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Jim Dine, junto a esculturas de Pinocho, una figura recurrente en su obra.

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Jim Dine, junto a esculturas de Pinocho, una figura recurrente en su obra. Ñito Salas

Jim Dine: 84 años de rebeldía y libertad creativa, en el Centre Pompidou

El artista se anticipa a su presentación oficial en el Pompidou y se sincera sobre su obra. «No es una broma, le he dedicado toda mi vida a esto», dice sobre su arte, reunido en una exposición retrospectiva y autobiográfica

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Martes, 9 de julio 2019, 17:26

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La convocatoria era para ver a Jim Dine, el padre del 'happenig', interviniendo en directo una pared del Centre Pompidou de Málaga que sirve de antesala a su exposición. Pero al final de la cita ese mural seguía vacío, con los trípodes de las cámaras colocados esperando el momento en el que el artista de 84 años cogiera el carboncillo y escribiera allí mismo uno de sus poemas. No le apetecía, prefería charlar con la prensa sobre su creación. «El lujo es que tenéis al autor vivo aquí. No sean estúpidos y pregunten lo que les parezca», dijo frente a una de las 30 obras que componen la muestra. Por pura libertad o por simple rebeldía, el artista se adelantó a la presentación oficial que tendrá lugar este miércoles junto a la directora del Centre Pompidou París, Julie Narbey, y el director del Museo d'Arte Moderno del Centre Pompidou París, Bernard Blistène.

No hubo foto institucional ni rueda de prensa formal, eso será en unas horas. Lo que hoy había en el Pompidou sin nadie esperarlo era un artista frente a su obra con ganas de hablar (aunque al principio parecía lo contrario) y de sincerarse. «Estáis viendo 84 años de pensar y sentir con mi mano», ha expuesto. La exposición, abierta hasta el 6 de octubre, es una especie de autobiografía esculpida y pintada del propio autor, un recorrido por medio siglo de creación (de 1961 a 2016) a través de una treintena de obras donadas al Musée national d'art moderne de París. Se siente, confesó, «un pintor americano en París» y quería devolver parte del cariño y de la inspiración que ha recibido de este país. Pero tras ese «gran regalo» admitió que también había una razón «egoísta: la búsqueda de la inmortalidad». Sabe que la institución parisina va a «cuidar» su legado, que allí estará a salvo.

Y el arte para él es «toda su vida». «Esto no es una broma, le he dedicado toda mi vida a esto. Si te gusta bien, y si no también. No puedo hacer nada con eso porque yo tuve que hacer estas obras», sentenció con una actitud algo arisca que con los minutos fue dulcificando. Más adelante, volvería a insistir en ese argumento: «La palabra clave es 'necesario'. No puedo parar, es por lo que estoy aquí y es lo que hago. Si te gusta maravilloso; si no, no me importa, no puedo parar».

A sus 84 años, Jim Dine está de vuelta de todo tras décadas de búsqueda. De hecho, se define a sí mismo como un «minero que, en lugar de oro o carbón, busca temas y sentimientos». En los 50 sorprendió al mundo artístico con 'happenings' -performance artística multidisciplinar- como 'El obrero sonriente' (considerada de las primeras de su género), le asimilaron al pop art vinculando su nombre a Roy Lichtenstein y Andy Warhol por el uso de objetos cotidianos, conectó con el neodadaísmo, más adelante se apropiaría de elementos estilísticos de las culturas antiguas, se acercaría a la figuración para luego dejarse influir por el expresionismo abstracto y ahora incorpora la poesía a su arte total.

Ñito Salas
Imagen principal - Jim Dine: 84 años de rebeldía y libertad creativa, en el Centre Pompidou
Imagen secundaria 1 - Jim Dine: 84 años de rebeldía y libertad creativa, en el Centre Pompidou
Imagen secundaria 2 - Jim Dine: 84 años de rebeldía y libertad creativa, en el Centre Pompidou

Se inscriba en el estilo que se inscriba, siempre hay un sustrato común, unos temas recurrentes que le han acompañado durante toda su vida y en los que solo cambia su mirada a los 40 años, a los 50 o a los 70. «Es un proceso de adición. Los temas están ahí, los he hecho míos y han ido creciendo. Cuando haces algo tuyo, no quieres tirarlo y malgastarlo», explicó.

Por eso, a lo largo de la exposición se repiten los motivos con distintos tratamientos y enfoques. Las herramientas, las Venus, el albornoz, el Pinocho… Como explicó la comisaria Annalisa Rimaudo en una rápida visita introductoria, cada obra cuenta algo de la vida de Dine. El artista perdió a su madre con 12 años y se crió muy apegado a sus abuelos, que tenían una ferretería. Ese universo le fascinó desde niño y lo reflejó incorporando las herramientas como un elemento más de sus obras de arte. Algunas se pegan como si fueran brochazos, a modo de 'action painting', a otra de sus constantes: la Venus, una manifestación de la historia del arte y del estudio del propio cuerpo. Las decapita y las coloca a gran escala como un 'alter ego' suyo, la versión femenina que se contrapone a la masculina que muestra con su serie previa de albornoces.

Pero si hay una figura que le atrae desde la infancia esa es la de Pinocho. A partir del año 2000, la talla en madera simbolizando la «metamorfosis» del proceso artístico. «Como en el cuento, es capaz de insuflar vida a un trozo de madera», señaló la comisaria. Los corazones, como muestra de los elementos queridos y cercanos a su vida, ocupan otra sala de la exposición. El viaje por su vida y su arte termina en 'Sawhorse', una forma de auto representación en la que el artista no ha dejado de trabajar desde 1969 añadiendo restos de su actividad artística que se superponen como capas de sus distintas fases.

Todo envuelto en poemas escritos de su puño y letra en las paredes, como el que estaba previsto que hiciera frente a la prensa. Durante años mantuvo separada su producción poética de la pictórica y escultórica. «Pero soy yo. La relación que tengo con las palabras es la misma que tengo con los objetos y con la pintura. Todo viene del mismo lugar de mi estómago», detalló. Los que decoran ahora el Pompidou no tienen más de seis meses y suponen un cambio profundo en su forma de escribir. Dio el porqué: «Tuve que dejar de beber. No era alcohólico, pero me encantaba beber y bebía para escribir porque fluían las palabras», se sinceró. No es ningún drama -«He bebido durante 70 años, es suficiente», bromeó-, pero tenía miedo de que la poesía se marchara con los grados de alcohol. No fue así: «He conseguido algo diferente, una claridad de palabras que no tenía antes, una poesía más aguda, áspera y difícil para mí y para el lector porque dice más verdades», confesó, antes de aclarar que no tiene intención de predicar la moderación. «No me importa si beben o no», concluyó con su estilo crudo y directo. Pero esa aspereza es solo apariencia: «Gracias, han sido las mejores preguntas que me han hecho en mucho tiempo», se despidió entre aplausos de los asistentes.

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