HABLAR Y VIVIR

FRASES

Antonio Garrido

Domingo, 14 de mayo 2017, 10:34

Un apartado fundamental de cualquier lengua es el de la fraseología. Todos los idiomas tienen un repertorio más o menos extenso de estructuras que se ... repiten en el lenguaje coloquial. Son formas expresivas que van de generación en generación. Es opinión común que nace del pueblo y no de los textos. No es exactamente así. El camino habitual es efectivamente un origen anónimo que se generaliza y que se recoge en los textos; así la obra de Lope de Vega, La codicia rompe el saco, la de Calderón Fuenteovejuna, todos a una, la de Tirso de Molina, El rábano por las hojas, la de D. Ripoll, Quien al cielo escupe, a la cara le cae, un sermón de Fray Gerundio en la obra del Padre Isla, A muerto y a idos, no hay amigos. Un magnífico ejemplo es Quevedo que conocía admirablemente el lenguaje coloquial y que emplea formas como: «corrido como una mona», «fresca como una lechuga», «beber los vientos», «duelos y quebrantos» y muchas otras. En la tradición literaria el uso de estas formas caracteriza al pueblo llano como sucede con Sancho Panza y con todas las putas que emplean frases fijas, en este caso refranes, sin parar. También van estas formas de los textos a las gentes que las hace suya. Uno de los casos más usados es el de «ser o no ser» de Shakespeare. Es clásica la afirmación de que los versos de un autor son verdaderamente del pueblo cuando este los repite y olvida quién los escribió.

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Las frases que me interesan son las fijas, aquellas que han quedado acuñadas en el tiempo y que no cambian, no pueden cambiar porque se alteraría su significado. Se pueden agrupar por núcleos temáticos como las que se refieren a la climatología, al campo, a los toros, a la política, a las suegras y a tantos y tantos ámbitos.

Es una fuente de información y de placer inagotable. Normalmente no se conoce su origen y este suele ser muy curioso.

«A buenas horas, mangas verdes». Se aplica en general al retraso de alguien o de alguna cosa que se esperaba. Es enigmático lo de mangas verdes. Parece que se refiere a los componentes de la Santa Hermandad, especie de policía del tiempo de los Reyes Católicos. Lucían uniforme de color verde y eran muy ineficaces. Siempre llegaban tarde.

«Atar los perros con longaniza». Se emplea para referirse a la exageración y a la ostentación, frecuentemente en forma negativa: «No te creas que allí (póngase el lugar que se quiera) atan a los perros con longaniza». El origen parece que hay que buscarlo en el pueblo de Candelaria, provincia de Salamanca. Era famoso por sus chacinas. El propietario de una empresa de fabricación, Constantino Rico, El Choricero, que fue pintado por Bayeu, era un próspero industrial. Una de sus empleadas tuvo una urgencia y no se le ocurrió otra cosa que amarrar a su perro con una ristra de longaniza. Entró un muchacho y al verlo, salió corriendo y gritando la frase. Advertiré que muchas de estas frases tienen varias explicaciones y, a veces, es difícil determinar la más cierta.

«El canto de cisne». Es la última actuación de una persona o su última obra. Marcial y Virgilio, que de tan antigua prosapia procede la frase, seguro que la escriben sin saber que los cisnes no cantan, hacen un ruido y no muy agradable por cierto pero la tradición determina que al morir lanza un canto dulce y melodioso.

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«Como Pedro por su casa». Moverse con desenvoltura en lugar que le es ajeno; incluso, con prepotencia. ¿Quién es Pedro? En el refranero aparecen varios casos que tienen a este personaje como protagonista. Es lo que se conoce como personaje folclórico, de la tradición oral en casi todos los casos, pero no falta quien encuentra el origen en la toma de Huesca por Pedro I de Aragón. La resistencia fue muy escasa de donde: «Entrarse como Pedro por Huesca».

«A tontas y a locas». Hacer algo de forma aturdida, sin preparación y con resultados desastrados. La frase tiene este sentido que aparece en los versos que preceden al texto del Quijote cervantino. Tiene también su sentido literal que es claramente misógino. Nos trasladamos a principios del XVII. Se atribuye al agustino fray Juan Farfán la frase que aplicó a unas monjas a las que tenía que predicar y no había preparado nada pero no le importó porque hablaba «a tontas y a locas».

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