Desde y hacia

La arquitectura ofrece a los habitantes de las ciudades, a través de las grandes obras, la posibilidad de que algunas de las construcciones o edificios no sólo se conviertan en la imagen gráfica –y, por lo tanto, reconocible- de las urbes, sino que arraiguen en el imaginario colectivo y adquieran la condición de símbolo. El símbolo excede la condición del icono. Esto es, un edificio puede ser un icono pero no poseer necesariamente unos valores que vinieran a simbolizar el espíritu o la Historia del lugar. Vivimos, además, tiempos en los que, tal vez por lo políticamente correcto o por un exceso de celo en la imprescindible laicidad de nuestro ordenamiento y sociedad, se tiende a cuestionar o menospreciar, obviando la importancia patrimonial, la condición de símbolos de algunos edificios religiosos. Surge esta suma de reflexiones ante el cúmulo de fotografías que conforman la exposición de Joaquín Bérchez (1950), en las que la catedral de Málaga se configura como 'leit motiv'. Dada la sucesión de imágenes que toma en el templo y desde distintas localizaciones y encuadres, la catedral asume una figurada condición de astro en torno al cual todo gira, empezando –como decimos– por el propio fotógrafo, que parece orbitar y nosotros, como espectadores de sus imágenes, con él y con ellas. Ciertamente, resulta imposible no pensar en la dimensión de símbolo de la catedral malacitana, que en las fotografías de Bérchez se alza majestuosa entre el caserío, mostrándose hegemónica y rotunda a nuestra llegada a la ciudad desde el mar. También, su naturaleza sintética y, muy especialmente, inconclusa, pueden otorgarle condición de metáfora o símbolo de la propia ciudad, que, en algunas de las fotografías que se exponen, se muestra diversa, caótica e imprecisa en sus límites.

Bérchez poetiza la realidad, de tal modo que nos muestra la catedral de una manera desconocida, revelando, que es tanto como decir desvelando, algo inadvertido en lo cotidiano –es lo que los surrealistas llamaron 'lo maravilloso', fruto de la sensibilidad e imaginación del artista–. Para ello, el fotógrafo busca encuadres que ayuden a transformarla, con lo que inicia un proceso de búsqueda de esos puntos desde los que mirar de un modo distinto el edificio. El historiador y fotógrafo se enrola en un proceso de búsqueda y hallazgo. No se conforma con ese 'retorcimiento' de la mirada, con esa localización de 'miradores' que la muestren diferente al usual modo de experimentarla, generalmente a pie de calle. Así, busca horas que vengan a bañar la fábrica de una luz áurea, la propia del amanecer y la puesta de sol. El templo no sólo se muestra majestuoso, sino como un resplandeciente joyel. En otras ocasiones, saca partido a los cielos plomizos que envuelven la fábrica bañada espectralmente con un cálido sol. Y no menos importante es la profunda sensación metafísica que trasminan sus imágenes. Bérchez suele fotografiar a horas tempranas, de modo que el entorno catedralicio aparece vacío, ajeno al trajín cotidiano del centro de la urbe y al trasiego de visitantes y turistas en torno a ella. Con todo ello, Bérchez nos asegura la pura delectación. Con verdadera fruición y asombro nos 'detenemos' a redescubrir un edificio que, en el mejor de los casos, se experimenta rutinariamente y sin ese afán del hallazgo.

Pero el ojo de Bérchez, como historiador de la arquitectura que es, no recorre exclusivamente la fábrica, con sus pormenores, contrastes de volúmenes y ritmos de espacios retranqueados y otros que avanzan. Su mirada atiende igualmente al entorno del edificio, a cómo se impone y relaciona con el viario y, en definitiva, con el organismo que resulta ser toda ciudad. Hay fotografías en las que la mole catedralicia, con sus ritmos y armonías, se confronta con la ciudad caótica, desordenada y, en algunos sectores, poco noble en cuanto a calidad arquitectónica. Son imágenes que ilustran las problemáticas locales con el urbanismo, que revelan el concepto de progreso que opera en una ciudad como ésta, que tantas veces ha despreciado la herencia, los valores patrimoniales y etnográficos del urbanismo y la arquitectura. Justamente, la exposición se inicia con una perspectiva de la catedral desde Gibralfaro, de modo que ésta se recorta sobre el arrabal histórico de El Perchel, el cual poco conserva de su añejo sabor, borrado por una arquitectura, por lo general, mediocre e inane.

Hace años, la catedral ya fue objetivo de una maravillosa empresa artística en la que se unieron poesía, artes plásticas y fotografía. Nos referimos al mítico segundo número de los 'Cuadernos formales' que editaba el Colegio de Arquitectos de Málaga. 'La ciudad velada' (1989) aunó los textos e ilustraciones de Rafael Pérez Estrada y la fotografía de Pepe Ponce. En los dibujos e imágenes fotográficas de ellos, como en las de Bérchez, el edificio centra todas las miradas y muy especialmente desde el mar y el ámbito portuario. La proximidad del templo al mar, aun mayor hasta hace poco más de un siglo, antes de la creación del parque en terrenos ganados al agua, influyó en su impronta, de rotunda fábrica cual fortaleza, con gárgolas a modo de cañones cual baluarte invencible y amenazante, un –nunca mejor dicho- aviso a navegantes. Su torre norte, su única torre, la que permite en ausencia de la torre sur el sobrenombre cariñoso de La manquita, hace las veces de hito que anuncia la ciudad a los que llegan por mar, quizá una compañera de la bicentenaria farola.

Las fotografías no sólo revelan un edificio diferente, sino la mirada perspicaz de Bérchez. En ese ejercicio de orbitar, centra elementos constructivos, se fija en el carácter inacabado del templo, no sólo la torre sur, respecto a cuya ausencia se abren posibilidades de contemplación. Algunas fotografías buscan una 'dicción' puramente objetiva. Es decir, elementos centrados, uso de la luz neutra o que no produce deformaciones, aparentemente sin trabajo de posproducción. La cuestión es que esa objetividad, gracias a la estratégica y perspicaz situación del fotógrafo, deviene profundamente subjetiva y caprichosa, naciendo justamente ahí esa capacidad reveladora. Otras, a diferencia de las anteriores, juega con picados y contrapicados. Muchas evidencian un interés por el eco y la multiplicación, tanto en su módulo constructivo como en su relación con el entorno. Lo vemos en el caso de los denominados 'cubillos' que flanquean la puerta de la calle Postigo de los Abades, quizás una de las singularidades fundamentales del templo, que encuentran un tercer volumen cilíndrico en el chaflán circular de un edificio próximo. Ocurre también con la perspectiva con la que dota el cuerpo de columnas de la torre sur, con un despliegue a modo de bosque; o en las cercanías de uno de los órganos, cuya audaz mirada se fija en el eco y vibración de los ángulos del 'dado brunelleschiano'.

Además de lo riguroso del trabajo de comisariado y del estudio en torno a la poesía que ha originado la catedral, desarrollados por Carmen González Román, debemos señalar lo acertado del cuidadísimo montaje, con luz puntual y escenográfica, lo que genera un profundo recogimiento que parece replicar la sensación que podemos experimentar en el interior del templo.