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Sr. García .
El ajedrecista taxista de Nueva York
Cuentos, jaques y leyendas

El ajedrecista taxista de Nueva York

El ucraniano Nicolas Rossolimo es conocido por la variante de una defensa de ajedrez que lleva su nombre, pero su vida fue la de un artista polifacético e irrepetible

manuel azuaga herrera

Domingo, 31 de enero 2021, 01:10

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La historia de hoy comienza por el final. Un final catastrófico y con aroma a misterio. Porque quién sabe qué le ocurrió realmente a Nicolas Rossolimo cuando, según cuentan, tropezó por unas escaleras y se golpeó la cabeza. Al parecer, Rossolimo salió de la casa de un alumno al que instruía en el juego-ciencia, como tantas veces hizo a lo largo de su vida, más por necesidad que por vocación. Tras el golpe seco, permaneció inmóvil durante horas, hasta que alguien lo encontró y lo trasladó de urgencia al hospital St. Vincent´s, en el barrio de Greenwich Village de Manhattan, Nueva York.

Estuvo en coma tres días, como si buscara una jugada intermedia que le salvara del jaque mate que le estaba acechando. Murió el 24 de julio de 1975, con 65 años, uno más que las casillas de un tablero de ajedrez. No es un dato casual, Rossolimo siempre le dio al juego mucho más de lo que éste le devolvió. La versión oficial de la policía certificó el deceso de Rossolimo como un desgraciado accidente, pero hubo rumores que apuntaron a otras circunstancias. Su afición a la bebida salió a relucir. En cambio, otros (imagino que sus más cercanos) hablaron de un asalto, de delincuentes callejeros tan de poca monta que provocaron la tragedia. A decir verdad, su biografía es una tragedia. Una maravillosa función teatral con cierre súbito de telón y fundido en blanco y negro: el mate de la escalera.

Spiridon Rossolimo, el padre de Nicolas, fue un retratista ruso de origen griego que trabajaba para el ejército ruso. En los primeros años del siglo XX, lo enviaron a Manchuria para que pintase la contienda contra los japoneses. Al mismo tiempo, sin él saberlo, una periodista y escritora ucraniana que firmaba bajo el pseudónimo 'Globe Trotter' acudió también a la misma zona como reportera de guerra. En medio del conflicto bélico, surgió el amor. Se casaron y tuvieron dos hijos: Alexander (1908) y Nicolas (1911). Cuando Nicolas tenía solo seis meses, Spiridon fue acusado de colaborar en el asesinato de Piotr Stolypin, primer ministro del zar, así que huyó en cuanto pudo, pero dejó a su mujer y a sus dos hijos en Kiev. Tras un periplo lleno de aventuras, Spiridon se instaló en Nueva York y abrió el Studio Spiro, donde siguió pintando. Xenia, su mujer, no lo tuvo nada fácil en los tiempos de la Revolución y la cosa se puso aún peor con la llegada al poder de Stalin. Algunas fuentes cuentan que los comunistas la confinaron en un sótano, por culpa de su perfil intelectual y cosmopolita. El caso es que en 1929, gracias al pasaporte griego de su marido, Xenia logró escapar de la URSS, pasó por Checoslovaquia y, finalmente, como dominaba el francés, se enrocó con sus dos hijos en París.

Para entonces, Nicolas era ya un adolescente que, gracias a las lecciones de su madre, había destacado como un joven talento del tablero. El primer problema de ajedrez que le publicaron en un periódico es una joya táctica y de cálculo que inventó con solo 16 años. Rossolimo buscó en París dónde seguir progresando en su juego. Pronto se hizo asiduo del Café de la Régence, un templo del ajedrez, y del Círculo Potemkine, club fundado por otro exiliado ruso, Piotr Potemkine, al que se le atribuye el lema de la Federación Internacional de Ajedrez: 'Gens una sumus', que viene a traducirse como «Somos una familia».

El ajedrez no le daba a Rossolimo para vivir, menos aún para sus juergas nocturnas, la bohemia y el cabaret. Empezó a trabajar como taxista, como hicieron muchos apátridas y desterrados en busca de un sustento. Las calles de París se convirtieron en su nuevo tablero mental, pero su pasión por el juego seguía agitando su corazón. Nicolas empezó a destacar cada vez más en los círculos ajedrecísticos. Se puso bajo la tutela de Camil Seneca, un poeta, músico y notable problemista de origen rumano. Algún día alguien debería rescatar la fascinante historia de este personaje. En 1934, Rossolimo ganó el torneo de ajedrez de París, un título que logró hasta en siete ocasiones. Y en 1938, Rossolimo quedó segundo en un fuerte torneo que se disputó en la capital francesa, tan solo por detrás del excampeón del mundo José Raúl Capablanca. Estas actuaciones consolidaron su fama de jugador atrevido y sus partidas solían ser obsequiadas con el premio especial a la belleza. Su estilo de juego era táctico e imprevisible. Hubo quien le sugirió que actuara de un modo más sólido, que no arriesgara tanto, pero Rossolimo lo dejó claro: «¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Cambiar mi estilo romántico y convertirme en un cazador de puntos? No, lo siento pero no lo haré. Lucharé por el arte del ajedrez. Jamás me convertiré en un monstruo».

El romanticismo de Rossolimo también operaba fuera del tablero. Se casó con Vera, el amor de su vida, con quien tuvo un hijo al que llamó Alexander, en honor a su hermano, del que, por cierto, poco o nada conocemos. Rossolimo jugaba entonces con nacionalidad estadounidense. Hasta que su madre, en 1947, se marchó a Nueva York para reunirse con su marido, al que no veía desde hacía más de 30 años. Es entonces cuando Nicolas decidió quedarse y se nacionalizó francés. Al poco, en 1948, Rossolimo se convirtió en el campeón de ajedrez de Francia y representó al país galo en la Olimpiada de 1950 celebrada en Dubrovnik (Croacia), donde firmó una actuación irregular. Una curiosidad muy citada sobre Rossolimo es que, en sus años parisinos, logró ser cinturón marrón de judo. Me divierto con la posibilidad de que su habilidad en el arte de inmovilizar al contrario también influyera en la configuración de su estilo de juego y de ataque. Su mujer, orgullosa, dijo de él: «Mi marido juega como un genio, es un artista, ejecuta una maravillosa combinación…y te mata como a un pollo».

El primer problema de ajedrez que le publicaron en un periódico es una joya táctica y de cálculo que inventó con solo 16 años

Además de como taxista, trabajó en Nueva York como botones en el hotel de lujo Waldorf-Astoria y hasta tocó el acordeón

En 1952, Rossolimo se enrocó en largo: decidió emigrar a Nueva York con Vera y su hijo Alexander (12 años) con la idea de reencontrarse con sus padres y prosperar en su carrera ajedrecística. Sin embargo, años más tarde, suspiró con aire lacónico: «Decidí ir a Estados Unidos y realmente es un país ideal para mi esposa, también para mi hijo, para todos es un mejor país, excepto para los jugadores de ajedrez». En efecto, la vida de un ajedrecista no era fácil en el suelo americano de los años 50, sobre todo por la ausencia de torneos y las exiguas bolsas de premios. Rossolimo jugó lo que pudo y en 1955 ganó el Abierto de Estados Unidos, empatado en el primer puesto con el prodigio y gran maestro Samuel Reshevsky, pero con mejor desempate. El premio para el campeón fue recibir un Buick Century, un coche muy elegante que Hollywood puso de moda. Permítanme un apunte, por si algún lector tiene curiosidad: Alfred Hitchcock usó estos vehículos tan estéticos en 'Vértigo' (1958) y en 'Los pájaros' (1963). La verdad es que no sé si fue o no como imagino, pero Rossolimo volvió a bajar la bandera como taxista, esta vez en Nueva York, en los alrededores de Greenwich Village, por lo que cabe pensar que lo hiciese en el interior del Buick Century, ya tuneado. Sin embargo, leo en alguna fuente que no, que lo vendió rápidamente.

Además de taxista, Nicolas trabajó como botones en el hotel de lujo Waldorf-Astoria, se las apañó para ganar algo de dinero jugando partidas en el mítico Manhattan Chess Club y hasta tocó el acordeón. Cualquier oficio cumplía el guion de su particular sueño americano. En 1958, Rossolimo invirtió casi todos sus ahorros (1.400 dólares de la época) en abrir el Rossolimo Chess Studio, un lugar donde se jugaba al ajedrez, se vendían libros o se tomaba una copa. «Mis amigos pensaron que estaba loco», reconoció Rossolimo. El estudio permaneció abierto más de 15 años y, aunque Nicolas no pudo abandonar el taxi, sí que le trajo la oportunidad de seguir disfrutando del ajedrez en un ambiente desenfadado por el que desfilaron con frecuencia Bobby Fischer (allí leyó muchos libros en ruso) y Marcel Duchamp, amigo íntimo de Rossolimo. En 1962, Nicolas grabó un álbum donde pone voz a 14 canciones populares rusas. La producción corrió a cargo del sello neoyorquino Kismet Records Cat. y fue Duchamp el que diseñó la portada y contraportada del disco. La imagen de Rossolimo queda enmarcada en un tablero de ajedrez.

El gran maestro español, hoy afincado en Suecia, Juan Manuel Bellón es una leyenda viva del ajedrez. Una mañana de diciembre de 2019, en Málaga, me contó que conoció a Rossolimo. No me acuerdo de los detalles, pero sí de que hubo algo más allá de la simple coincidencia en el tablero. Escribo a Bellón para que me refresque la memoria y me encuentro con una historia maravillosa. «Yo jugué contra él en el Torneo Costa del Sol de 1970, en el hotel Málaga Palacio de la capital. Hicimos tablas. Muy poco después abandonó Málaga y se fue de nuevo a Nueva York», recuerda Bellón. «Su amigo griego Stravos me enseñó el estudio de ajedrez que Rossolimo había montado en un piso alquilado de Torremolinos. No llegué a entrar, solo lo vi», puntualiza. «Vera, la mujer de Rossolimo, se encargaba del bar del estudio. Allí se jugaban partidas y funcionaba como un club social. No sé cuánto pudo durar aquello, pero lo vi».

Bellón continúa por la gran diagonal de los recuerdos: «El que conoció muy bien a Rossolimo fue mi buen amigo Igor Tzebrikov, georgiano pero residente en Benalmádena. Los dos hablaban ruso. Durante muchos años, Igor fue el secretario particular del rey de Georgia en el exilio. Y amaba el ajedrez». Resulta que «Rossolimo le regaló a Igor un disco de música que había grabado [¡el disco de Duchamp!] y nada menos que Boris Spassky se enteró de la existencia de ese álbum de canciones rusas, así que se lo pidió prestado a Igor para hacerle una copia. Igor, a su vez, me lo dio a mí, por lo que me paseé por media Europa con la esperanza de entregárselo a Spassky. Pero, por desgracia, no volví a cruzarme con él en ningún torneo y, al final, se lo devolví a Igor».

Hace años que conseguí los audios del disco de Rossolimo. Los títulos están en inglés, pero Nicolas canta en ruso. Pongo el primer tema de la cara A en el ordenador: 'What do I care'. La voz de Rossolimo exhuma nostalgia. Es una voz que conmueve. Sin duda la voz de un artista, dentro y fuera del tablero.

Fin de la tragedia.

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