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Imagen de la Colección Loringiana, espacio en el que arranca el recorrido por el Museo de Málaga.
Museo de Málaga, día 1

Museo de Málaga, día 1

El patio de la Aduana estaba perfecto, con sus altísimas palmeras y naranjos. Los naranjos son árboles de Navidad mediterráneos

Pablo Aranda

Martes, 13 de diciembre 2016, 00:44

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Se esperaba que viniesen los reyes del Palacio de Oriente, más todavía cuando la noche antes de la inauguración una bola de fuego entró en la atmósfera y fue vista desde Málaga. Lo confirmó en Meteoroides.net José María Madiedo, un doctor en astrofísica de la universidad de Huelva, desde donde igual investigan los meteoritos que nos envían especialistas en mosquitos tigre. Parecía la señal que esperábamos, pero al final no ha podido ser y eran casi las únicas autoridades que se han perdido el acontecimiento. Málaga está de enhorabuena y el ministro de Educación, Cultura y Deportes tomó la palabra. El patio del palacio de la Aduana estaba perfecto, con sus altísimas palmeras y sus naranjos. Los naranjos son árboles de Navidad mediterráneos. La recuperación del edificio ha sido espectacular y el centro histórico es cada vez más céntrico y más histórico. Al estrado habían subido el señor ministro, Íñigo Méndez de Vigo, la presidenta de la Junta, Susana Díaz, y María Morente, directora del Museo de Málaga. El Museo de Málaga se inauguró ayer pero María Morente era su directora desde hace diez años, trabajando en la sombra intensamente para hacer realidad la apertura justo diecinueve años después de la primera manifestación, a la que yo acudí con melenas, para que digan que no ha pasado el tiempo, con una amiga que me dijo mira, ese de allí es Domi del Postigo, que iba hablando por el móvil, cuando no era tan usual tener móvil. Hoy Domi del Postigo es mi amigo y aquella amiga se casó con otro hombre, la vida.

María Morente fue puntual, breve, agradecida y correcta, pero le dio paso a «Méndez de Lugo» y que salga el sol por Archidona. Entre Lugo y Vigo hay la misma distancia que entre Málaga y Sevilla, desde donde se habían desplazado juntas las autoridades de la Junta. No es tan grave llamar «de Lugo» a «de Vigo», un ministro elegante que si hizo alguna broma al respecto sería off the record, o sea, en petit comité ¿cómo demonios se dice en español? Desde la romanamente amurallada Lugo hay que tomar la A6 y después continuar por la AP9. Es el camino más rápido, aunque esta ruta incluye algún peaje. Mucho más largo ha sido el camino desde la primera manifestación hasta ahora, diecinueve años que llevan al mismo sitio, pero qué sitio ahora.

El Museo de Málaga no es una pinacoteca, que también, pues hay miles de piezas y muchas no son pinturas, como el ánfora que fotografiaba con el móvil Bernard Ruiz-Picasso en la visita posterior a las palabras de las autoridades y al breve concierto de cuerda, que no se pudo escuchar, porque a la gente le habían dado eso: cuerda. Bernard tal vez imaginaba lo que habría hecho su abuelo con el cántaro. En las familias de toda la vida, a un niño no le puedes dar un cántaro porque lo pinta, pero en la de Picasso era al revés. Ante un cuadro de Moreno Villa sacaba otra foto una pelirroja, pero no me atreví a preguntarle si se llamaba Jacinta, como la pelirroja de los poemas del pintor Moreno Villa, que se fue a Nueva York tras su pelirroja, que acabó casándose con otro, lo de siempre. No tengo demasiado ojo para las ánforas, así que cuando Bernard se alejó unos metros (le escuché decir a alguien «de temps en temps», ya saben: «de vez en cuando», a lo mejor que de vez en cuando fotografía cántaros) me asomé a la etiqueta que también había fotografiado. ¡Del siglo VII antes de Cristo! (el cántaro; Bernard es más joven). Los hacían buenos.

Una guía ilustraba las salas, pero era mejor acercarse a José Manuel Cabra de Luna, que contaba a María Victoria Atencia anécdotas de las pinturas y alrededores, qué lujo. Hablaban de Peinado y yo me acordé de mi melena, claro. En una sala descubrí una auténtica estampa: el obispo de Málaga conversaba con Juanma Moreno. Me fijé por si le besaba el anillo pero se saludaron con un apretón de manos. Sólo pude entender la palabra «familia». Más tarde volví a encontrarme con el obispo, quien traducía una inscripción romana y discutía amablemente con Miguel Briones, subdelegado del Gobierno, que sabe latín. Tres mujeres que cruzaban el patio eran las nietas de Enrique Simonet, autor de ¡Y tenía corazón, el que fue cuadro estrella del Museo de Bellas Artes, que estaba donde ahora está el Museo Picasso (el que pintaba los cántaros). Lourdes Moreno, directora del Museo Thyssen de Málaga, fotografiaba un mosaico.

La visita fue apresurada y, como comentaba a alguien Eduardo Zorrilla, habrá que volver con los niños. Yo a los míos los llevaré a la parte arqueológica, porque son expertos en romper cosas y ahí se nota menos. Fue ayer un día grande. El protocolo, estupendo. A la salida dos señores y una señora se despidieron de mí con encantadora amabilidad aunque ya estábamos en calle Alcazabilla. Resultó que eran testigos de Jehová y ya saben: muchas gracias pero es que llevo prisa.

Hay que volver al Museo de Málaga, que ya siempre estará ahí, donde rompían las olas, en La Aduana, recuperada una vez más para la ciudad.

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