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Detalle de algunas de las obras de Antonio R. Montesinos expuestas en la galería.
En clave romántica

En clave romántica

La deriva por la ciudad provee a Antonio R. Montesinosde material entrópico y de escombros que, 'estetizados' al modo de la noción de ruina, se conviertenen dispositivos críticos

JUAN FRANCISCO RUEDA

Sábado, 11 de junio 2016, 00:29

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Sigue Antonio R. Montesinos (Ronda, Málaga, 1979) tomando la entropía como uno de los conceptos y procedimientos medulares de su estrategia artística. De hecho, su anterior exposición en el Espacio Iniciarte Málaga llevaba por título Entropía. Equilibrio, ruido, dispersión. El artista emplea este concepto por su valor figurado o metafórico que ayuda a introducir distintas respuestas, procesos y situaciones socioeconómicas y sociopolíticas que definen nuestro tiempo. En esta ocasión, la entropía no es tomada en función a la ley termodinámica que define, como hizo en la anterior muestra, sino que ha retornado a otra de las múltiples acepciones que condensa, la de material sobrante, residuo o caos generados para obtener un fin.

De este modo, apoyándose en otro de los elementos esenciales de su poética, el de deriva o errancia por el ámbito urbano, recorre la ciudad en pos de recolectar ese material entrópico que, en esta ocasión, está marcado por su naturaleza constructiva (desde escombros a materiales como ladrillos, rasillas, lamas de pladur, cables o mampostas). Instantáneamente, esa metodología habitual en su trayectoria es el caso del proyecto Inopias, en el que distintos elementos de un entorno concreto se transformaban, a modo de instalación, en una ciudad a pequeña escala-, adquiere ahora, debido a la naturaleza constructiva de esos materiales y al estado de deterioro de muchos de ellos, un evidente sentido crítico. No es nada nuevo, ya que la obra de Montesinos posee un innegable sentido político. Asimismo, su trabajo puede ser calificado en muchos casos como «relacional», pues emplea materiales del contexto en el que trabaja y aspira, en algunos casos, a crear situaciones o relaciones de intercambio de experiencias. Precisamente, Nicolas Bourriaud, teórico de la estética relacional, señalaba en Radicante (2009) que «Si el arte tiene un proyecto político coherente, es precisamente éste: llevar la precariedad al núcleo mismo del sistema de representaciones por el que el poder genera los comportamientos, fragilizar cualquier sistema». Y esto lo logra Montesinos.

A diferencia de otras pequeñas ciudades que ha construido con multitud de elementos, incluso de construcción u obras públicas, pero que se hallaban en perfecto estado, aquí se alude a la arquitectura y al urbanismo (reales) gracias a esos fragmentos que no dejan de ser, en cuanto escombros, espectros de algo que existió. En esa ciudad que recorremos, ya que nos introducirnos entre las contingentes construcciones que hacen de manzanas de la trama, parecemos replicar la disposición de Montesinos al pasear por la urbe y encontrar todos esos restos o huellas. Por así decirlo, recrea la ciudad con la propia ciudad, con la principal materia que la constituye. A diferencia de otras propuestas en las que usaba elementos diversos, en ésta sentimos que nos hallamos en una ciudad no sólo por la disposición planimétrica de esos escombros, también por la naturaleza de esos elementos: forma y materia se refuerzan. Ante esta intervención específica de Montesinos, no podemos dejar de recordar las piezas de suelo de Mauro Cerqueira, en las que objetos recogidos en la calle trazan la cartografía de urbes vivenciales y precarias.

Ha de destacarse que la instalación del artista malagueño está marcada por un sentido ambiguo. Por un lado, es meridiana la innegable carga crítica que posee, quizás como imagen de la decadencia urbana o de las tensiones urbanísticas merced al voraz apetito inmobiliario, que hace que en muchas ciudades reine el desolador descampado y se fomenten estrategias de marginalización de algunos entornos. No hace falta rememorar Detroit, cuyo progresivo abandono es impactante, piensen, sin ir más lejos, en zonas de nuestra ciudad, como los arrabales históricos de La Trinidad o el de San Rafael, por no citar la estimación de la pérdida de más del 20% de los edificios históricos del centro, declarado BIC. Surge, así, la noción de ruina, que no deja de ser un memento mori, una imagen de la fugacidad y contingencia. Esto se refuerza en muchas de las fotografías en las que el artista combina elementos de esa micro-urbe hasta lograr eventuales construcciones o ensamblajes que poseen una fuerte estetización. El conjunto destila un aire romántico por mor de esa cuidada estética de la ruina y de la introducción de un sentimiento tan aparejado al Romanticismo como la melancolía, que, como dijera Víctor Hugo, «es más que la gravedad y menos que la tristeza».

Pero por otro lado, como envés de lo anterior y atendiendo al compromiso de Montesinos con fórmulas en pos de la sostenibilidad y lo colaborativo, un matiz positivo aflora, tanto como el de la consecución de belleza a partir del escombro y del desecho. Brota la idea del secular «acarreo», del aprovechamiento de restos constructivos pretéritos para una nueva obra. Picasso, en una entrevista con André Warnod en 1945, en relación a su icónico Toro (una testuz compuesta por un manillar y un sillín de bicicleta), señalaba que le gustaría que esa metamorfosis que habían sufrido los objetos convertidos en cabeza de toro, se pudiera realizar «al revés». Picasso fabulaba con echar a la basura su obra para que alguien, al encontrarla, dijese: «Aquí hay algo que me iría muy bien al manillar de mi bicicleta». Fabulamos ahora nosotros: he ahí, en esas ruinas, el posible principio de muchos futuros.

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