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Puesto a caminar, buena idea es hacerlo en el Museo Ruso. ÑITO SALAS
Caminar

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Línea de fuga ·

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Domingo, 3 de marzo 2019, 00:10

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Caminar la ciudad se ha convertido en un acto de desobediencia, en una pequeña revolución íntima y silenciosa. Como de casi todo lo importante, me he dado cuenta un poco tarde, esta Semana Blanca, con la rutina cambiada como el paso cotidiano y la ruta modificada del colegio al taller del Museo Picasso Málaga. Y cada mañana, bajando en el coche desde la autovía hasta el centro de la ciudad, he visto la calle principal de mi antiguo barrio salpicada de cacharros oscuros tirados en la acera de cualquier manera, otras veces alineados junto a un semáforo, en una esquina, apuntalando una pared o en cualquier otra parada imaginaria delimitada quizá por una lógica que sólo entienden ellos, ahí plantados con la descuidada soberbia de quien se sabe conquistador de un territorio hasta hace poco vedado. Porque hasta ahora he creído que mis padres vivían en un barrio, pero resulta que no, que viven en el perímetro del centro histórico, de modo que los usos y costumbres de aquel lugar, la prevalencia de la escenografía entregada a lo ajeno, se ha traslado hasta las calles de mi infancia. Y como desde chico tiendo al melodrama, he asumido el brote de las máquinas varadas en la acera como el penúltimo episodio en la derrota por fascículos de una manera de entender la ciudad que por lo visto ya no se lleva, porque no es moderna, divertida y funcional.

A esta reivindicación del paseo me he entregado con el fervor del converso, llevado a ese convencimiento por el precio del combustible y la imposibilidad del aparcamiento, con la moto metida en una funda desde la paternidad y la certeza de que tardo y gasto menos cuando camino que cuando conduzco en el meollo de la ciudad. Y con las mismas he buscado y encontrado en medio de la leonera de la habitación al fondo del pasillo de casa un libro editado con el esmero de Siruela y con el tamaño justo para echarlo en el bolsillo interior de la cazadora. De ahí lo he ido sacando esta semana en medio de alguna espera cotidiana. Entonces abría 'Elogio del caminar' del antropólogo francés David Le Breton, le pasaba el pulgar por el filo de las páginas como quien baraja un mazo de cartas y me iba topando con fragmentos subrayados hace tiempo: «El vagabundeo, tan poco tolerado en nuestras sociedades como el silencio, se opone así a las poderosas exigencias del rendimiento, de la urgencia y de la disponibilidad absoluta en el trabajo o para los demás (convertida, con la aparición del teléfono móvil, en una caricatura)».

Rendimiento, urgencia, caricatura. La ciudad como espacio rentabilizable, apremiante, el paisaje de cada día reducido hasta la caricatura cuando se trata de espacios libres para la convivencia. Así las plazas sin sombra, los bancos duros huérfanos de respaldo, las aceras menguadas hasta el pasillito indispensable que dejan las terrazas de los bares para que pasen las ruedas del equipaje de mano y de los patines con motorcillo. Ir como un relámpago de un lugar a otro, eficaces, rápidos y ecológicos. Olvidar la marcha, la charla, el encuentro fortuito y el silencio, toparte con el limpiabotas del Café Central, vestirte de extranjero en tu propia casa para dejarte ganar por el vaivén de tus pasos. «La modernidad es el advenimiento del ruido. (...) El único silencio -provisional- que conocen nuestras sociedades es el de la avería». Porque parece un fallo del sistema, un error de Matrix, la posibilidad de caminar por ejemplo desde el centro hasta Tabacalera. Media hora de paseo en esta semana robada a la primavera. Llegar a la antigua fábrica por la ribera marítima, descubrir su fachada medio escondida entre dos nuevos edificios de viviendas construidas para recordarnos que la crisis, como el infierno de Sartre, son los otros. Ver la plaza prometida hace casi una década ya esbozada y esperar que sea el principio del fin del olvido municipal hacia todo lo que representa la Colección del Museo Ruso.

Puestos a caminar, buena idea es hacerlo por el Museo Ruso, por el Picasso antes o después de recoger a V del taller de Semana Blanca. Los dos estrenan exposiciones. Tres en Tabacalera, donde el listón sigue bien alto, y una en el Picasso sobre Olga Khokhlova. Esta última nace de lo encontrado en un baúl como el que han hecho esta semana V y sus amigos del taller del museo. Ahí han ido metiendo los trabajos de cada día hasta que el viernes salió con su cofre y todas sus obras dentro: los dibujos, la escultura de plastilina, el casco de colores, los collages... Sacaba cada una y la iba explicando con detalle, cansada pero contenta, mientras subíamos juntos la calle xxx de la mano. Hablando, riendo, caminando.

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