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Francisco Griñán
Domingo, 16 de abril 2017, 00:07
«Hemos encontrado un muro muy gordo». La frase no se le olvida a Ana Arancibia. Se la dijo su compañera María del Mar Escalante, cuando subió como poseída de las catacumbas del Palacio de Buenavista para darle la noticia. «¿Gordo?», inquirió ella sin atreverse a decir la palabra que le estaba pasando por la cabeza. «Sí... gordo», le contestó su compañera arqueóloga que tampoco se atrevía a verbalizar lo que ambas intuían. Lo que una ni otra querían pronunciar en voz alta era fenicio. Y no lo querían decir porque estaban ante uno de los hallazgos más importantes de la arqueología malagueña de las últimas dos décadas: habían encontrado los orígenes de Malaka en los siglos VII y VI antes de Cristo. Lo que Arancibia, con esos muros «gordos» de fondo, llama: «Los padres fundadores de la ciudad». Una Málaga subterránea que se puede conocer entrando en las entrañas del Museo Picasso y que, a modo de ruta por más de veinte siglos de arqueología, se puede completar con la visita al puerto romano de Malaca o al último descubrimiento, la muralla marítima de la Malaqa nazarí que ha quedado al descubierto en la Aduana y que se ve bajo el suelo de cristal de la cafetería del nuevo Museo de Málaga.
Este muro muestra precisamente el codo de la tercera línea de defensa de la Alcazaba que cambia la dirección para dirigirse hacia la zona del actual Rectorado donde hace años apareció otro tramo de esta misma construcción. «Es un punto en el que coinciden la medina con la muralla y, aunque no la hemos encontrado, también existía una puerta que conectaba la ciudad y la Alcazaba», explica el arqueólogo José Suárez, que ha dirigido las excavaciones y catas en el Museo de Málaga, que fueron realizadas por el Taller de Investigaciones Arqueológicas. De hecho, el experto explica que los restos que veremos dentro de poco mientras tomamos un café o un refresco todavía no está abierto el bar es solo la punta del iciberg de este yacimiento en el que han podido documentar la primera necrópolis alto medieval (S. IX) en el arenal previo a la muralla, piletas romanas de salazones que se corresponden con otras ya encontradas en la zona y unas valiosas termas imperiales.
Esos suelos acristalados con vistas a los cimientos de nuestro pasado se han multiplicado en los últimos años por el casco antiguo de la capital como exponente evidente de un cambio de mentalidad hacia la arqueología. «Hemos vivido mucho tiempo de espaldas a este legado, pero por fortuna ya es posible conciliar la ciudad de hoy con la de hace 2.000 años», explica los responsables de Arqueosur, Pedro Sánchez Banderas y Alberto Cumpián, que están habituados a «pelearse» con promotores y constructores, ya que la aparición de unos restos siempre supone la ralentización de las obras. Por eso, destacan las facilidades que encontraron cuando una empresa privada como el hotel Vincci se topó con el puerto romano de Málaga allí donde pretendía construir salones para su nuevo establecimiento en la antigua Posada del Patio.
Por la puerta del ya hotel cruzamos con los arqueólogos para visitar la zona arqueológica que se ve desde la propia entrada con el suelo vidriado que recuerda que la actual Málaga viene de allí abajo. «Lo que tenemos aquí es único en la península ya que, más que un embarcadero, es un puerto que sigue los cánones del gran arquitecto e ingeniero romano Vitruvio», explica Cumpián, que señala la recuperación de la escollera, el espaldón y la muralla portuaria con un «grado de conservación maravilloso». Un muelle desde el que no es difícil imaginar como se cargaba en los barcos el garum que se producían en las piletas que están al descubierto en calle Alcazabilla o en el Rectorado.
Piezas del mismo puzzle
Y es que la arqueología es un gran puzzle en el que habitualmente faltan la mayoría de las piezas circundantes. Por eso, cuando se encuentra una de ellas no solo cobra sentido por sus propias aportaciones, sino también por la lectura que tiene en el conjunto para reconstruir la historia de una ciudad o una época. «Este puerto muestra además la pujanza comercial de Málaga en el siglo IV después de cierto declive del siglo anterior», señalan Alberto Cumpián, que enmarca el resurgir no solo en el propio poder industrial de la capital malacitana, sino también en su posición estratégica como ruta segura y alternativa a la piratería en el estrecho.
«Esta zona arqueológica no solo aporta singularidad al establecimiento, sino que estoy convencido de que la quinta estrella al hotel llego en parte a lo que tenemos aquí abajo», comenta Sánchez Bandera, mientras señala con los ojos y la barbilla hacia los otros restos también encontrados en este yacimiento, la muralla árabe, que se puede ver bajo el suelo transparente del coqueto bar del Vincci. También aparecieron restos de una industria del tratamiento de pieles, aunque para disfrutar de unas tenerías árabes lo mejor es pasarse por la tienda de Andrés Olivares en la plaza de las Flores. «Son de época califal y el testimonio del barrio de curtidores de aquella Málaga», explica el propietario del establecimiento que, bajo los percheros de ropa y los expositores de complementos, muestra que su comercio tiene varias décadas de vida, pero también siglos de historia.
Otros establecimientos privados, como el Hotel Tribuna de la calle Carretería o la taberna La Cueva de 1900 de Alcazabilla, también han integrado en sus salones trozos de muralla árabe que invitan a tomar un descanso si se sigue esta ruta por la Málaga subterránea. Un recorrido que nos muestra cómo cada civilización que fue llegando a la ciudad desde los fenicios fue superponiéndose sobre los cimientos de la anterior. Y cada aparición de un nuevo hallazgo supone mirar por el «ojo de la cerradura» a nuestro pasado, ilustra de forma gráfica Sánchez Bandera, que espera que pronto se dé con la clave para solventar los problemas de filtraciones de agua del sótano del Museo Carmen Thyssen y se pueda recuperar otra de las grandes aportaciones arqueológicas de la capital de los últimos años.
El experto se refiere a la aparición de una villa romana, cuyo dueño se dedicaba al comercio de pescado y que convirtió su casa en un «aparato de propaganda de su poder económico». Con grandes sillares y lujo arquitectónico en la fachada y materiales de menor valor en la parte de atrás de la vivienda. Un postureo que engañaría a sus vecinos, pero no a los arqueólogos que cada vez nos descubren nuevos perfiles de la capital. «Hace veinte años, Málaga se contaba con una historia generalista de los pueblos que habían pasado por aquí, pero los avances en el estudio de los yacimientos nos están revelando nuestras señas de identidad», sostiene Ana Arancibia, del Tallr de Investigaciones Arqueológicas, que recuerda su propio caso: «No nos creían cuando anunciamos hace 17 años que habíamos encontrado la Málaga fenicia».
La integración de estos restos en el Museo Picasso fue modélica y marcó el rumbo en la ciudad. Desde entonces la arqueología en Málaga ha dado un vuelco. Y a día de hoy, la noticia no es sólo todo lo encontrado, sino lo que queda por descubrir. «Conocemos apenas el 4%», apunta Arancibia, que confesa que uno de los retos de la arqueología malagueña es dar con el foro romano que sigue enterrado en algún lugar bajo nuestros pies. En esa ciudad que creció ganándole terreno al mar y sobre la que ahora vivimos sin ser del todo conscientes de que pisamos un yacimiento arqueológico con mucha historia por desenterrar. Y algún tesoro.
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Alba Martín Campos y Nuria Triguero
Cristina Vallejo, Antonio M. Romero y Encarni Hinojosa | Málaga
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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