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Las colas eran habituales en los cines malagueños en los años 60, lo que provocó la proliferación de la reventa de entradas. Colección Arenas. Archivo UMA/ Centro de Tecnología de la Imagen
Cuando la reventa dejaba sin entradas los cines de Málaga

Cuando la reventa dejaba sin entradas los cines de Málaga

En los años 60 se popularizó esta práctica clandestina que provocó protestas de los espectadores, escándalos a pie de taquilla y detenciones de los infractores. Pero fue una lucha sin éxito

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Domingo, 4 de marzo 2018

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El sistema ha cambiado, pero el mecanismo viene a ser el mismo. Miles de fans esperan pacientemente turno en las colas digitales para comprar entradas para grandes conciertos, musicales o partidos de gran rivalidad, pero cuando les toca se llevan la decepción: ya no quedan entradas. Una desilusión que se transforma en indignación cuando automáticamente las webs de reventa ofrecen esas mismas entradas oficiales a precios que pueden llegar a doblar o triplicar la tarifa original. Cantantes como Alejandro Sanz han levantando la voz contra este abuso que, en la época analógica, se practicaba a pie de taquilla. Y se extendía a todo tipo de espectáculo susceptible de colgar el cartel de 'No hay billetes'. Incluido el cine para desesperación de los espectadores.

El problema fue especialmente escandaloso en los años 60. Una época en la que la principal actividad de ocio de los malagueños era ir al cine, particularmente, los fines de semana. Las emisiones de TVE en la capital no fueron nítidas hasta el año 1962 y, durante toda aquella década, el televisor era un artículo de lujo, por lo que la pequeña pantalla no era rival para la grande. No obstante, los profesionales de la reventa se apoderaban de las entradas para revenderlas de extranjis por el doble de su precio original, lo que no tardó en convertirse en un escándalo que originó incidentes a pie de taquilla.

«Me parece muy bien que a fin de que todos podamos ir al cine en los días festivos y no guardar cola para sacar las entradas en las funciones numeradas, los empresarios de estos locales las pongan a la venta con un día de anticipación. Lo que me parece muy mal es que ciertos individuos desaprensivos compren de 70 a 80 entradas de las filas mejores y cuando uno va a comprarla, a poco tiempo de abrir las taquillas, no queden más que de la fila siete hacia abajo y tenga que comprarlas de reventa, pagando de tres a cinco pesetas más por cada una», se quejaba A. Domínguez en las páginas de SUR el 16 de septiembre de 1961.

Las denuncias como ésta se multiplicaron y no sólo llegaron a la prensa, sino también a las autoridades. Así, un mes después, la policía detuvo con el taco de localidades en la mano a dos reventas, que para más señas eran vecinos y vivían en la trinitaria calle Jaboneros, que fueron sancionados con sendas multas de 3.000 pesetas -18 euros al cambio actual- cada uno por 'traficar' con entradas de cine. No fueron los únicos. En las inmediaciones del Andalucía, detuvieron a otro par de profesionales de la reventa y en este caso, la pena fue de cinco días de arresto domiciliario. No obstante, ni la persecución policial ni las multas consiguieron mitigar este negocio fraudulento a la vista de las protestas continuas de los espectadores y las ganancias de los taquilleros clandestinos.

Escándalo en el Echegaray

Los precios más altos en el mercado de entradas B se alcanzaban precisamente en las épocas de mayor asistencia y consumo, como las fiestas navideñas cuando las localidades volvían a escasear en ventanilla y a abundar en las esquinas de los cines. Una situación que provocó que en el cine Echegaray se originara un «escándalo» por las protestas de los espectadores que «desde antes de las diez de la mañana del día 25 (de diciembre) hacían cola para adquirir entradas«, pero se encontraron «con la desagradable sorpresa de que sólo había localidades de la fila primera a la quinta en el patio de butacas y prácticamente ninguna en el anfiteatro», denunciaba José Rodríguez Hernández, que había madrugado aquel Día de Navidad para adquirir sus pases para ver lo último de sir Alfred Hitchcock, 'Psicosis'.

Como esa Janet Leigh indefensa en la bañera bajo el cuchillo de la madre de Anthony Perkins se sintió este espectador malagueño cuando un reventa se le acercó para ofrecerle unas entradas con una sonrisa y un precio que parecía una puñalada hichtcockiana. José Rodríguez se quedó sin ver aquella película que iba para clásico y con un enfado que lo llevó a acusar públicamente al cine de complicidad con esta situación. Además de denunciar que aquellos abusos se repetían «en el Victoria, en el Andalucía o en cualquier otro local en donde se anuncie alguna película interesante».

Su crítica provocó una airada respuesta del cine Echegaray, que negó las acusaciones de connivencia con esta inflación del precio de las butacas en la calle y se preguntaba: «¿Cómo evitaría usted que vayan diez personas a una taquilla a sacar cuatro entradas cada una, que al final son cuarenta para la reventa?». Así, la empresa del popular cine se sentía también víctima de esta situación ilegal y no dudó en asegurar que «la reventa clandestina de entradas de espectáculos está tomando caracteres vergonzosos», por lo que apelaba a la intervención de las «autoridades».

Pero el problema, lejos de solucionarse se siguió reproduciendo y saltando regularmente a la prensa, ya que la reventa se convirtió en habitual todos los fines de semana. Y el precio llegaba a ser el doble que el oficial, que de por sí ya era más caro por ser sábado o domingo. Además, los reventas lo tenían todo organizado para desaparecer en cuanto asomara un guardia. «Hemos visto cómo los uniformes no son prácticos en este caso, pues 'los ven de venir'. Policías o guardias, pero de paisano, que se acerquen a ellos y los multen y castiguen como se merecen. De no ser así, llegará el momento en que ninguna familia podrá ver una película los domingos sin pasar antes por las manos de estos desaprensivos», se quejaba un espectador en 1963.

Su denuncia, en boca de otros aficionados al cine que sufrían igualmente estos abusos, se fue repitiendo durante toda la década y ya en los 70 la reventa también llegó a otras salas con glamour, como el Astoria. Pero lo que no pudieron las multas, lo logró la televisión. El color comenzó a ser cada vez más habitual a partir del año 1972 y los televisores moderaron sus precios e invadieron las casas de miles de espectadores. La asistencia a las salas comenzó a disminuir... y los reventas perdieron su interés por Hollywood.

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