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Antonio Soler, junto a Manuel Alcántara en una imgen de archivo. C. Moret

Alcántara

Recordando a Rilke nos decía que las victorias no importaban, que lo único que importaba era sobreponerse. La vida es eso

Antonio Soler

Jueves, 18 de abril 2019, 13:23

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La Olivetti ha dejado de sonar, se ha hecho el silencio tan temido. Esos libros vacíos, repentinamente sin dueño. La foto con los puños levantados, ... boxeador vencido por los años, púgil juvenil que vivió el sueño de los poetas, herido de literatura. Ya están las teclas quietas y el corazón sin pulso. Los dedos de marfil, transparentes y con piel de pergamino, descansan en un pecho hundido. Hoy todos somos más pobres. Entra en el mar, ese mar en el que él se abismaba, un trozo de cada uno de nosotros como aquellas barcazas en las que los guerreros hacían el último viaje. Dos monedas en los ojos para pagar a Caronte. Alcántara era una voz y una mirada, unos ojos esquinados que miraban el mundo con sospecha y emitían un fulgor luminoso cuando reconocían a un amigo. Alcántara era memoria y era agilidad. Su cerebro tenía mejor baile de piernas que el mejor de su más amado peso ligero. Siente uno esa pena huérfana de los que se quedan al raso y saben que un hilo con la vida se les ha cortado para siempre.

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