«En el colegio me llamaban loco»

Mikey Mondejar (Madrid, 21 de enero de 1992) es un chico «diferente». Es esa la palabra que le gusta utilizar para definir su doble diagnóstico de superdotado y síndrome de Asperger. Distinto. «Todos lo somos. No hay dos personas iguales y no me parece apropiado que me identifiquen sólo por un rasgo de los muchos que me caracterizan», explica. Licenciado en Filología Española, Mondejar, todo un ejemplo de superación, acaba de publicar su primer libro de poemas, 'Veinte días a la medianoche' (Huerga y Fierro), en formato bilingüe, inglés y español. Habla como escribe: con el corazón en la mano. «En la universidad, me conocían porque siempre daba abrazos». Es su manera de intentar sumergirse en los sentimientos de los demás.

¿Cómo se lleva esto de ser superdotado con una patología como la suya? ¡Para el profano parece algo paradójico!

Dicen que soy muy inteligente, pero no me paro a reparar en ello. Simplemente me miro al espejo y me veo como soy. No hay nada en mí que me ponga por encima o debajo de los demás. Sólo me veo más apartado.

¿Por qué apartado?

A veces, siento que no encajo entre las personas que nosotros llamamos normales, los neurotípicos. Para la sociedad no existe la palabra normal, todos somos diferentes.

'Veinte días a la medianoche'. ¿Por qué ese título?

Siempre me ha fascinado la Luna, especialmente la luna llena. Normalmente la vemos como el satélite de la Tierra, pero hace 200 años se veía con un tipo de magia, simbolismo. Cada vez que la miro es como mirar a los ojos de un dios o la puerta hacia otro mundo.

En el prólogo del libro, su madre habla de que usted pasó años difíciles en el colegio. ¿Qué ocurrió?

Cuando eres diferente, los jóvenes no te aceptan bien por quién eres. Ocurre desde la infancia. Los niños van marcando lo que les gusta, lo que no y lo que no encaja en su mundo perfecto. Hasta los 10 años sólo tuve un amigo, el único que se preocupaba por mí. Me llamaban el loco del colegio.

¿Por qué eligió la poesía?

La poesía tiene su parte musical y permite expresar los sentimientos del corazón, del alma, de una manera que toca a la gente. La prosa es como un ensayo, algo más denso.

¿Para quién escribe?

Normalmente para mí mismo, para sacar lo que llevo dentro. Al volver a leerlo puedes ver cómo te sentiste en ese momento y ayudarte a pensar.

¿Por qué siente que los pacientes de Asperger «viven en el almacén de la sociedad»?

Es algo que hablé con la directora de la sociedad Argadine, Rebeca Barrón, que me ha ayudado a escribir el libro. Hablamos de cómo se sentiría alguien con una diferencia en una sociedad que te otorga un nombre por algo que no te caracteriza. Asperger, autismo... Estamos como exhibidos en un almacén, a la vista de todos. No tenemos voz ni siquiera para decir cómo queremos ser llamados.

Miedo a «meter la pata»

«Soy autista. Nací sin manera de distinguir». ¿No distingue entre el bien y el mal?

A veces me resulta difícil. Cada dos por tres, se lo pregunto a mi madre. ¿Lo he hecho bien, mal...? Tengo miedo a meter la pata. Normalmente mi boca va más rápida que mi mente.

¡Tranquilo! Le ocurre a la mayoría...

Tampoco distingo las emociones. A primera vista no sé si alguien está triste, feliz, enfadado. En la universidad me conocían porque siempre daba abrazos. Los profesores me preguntaban por qué lo hacía.

¿Por qué lo hacía?

Un abrazo es una forma de mostrarte cercano a los demás y de medir cómo se sienten. Era una manera de intentar entender los sentimientos de los otros. Si notas a alguien flojo o nervioso, puedes preguntarle si está bien.

¿Es usted feliz?

Pasé por etapas de la vida en que no lo era para nada, pero todo cambió hace tres años, cuando pasé por una situación que mejor no recordar porque me causa dolor. Me miré al espejo y me dije: «Hasta aquí hemos llegado». Me costó aceptarme como soy. Mucha gente tampoco lo hacía. Me veían como el loco, el diferente, el marginado... Aprendí una lección de una manera muy difícil: si no puedes ser quien eres, nadie lo será por ti. Desde entonces, soy feliz.