The Blaze en Marenostrum: no hace falta drogarse para volar
El reconocido dúo francés despliega su arte sonoro en Fuengirola, unos 90 minutos que se convierten en un viaje tan sensorial como cargado de nostalgia
No hace falta experimentar con drogas para sentir que se está flotando. Emocional, inusual, real, como si lo que sale de los altavoces te mete ... un buen gancho. Primero vacilas, luego sientes las rodillas temblequeantes, pero acabas conectando con una propuesta musical que, por algo será, llena auditorios por todo el mundo. The Blaze lo hizo ayer en Marenostrum, donde el dúo francés, formado por los primos Guillaume y Jonathan Alric, aterrizaró de la mano del sello malagueño Metrica.
La cartelera indicaba como aperitivo en el Castillo Sohail, entre otros, a Johnmeister o Miguel Payda. The Blaze estaba anunciado para las 23.00 horas. Así fue como comenzó un viaje sonoro que duró 90 minutos, con la habitual puntualidad que caracteriza a los eventos de música electrónica, en los que el silencio no se digiere muy bien.
Calificar el estilo de The Blaze resulta complicado. Lo de esta sábado en Fuengirola podría estar entre 'dancehall' o 'French House'. Aunque, seguramente, lo que más justicia hace es lo siguiente: The Blaze ya ha dibujado una categoría propia. Una nueva dimensión que está hecha para cerrar los ojos, permitir la nostalgia y olvidar, por un momento, el sentido de la ubicación.
Los que han visto alguna vez al dúo francés peregrinaron con la esperanza de revivir sensaciones. Los que se estrenaron en Marenostrum se alegraron por pertenecer a ese grupo de personas que se podían embarcar a esta música sin marcos preconcebidos. La primera vez nunca se olvida.
Tampoco con The Blaze. A la media hora de actuación, ya colgaba en el ambiente una nube de nostalgia generada por esos elementos sonoros que tanto caracterizan a los primos Alric. Tonos cardíacas creados artificialmente, que se alternan con acordes de piano que resuenan con mucho eco. Acompañado por una voz masculina que se ralentiza hasta extremos en la frecuencia ('pitch').
Al actuar en formato de 'dj set', intercalaban trabajos de otros artistas. Pero los momentos álgidos siempre llegaban con los de producción propia, como ese arranque con 'She'.
La combinación de todo crea un estado en el que no sabes si llorar, reír o bailar. Lo que importa para The Blaze son las emociones, da igual cuáles. Bajos como una apisonadora y melodías minimalistas llevan al cuerpo a un estado de trance. Si se presta mucho la atención, hay sonidos que recuerdan a creaciones a lo Kalkbrenner o Moderat. Pero no se puede negar que The Blaze siempre es The Blaze y con toda la autenticidad. No se adapta al 'mainstream', pero el dúo sí es apto para las masas.
En Marenostrum se pudo comprobar otra vez que el poder The Blaze radica en la reducción, que el menos es más. Libre de ese lastre maximalista de 'samples' y 'features', las canciones pueden narrar historias de anhelo personal ('Virile'), deseo ('She'), dolor ('Queens') o consuelo ('Breath').
Si a esta experiencia se suma que los dos son unos productores cinematográficos de primer nivel, el espectáculo se acompañó con unos visuales que son casi tan reconocidos en el mundo como la propia música. En Maresnostrum se pudo ver esta simbiosis perfecta entre música e imagen. Sin adornos innecesarios, un medio apoya al otro, pero sin que exista una interdependencia.



No todo fue coser y cantar. Cabe preguntarse hasta qué punto es normal la sobrepoblación de personas que había sobre el escenario, entrando y saliendo, cruzándose por delante de la pantalla, a lo largo de toda la actuación del dúo francés.
Unos para hacer fotos (justificado), pero muchos otros para hacérselas a sí mismo, siguiendo, seguramente, el triste latir de los tiempos: no importa disfrutar del momento, importa el rastro que queda en las redes sociales. Demasiado ruido para la escenografía de The Blaze, que se nutre y vive de una estética pulcra y depurada.
La sesión peligró, por momentos, por sendos cortes de luz. No tardaron en solucionarse, pero fueron dos instantes de anti-climax que sacaron al público de su trance. Un tercer corte hubiera sido criminal, la puntilla. No llegó, afortunadamente, y los últimos 45 minutos fueron un ascenso continuo de felicidad sonora. The Blaze cerraron su viaje nostálgico con el 'Time to Dance' de Anthonin Ternant.
Así se fue la noche en el Castillo Sohail, flotando entre aquello que pudo ser y no fue, pero que quedará ahí para siempre como uno de los mejores recuerdos que te deja la vida.
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