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El surrealismo figurativo de Ángeles Santos abre la sección dedicada a los sueños. Salvador Salas
Enemigas interiores del surrealismo

Enemigas interiores del surrealismo

Crítica de arte ·

Las obras de muchas de las artistas recogidas en estaexposición suponen una efectiva insumisión respectoal rol que, como mujeres, reservaban para ellassus compañeros de credo surrealista

juan francisco rueda

Málaga

Sábado, 4 de noviembre 2017, 01:57

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A Georges Bataille lo definieron como «enemigo interior del surrealismo». André Breton, el pope del surrealismo, en el ‘Segundo manifiesto’ que escribió en 1930 –pareciera más bien una purga–, se despachaba contra él y ‘los suyos’; en definitiva, contra una figura que vino a friccionar un movimiento que bajo la ‘sombra bretoniana’ devenía ortodoxo y dogmático. Bataille amplió los intereses del surrealismo y desatendió muchos de los postulados y temas que generó y mitificó Bretón. Hoy no se entendería el surrealismo sin las aportaciones y disidencias ‘batailleanas’, pero, sin embargo, aún se generan relatos que quieren pasar por canónicos o totalizadores y que obvian este escenario. Algo parecido ocurre con muchas de las artistas que afortunadamente se reúnen en esta exposición, que supone un afortunado paso más en la rescritura del surrealismo. Muchas de ellas, aunque vinieron a secundar temas genuinamente surrealistas, expandieron los temas y posibilidades y se desmarcaron con sus obras del lugar pasivo y secundario que se les reservaba. Y a pesar de ello, o tal vez por ello, tuvieron que soportar el silenciamiento De ahí que muchas de las 18 artistas de esta exposición (Eileen Agar, Claude Cahun, Leonora Carrington, Germaine Dulac, Leonor Fini, Valentine Hugo, Frida Kahlo, Dora Maar, Maruja Mallo, Lee Miller, Nadja, Meret Oppenheim, Kay Sage, Ángeles Santos, Dorothea Tanning, Toyen, Remedios Varo y Unica Zürn), dada la actitud de insumisión que representan, pudieran jugar un papel de «enemigas interiores del surrealismo».

‘Somos plenamente libres’

  • La exposición 124 obras de 18 artistas la componen. El montaje adquiere por momentos la disposición de miscelánea o de gabinete. Escultura, fotografía, objeto artístico, pintura, dibujo, fotomontaje o cine son algunas de las disciplinas o medios expresivos que podemos encontrar

  • Comisario José Jiménez

  • Lugar Museo Picasso Málaga. San Agustín, 8, Málaga

  • Fecha Hasta el 28 de enero

  • Horario Abre todos los días de 10.00 a 18.00 horas

Muchas de ellas fueron pareja de algunas de las principales figuras masculinas del movimiento (Hans Bellmer, Breton, Yves Tanguy, Max Ernst, Roland Penrose), los cuales ayudaban a mantener a través de sus obras o escritos ciertas visiones arcaicas y cargadas de prejuicios sobre la mujer. Visiones de las que trataban de escapar con sus ejemplos como mujeres artistas pero que, a buen seguro, les hubo de deparar situaciones esquizoides. No en vano, muchas de ellas se vieron sumidas en estados de angustia vital y sus vidas tuvieron finales dramáticos. Esa libertad a la que aspiraban no fue, en muchos casos, fácil ni gratuita. Sus valientes actitudes suponían un ejercicio de resistencia o revolución, un imponer un modelo que desdecía lo que el arte y la palabra de los varones surrealistas asentaban. Las mujeres artistas del surrealismo no hacían otra cosa que luchar por una de las aspiraciones máximas del surrealismo: la revolución –piensen en cómo ese término aparecía en revistas esenciales como ‘La révolution surréaliste’ o ‘Le surréalisme au service de la révolution’.

En el ‘Diccionario abreviado del surrealismo’, de Breton y Paul Eluard, no consta una entrada dedicada al «hombre», pero sí una a la «mujer», que parecía seguir siendo un ‘extraño caso’ de estudio y definición; entre ellas aparece la archiconocida definición de Baudelaire («la mujer es el ser que proyecta la máxima sombra o la máxima luz en nuestros sueños»). La mujer seguía siendo tomada como musa, como inspiradora, como eterna mujer niña o como ‘femme fatale’, paradigmas o constructos que habían heredado los surrealistas como proyección de miedos y deseos. En definitiva, la mujer era un ‘asunto’, un objeto –incluso se cosificaba, pensemos en algunas fotografías de Man Ray o las fálicas ‘poupées’ de Bellmer– y rara vez se contemplaba como sujeto. Se ponía en relación con la histeria (las fotografías de Charcot sobre las enfermas de La Salpêtrière) y otras patologías, abriéndose las puertas incluso al asesinato, como se intentaba evidenciar con los casos de Germaine Berton o las hermanas Papin. También se las ‘condenaba’ a metaforizarse en amenazantes imágenes, como la mantis religiosa, Medusa o la ‘vagina dentata’. Estas nociones e ideas, los surrealistas las proyectaban en sus obras y en los materiales adyacentes que generaron. Esto es, el surrealismo se acompañó no sólo de un aparato teórico que se urdía con numerosas disciplinas (etnografía, psiquiatría, arqueología, etc.), sino de un potente entramado editorial (las revistas se contaban por decenas), que funcionaba a modo de órgano de difusión.

La exposición se divide en cinco secciones: ‘El espejo y la máscara’, ‘Otros mundos en éste’, ‘En el sueño me afirmo’, ‘El vértigo de Eros’ y ‘Yo es otra’. Los enunciados de estos cinco capítulos evidencian cómo estas artistas se ajustaron a asuntos caros al surrealismo que fueron desarrollados por los surrealistas varones. Ello advierte de la convergencia y pertinencia, de que estas mujeres fueron plenamente surrealistas, si no en la totalidad de sus carreras sí, al menos, en distintos periodos. Muchas de ellas, de hecho, al ser pareja de creadores surrealistas no podían escapar de él. Tanto es así que conceptos como ‘máscara’, ‘sueño’ o ‘Eros’ (erotismo, sexualidad y genitalidad) son imprescindibles para entender este movimiento. Pero sus obras –como venimos defendiendo y como podemos ver en esta muestra– desatendían ciertas parcelas y se hacían fuertes en otras que adquirían singularidad.

El surrealismo se acompañó no sólo de un aparato teórico, sino también de un potente entramado editorial

Es interesante ver cómo el arte primitivo (especialmente el oceánico y el precolombino), que acaparó el interés de los surrealistas, como Ernst o Alberto Giacometti, apenas se formula por estas mujeres, tal vez por sentir un uso estetizante de esos elementos que podía tener paralelismos con la manipulación de lo femenino. Es más, la identidad ajena a lo occidental aparece tratada con respeto, admiración y sin sesgo de etnocentrismo, como acertamos a ver en la defensa de la negritud que encontramos en algunas obras de Toyen y Mallo. Una categoría que define al movimiento fue continuamente enunciada por buena parte de estas autoras. Nos referimos a la alteridad, a la facultad de ser-otro (u otra). Detrás de esta preocupación esencial, que podríamos destacarla como una aportación trascendental de las mismas al surrealismo, subyace una identidad líquida, o cuanto menos la negación de una identidad femenina estanca, lo cual suponía un ejercicio de reducción. Esta continua formulación de la alteridad es de una pertinencia extrema, un asunto que sigue siendo hoy tan emergente como entonces. Entre todas sobresale Claude Cahun, cuyas fotografías, en las que juega con el desdoblamiento, el disfraz o la máscara, poseen una altísima carga de performatividad, constituyéndose en antecedente de comportamientos y obras de artistas de las últimas décadas.

Es valioso que en esta selección aparezcan tres creadoras españolas: Maruja Mallo, Ángeles Santos y Remedios Varo. Es una oportunidad poder ver la obra de Nadja o Toyen, así como tener acceso a prodigiosas piezas de Leonora Carrington o Dorothea Tanning. Ciertamente muchas de ellas se contemplan como ‘activos’ del surrealismo desde hace tiempo, pero esta exposición sirve para difundirlas, continuar con un proceso de legitimación y –por qué no– a otorgarles un heroico papel de «enemigas interiores del surrealismo».

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