rico se come al pobre. Por eso la realidad, lo que está ahí, nunca la entiendes del todo. El verdadero artista sabe que es un fracasado, porque de verdad ha fracasado. La realidad nadie la entiende del todo.
-¿Por eso tiene poco sentido el ego?
-Claro. Eso es lo primero que habría que matar, pero es muy difícil...El ego no sirve para nada.
-¿Y eso lo ha aprendido o siempre lo ha sabido?
-Lo he intuido. Lo he visto. El ego es inevitable, sobre todo en un artista, pero hay que agacharlo lo más posible.
«Aprecio y admiro la figura de Brenan. Eso sí, fue muy conservador»
–¿Cómo surgió la exposición en la Casa Gerald Brenan?
–Me lo propuso Alfredo Taján, que ha renovado las salas de abajo y, aunque no esté muy conforme con la manera en que se ha hecho la arquitectura interior de la casa, porque ya la conocía de antes, la verdad es que han quedado dos salas bastante dignas.
–No parece casar mucho con parte del pensamiento de Brenan...
–(Sonríe) Aprecio y admiro la figura de Brenan. Eso sí, Brenan fue muy conservador. Nunca entendió por ejemplo la pintura de Pablo Picasso ni hizo elogios sobre el arte contemporáneo, aunque a El Greco y Velázquez sí los entendía muy bien. Brenan, dentro de su gran talento y del cariño que tenía por lo español, era una persona muy conservadora.
–¿Por qué se ha decantado por la obra gráfica?
–Lo que estoy haciendo ahora es imposible meterlo allí y he pensado que por el espacio de las salas queda muy bien la obra gráfica. Estas litografías son de tamaño grande y creo, la verdad, que la exposición va a quedar muy acorde con el espacio. Para la pintura que estoy haciendo ahora no creo que sea el lugar idóneo.
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