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La sensualidad asoma en buena parte de las obras del artista ruso.
Chagall: la fantasía pegada a la tierra

Chagall: la fantasía pegada a la tierra

El Museo Ruso estrena el próximo miércoles la esperada exposición sobre el libérrimo artista de la vanguardia de principios del siglo XX

Antonio Javier López

Domingo, 17 de julio 2016, 00:50

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«Pero, ante todo, yo nací muerto. No quise vivir. Imaginaos una burbuja blanca que no quiere vivir. Como si la hubieran atestado de cuadros de Chagall». Y lo dice, lo escribe, el propio Chagall, en las primeras líneas de Mi vida, su autobiografía publicada en España por Acantilado hace cuatro años. Un texto desbordante de imaginación y al mismo tiempo, de memoria; saturado de fantasía y pegado a la tierra. Como cualquiera de sus cuadros.

Tal y como adelantó este periódico (SUR, 8-11-2015), Marc Chagall es el gran reclamo de la programación de este año de la Colección del Museo Ruso, que este miércoles estrena un montaje con medio centenar de obras, si bien sólo 13 de ellas llevan la firma del autor que sirve de gancho al proyecto titulado Marc Chagall y sus contemporáneos rusos, que podrá visitarse en Tabacalera hasta el próximo 6 de noviembre.

«Chagall, entre su formación en San Petersburgo y en París antes de la Primera Guerra, encontró muy tempranamente un lenguaje propio que no abandonaría. Es un artista prodigio en este sentido, ves sus piezas de cuando tenía veintipocos años y ya está todo Chagall ahí», avanza Rosa Ferré, jefa de exposiciones del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y comisaria de exhibiciones como Kazimir Malevich, Rodchenko. La construcción del futuro y La caballería roja, cultura y poder en la Rusia Soviética, 1917-45.

«La obra de Chagall ha tenido una fácil recepción, su pintura humanista, narrativa y poética no es difícil para el público. Sin embargo, la crítica ha sido y es a veces displicente con él y le ha acusado de sentimental y repetitivo considerándole también sospechoso por su enorme producción. Creo que en él es interesante precisamente la repetición, el ahondar en un universo muy limitado de temas. Es como si todas sus pinturas fueran las escenas de un único sueño o de una sola narración», abrocha Ferré antes de acotar: «Demuestra su interés por las formas artísticas simbólicas de oriente más que por la tradición representativa de occidente, haciendo en este sentido una pintura muy rusa».

Identidad múltiple

Esa combinación entre el amor al terruño y el espíritu libre es una de las claves que, en opinión de Ferré, ayudan en la aproximación a la obra de Marc Chagall: «Judío, ruso, francés, estadounidense, cosmopolita y nómada, de su identidad múltiple ser ruso era lo que mas le importaba. Él mismo confesaba que el título de pintor ruso significaba más para él que cualquier fama internacional. Decía que en sus cuadros no había ni un solo centímetro libre de nostalgia por su tierra natal».

La jefa del Área de Colecciones del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Rosario Peiró, toma el hilo que intenta desmadejar el ovillo del artista: «Es una de las obras más personales del siglo XX y estamos, además, ante una obra que es para todo el mundo, que también es muy importante. Me gusta mucho la libertad que hay en la obra de Chagall. La libertad a la hora de construir sus historias, de construir el espacio, de construir los colores y esa libertad al mismo tiempo es muy poco grandilocuente, muy del día a día y eso todavía lo hace más cercano».

Para la Jefa de Colecciones del Reina Sofía esa «humildad de su pintura» es lo que acerca la obra de Chagall al público, más incluso que el componente figurativo que nunca abandonó. Algo que le generó no pocos problemas, como recuerda Ferré: «Chagall abrazó la Revolución bolchevique en 1917. El nuevo régimen les dio a los judíos la ciudadanía plena y Chagall creía sinceramente en la justicia social que proponían los rojos. Tuvo brevemente un cargo público como comisario de arte en su ciudad natal de Vitebsk, donde fundó la Escuela de Arte a la que invitó a El Lissitzky y a Kazemir Malevich. Pronto quedó señalado por los propios artistas de vanguardia y por los defensores de una cultura del proletariado por hacer un arte místico, poco comprometido. Las vacas azules, los amantes al vuelo, profetas bíblicos y violinistas-verdes tenían poco que ver con el triunfo del proletariado».

Realidad y ficción en la vida y en la obra de Chagall. «Su universo pictórico es una perfecta combinación de historias reales, vividas en primera persona, e historias imaginarias. Las escenas de sus cuadros representan su propia lectura del mundo, un mundo en el que coexisten diversos tiempos y diversos espacios. Es un mundo de fantasía que sin embargo nos habla de temas universales», ofrece la jefa de conservación de pintura moderna del Museo Thyssen-Bornemisza, Paloma Alarcó, directora de la exposición en torno a Chagall que la pinacoteca madrileña organizó en 2012.

Alarcó se detiene en la tensión entre dos de los popes de la vanguardia rusa: «Chagall y Malevich representan posturas artísticas divergentes. Del mismo modo que a su llegada a París (en 1911) Chagall no se adhirió al cubismo o al futurismo, tampoco se sintió atraído por el mundo abstracto de Malevich. Cuando tras la Revolución de Octubre coincidieron en Vitebsk, Chagall rechazó la soberanía del blanco-negro que propugnaba Malevich y triunfaba entre las nuevas vanguardias rusas. Por otra parte, no hay que olvidar que la primera intención de Chagall al decidir dedicarse a la pintura había sido liberarse de la tradición del judaísmo jasídico, que consideraba sacrílega la representación de imágenes del hombre. Quizás por ello, Chagall se mantuvo siempre dentro de la figuración y jamás se adentró en la abstracción como la mayoría de sus compatriotas».

Criado sin imágenes

A ese componente psicológico también se asoma Rosa Ferré: «Chagall se crió en un hogar sin imágenes. Parte de su familia no le dirigía la palabra una vez empezó a pintar. Me parece muy freudiano, cómo iba a abandonar la figuración si se la habían prohibido».

Un impulso que ahora se pone ante los ojos de los visitantes a la franquicia del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo en Málaga. «Lo más importante es fijarse también, cuando va a ver las piezas en vivo y en directo, en la textura de las obras, no sólo con la imagen, sino también en cómo esa imagen está lograda y eso es, volver a su pintura, a la manufactura de su pintura, es lo que una exposición de este estilo nos puede aportar», sostiene Peiró.

«Chagall era un maravilloso dibujante. De toda su producción yo prefiero precisamente la que demuestra su fuerza como dibujante. Su faceta más expresionista. Son impresionantes sus grabados, violentos, humorísticos a veces, trágicos y mágicos. Y su ilustraciones de temas literarios. Me impresionaron mucho cuando los vi por extenso en la exposición monográfica que hizo hace unos años la Galería Tretiakov de Moscú y ahora tengo muchísimas ganas de ver la exposición del Museo Ruso de Málaga que, conociendo las colecciones de San Petersburgo, será sin duda una exposición imprescindible», cierra Rosa Ferré.

Tiene, como el resto, hasta el 6 de noviembre para visitar a Chagall en su veraneo junto al mar.

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