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Las primeras colas frente a la Aduana se formaron al mediodía, pero la mayor parte de la jornada transcurrió sin aglomeraciones.
Los ciudadanos se reencuentran con su huella emocional en el Museo de Málaga

Los ciudadanos se reencuentran con su huella emocional en el Museo de Málaga

Ver el cuadro que le emocionó de niña, buscar la lápida romana que halló de crío o volver a ese edificio tan familiar motiva las primeras visitas a la Aduana

Regina Sotorrío

Martes, 13 de diciembre 2016, 23:58

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Tenían un motivo personal, más allá de lo artístico, para estar allí. Luis Niño subió directamente a la sección de Arqueología con un solo objetivo: encontrar la lápida romana que descubrió con sus amigos hace 36 años en una escombrera de Málaga cuando estudiaba séptimo de EGB («¡Aparecimos en SUR!», exclamó en referencia al artículo Inscripción romana rescatada por escolares de La Palma, publicado el 4 de mayo de 1980). «Vengo buscándola, llevo mucho tiempo esperando», declaró emocionado frente a la pieza.

Camila Alcoba pasó de sala en sala del Bellas Artes hasta dar con el cuadro que le sobrecogió «y desde entonces siempre he tenido presente» cuando lo vio en una visita escolar: ¡Y tenía corazón!. Ese y La esclava en venta estaban en la lista de imprescindibles que repasaba a la entrada Miguel Castañol. Hace décadas las había contemplado durante horas con sus amigos copistas en la anterior sede de la calle San Agustín. Y para Juan Salcedo, hijo de un policía escolta de los gobernadores civiles de Málaga, aquella visita suponía además volver a un lugar que le resultaba muy familiar. Todos se reencontraron ayer con la huella de su pasado, y el de la ciudad, en la primera jornada de apertura al público del Museo de Málaga.

Estar allí a tiempo, en ese instante «histórico» en el que el sonido de los cerrojos del portón avisaban de la apertura a la calle, le quitó el sueño a Federico Rodríguez. Tanto que poco después de las siete de la mañana guardaba ya cola en el acceso de las palmeras. «Para que no se me escapase», bromeó. El madrugón le valió el título de ser el primero en cruzar el palacio de la Aduana reconvertido en el mayor museo estatal de Andalucía.

Los malagueños demostraron que este es «su» museo y, tras el acto institucional del lunes, no fallaron a la cita. En martes y 13 para más señas, un total de 2.528 personas descubrieron con asombro la sección de Arqueología, desconocida para muchos, y se maravillaron con las joyas del Bellas Artes. Una cifra inferior a las registradas el primer día del Pompidou (4.134) o del Thyssen (3.400), con la diferencia de que el primero fue un domingo de Ramos y el segundo, un viernes de primavera.

Para muchos, esta era la «verdadera inauguración», el día en que la gente que peleó en las calles por la Aduana para Málaga tomaba de verdad los pasillos del edificio civil más importante de la provincia. Y se notaba en el ambiente, en los centenares de fotos que los visitantes tomaban de cada pequeño detalle de la colección (cartelas con las explicaciones incluidas), en las decenas de posados que se hicieron en las monumentales escaleras del recinto y en los selfies que ya se veían en el nuevo patio de columnas incorporado a la ciudad.

«¿Y hasta cuándo va a ser la entrada gratis?»

  • «Es gratis», se escuchaba repetir una y otra vez al personal del Museo de Málaga. «Sí, ¿pero hasta cuánd0?», replicaban algunos visitantes. Y una y otra vez, la misma respuesta «Siempre» (para los ciudadanos de la Unión Europea). «¡Entonces vengo más veces!», exclamó un ciudadano. El acceso libre siempre es un aliciente, y muchos reconocieron haber ido ayer pensando que sería el único día sin entradas. El precio y las dudas sobre el recorrido centraban la mayoría de los interrogantes en la jornada inaugural. Los usuarios tienen que hacerse aún con las dimensiones y la estructura de un edificio que casi triplica las dimensiones del Museo Picasso.

Y las palabras de los primeros corroboraban esa sensación de que ayer era un día especial. «Lo hemos añorado mucho, me trae muchos recuerdos de niña», decía emocionada Adela Canca mientras se secaba las lágrimas. Con «los vellos de punta» salían Juan Chaves y Camila Alcoba. «No me ha defraudado», comentaba Alberto Cañamero, pintor, mientras paseaba por la sección de Bellas Artes. «Impresionante, no podía imaginar que tuviéramos este patrimonio arqueológico», añadía Francisco Medina, estudiante de Historia del Arte una vez que se ha prejubilado.

«Impactado»

Federico Rodríguez, el mismo que no había podido dormir por la inquietud de llegar a la hora, se confesaba «impactado». Junto a él, otras 25 personas esperaban antes de las 9 de la mañana ese momento en el que las puertas se abriesen a la calle. Un gesto cargado de simbolismo tras 19 años de impasse que fue recibido con aplausos y con una comitiva de bienvenida. El delegado de la Junta en Málaga, José Luis Ruiz Espejo; la delegada de Cultura, Monsalud Bautista, y la directora del Museo de Málaga, María Morente, saludaron uno a uno a los más madrugadores. Entre ellos, Rafael Martínez, presidente de la Asociación de Amigos del Museo de Málaga. No era ni mucho menos su primera vez por esos pasillos: «Pero hoy (por ayer) es cuando los ciudadanos recuperamos el palacio de la Aduana y he querido entrar con el pueblo».

Pasado el mediodía se formaban las primeras colas en el acceso de las palmeras. Casi 1.000 personas habían atravesado ya el zaguán y se dosificaban las entradas para aligerar las salas. Un movimiento de gente que agradecía Julio, vendedor de almendras, que tras cinco años con permiso para instalar su puesto en la Aduana comprobaba que la zona se animaba.

Fueron momentos puntuales en una jornada marcada por el goteo constante de público sin aglomeraciones. Por la mañana, en su mayoría jubilados y algún «escapado» de la hora del desayuno en el trabajo que declinaba dar su nombre. Por la tarde, padres e hijos, parejas y amantes del arte de todas las generaciones.

La sección de Arqueología, el itinerario recomendado para iniciar la visita, era testigo por primera vez de las expresiones de sorpresa de los ciudadanos ante el casco del guerrero griego, el medallón de Trayamar o las espectaculares matronas sedentes. Allí estaban Mari Ángeles Galiano y Jesús Taravilla con la satisfacción de la misión cumplida. Con las maletas en el coche, tras la visita regresaban a su casa en Ibi (Alicante) y por fin, tras dos años siguiendo el rastro del museo en la distancia y tras intentarlo las pasadas navidades («como decían que abriría antes de final de 2015»), ayer entraron en la Aduana. También turistas de Gran Canaria, Córdoba, Sevilla y hasta de Finlandia aprovecharon la «feliz coincidencia» de sus vacaciones con la inauguración.

Los halagos se repetían en cada conversación:«Maravilloso», «increíble», «fantástico»... Y también alguna crítica: «Esperaba más en Arqueología», «se echa en falta la Lex Flavia Malacitana», «no hay cordones de seguridad frente a los cuadros» o «los accesos a las salas son confusos» (alguno tuvo problemas con los ascensores que accedían a plantas administrativas restringidas para empleados). Pero nada de eso empañó una visita que todos aseguraron que repetirán. El Museo de Málaga es para verlo «con calma», «por partes», y como «no se va a mover de aquí» decían, ahora ya no hay prisas.

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