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En este 2018 se han cumplido diez años desde que el Ayuntamiento de Málaga rescató el cine Albéniz con la desafortunada idea de convertirlo en un teatro de variedades y para público familiar. Muchos lectores recordarán que aquel anuncio fue recibido por muchos como una verdadera tragedia cultural que se vio materializada en una movilización ciudadana discreta pero insistente: se celebraron proyecciones gratuitas en la calle Alcazabilla de películas como 'Cinema Paradiso', se recogieron firmas y se organizaron concentraciones que pedían la vuelta del Albéniz como cine. Concretamente de la Cinemateca. Todo esto unido a algunos argumentos respecto a la disparatada candidatura malagueña a capital europea de la cultura y a una moción de Izquierda Unida (aquí hay que recordar que a este grupo político también le debemos la iniciativa del propio Festival de Málaga) hicieron posible la marcha atrás. Se invirtieron en total nueve millones de euros, unos 7 por la compra del inmueble y menos de 2 por la rehabilitación de unas salas de cine que ya lucían un desfase importante. Una ciudad que pretendiera relevancia cultural no podía dejar su centro sin un cine, mucho menos con la intención de apropiarse el único que había para inventarse un teatro inútil que habría competido con otros que existen en el meollo de la capital malagueña.

Cuando el renovado cine Albéniz recuperó su programación, justo después de la edición de 2010 del Festival de Málaga, en solo 10 días más de 1.400 usuarios se apuntaron al Club Albéniz. Me acuerdo de que no todo fueron loas a su estreno: en un primer momento su programación se dedicó al cine estrictamente comercial y doblado, relegando la versión original a la minúscula sala 4 y haciendo de la función pública una mera réplica de la comercial. Esta decepción provocada por la tibieza de su apuesta cultural fue pronto corregida por una programación estable de cine europeo e independiente, estrenos especiales y una cuidada atención al cine español. Ahí ahora mismo por ejemplo aguanta desde hace varias semanas la producción de José Antonio Hergueta, 'Sin Fin'. Además, en el Albéniz también organizan unos ciclos imperdibles de cine clásico llamados 'La edad de oro', con películas que muchos no hemos sido capaces de ver en un cine por cuestiones biológicas. O películas de estreno que, sin tener mucho recorrido en las salas comerciales, atesoran los nombres de algunos de los directores más respetados del momento en los festivales de todo el mundo. La tercera edición de 'Beat', una muestra dedicada al cine de autor, se celebrará del 7 al 13 de diciembre a una película por día en el 'prime time' de la cultura que son las ocho de la tarde.

Ahora cuesta pensar en qué habría sido de nosotros si las pretensiones del Ayuntamiento se hubieran cumplido y el Albéniz fuera ahora un teatro para niños. Para empezar los festivales de cine que se celebran en la ciudad, desde el Fancine hasta el de cine francés pasando por el propio Festival de Málaga, no tendrían un lugar decente y céntrico en el que enseñar su contenido. Pero, más allá de las circunstancias excepcionales, sin el cine Albéniz no habríamos tenido la oportunidad de ver algunas de las cintas más relevantes de cada temporada, en especial desde el punto de vista de la crítica pero también muchas sorpresas del público. Tampoco se puede negar que la una cadena privada como Yelmo hace esfuerzos por reivindicar las sesiones en V.O. en la provincia, en particular los martes, seguramente algunas veces con poco o ningún beneficio, pero habría resultado incomprensible que una ciudad como la nuestra no tuviera salida para el cine en versión original en un cine público, una sala que sostiene el precio de sus entradas y de su bar con normalidad y sin exageraciones. Un cine al que vayan los cinéfilos y los vecinos; una sala a la que vayan las señoras, esas a las que algún día habría que levantar un monumento porque al final las señoras son las grandes sostenedoras de la cultura y de sus actos. Sin el cine Albéniz, Málaga sería demasiado pequeña como para ser 'cool'.

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