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El proyecto de Antonio R. Montesinos se articula en torno a varias instalaciones.
Puede ser un bonito día

Puede ser un bonito día

Este proyecto específico para el Espacio Iniciarte, inspirado por su situación y condición de privilegiado mirador, confronta desarrollos económicos y cuestiona el propio modelo de ciudad

juan francisco rueda

Sábado, 12 de marzo 2016, 00:10

Puede ser un bonito día. Basta con sentarse en uno de los asientos que, transformando los palés de transporte de mercancías, ha construido Antonio R. Montesinos (Ronda, 1979) de cara a su proyecto específico para la Sala Iniciarte. Allí, sentados, escuchando la música, avistamos a través del espectacular ventanal la ciudad y el mar. Sería tomar el todo por la parte, pero la ciudad que vemos es un centro comercial en la frontera con lo marítimo, una ciudad-escaparate basada en el sector servicios. Pero también, para evitar maniqueísmos, ha de señalarse que en el otro extremo se sitúan los muelles y grúas de carga; de otra ciudad, por tanto. El emplazamiento de la sala, en El Palmeral de las Sorpresas (puerto), y su condición de mirador, inspiran el sentido de la exposición. Montesinos parece contraponer, a través de símbolos, imágenes y procedimientos, dos modelos económicos: uno que grosso modo llamaríamos capitalista, representado por los palés, la música y la propia imagen de una ciudad de actividad terciaria, y otro que representaría el colaborativo, que se evidencia en cómo esos símbolos se transforman. Muchas de esas transformaciones, cual gestos de resistencia y alternativa, originan dispositivos de cuestionamiento y desactivación de los universos de los que proceden, como esos palés.

Conviene señalar que aunque Málaga es motivo inspirador, en cuanto al cambio que ha sufrido la ciudad reconfigurándose como destino turístico, basado en el reclamo de la cultura y de los servicios, no es un caso singular. Montesinos trabaja actualmente en Barcelona, la cual sufre los estragos de un modelo que ha puesto en juego a la propia urbe es muy recomendable el documental Bye bye Barcelona. El cuestionamiento del modelo de ciudad es un asunto complejo y lleno de matices. Complejidad acentuada por la ubicación desde la que se efectúa, en un espacio recuperado para la ciudadanía, así como en un edificio que nació sin finalidad de ahí proviene ese aire de no-lugar que tan bien ha interpretado Montesinos y que se levanta donde estuvo el silo, que desencadenó un movimiento a favor de su conservación por motivos patrimoniales y de memoria.

La polisemia del término entropía, que da título a la muestra, se materializa en las distintas piezas bajo varias fórmulas. La dispersión es una de ellas. A saber, la entropía como aquello que permite equilibrarse, corregir una concentración que podría acabar en colapso o destrucción. Esto se aprecia en la serie de gráficos de espacios (parlamento, auditorio) cuyos usuarios acaban secuencialmente dispersándose. La entropía aflora como una metafórica solución. Sin embargo, donde más nítidamente se aprecia el concepto entropía es en el conjunto de asientos realizados con palés. Montesinos tiene en la descontextualización y resignificación de distintos materiales y objetos, que en ocasiones poseen capacidad simbólica, una de sus metodologías predilectas. Así, el artista emplea un símbolo del comercio internacional para, con un carácter artesanal o amateur, convertirlo en banco para sentarse. Ese desecho, generado por el tráfico de mercancías, se recicla perdiendo esa condición auxiliar y se ofrece como vía para la sostenibilidad, posibilitando una relación directa con el usuario.

La noción de lo colaborativo, que entroncaría con la dispersión en cuanto a difusión, se aprecia tanto en un vídeo tutorial como en un póster sobre el montaje del banco, que el visitante puede llevarse. Montesinos usa fórmulas colaborativas que buscan compartir el conocimiento y que fomentan una suerte de guerra de guerrillas frente a fórmulas comerciales y de explotación del conocimiento. La exposición supone una continua cita y reformulación de asuntos que le acompañan desde el principio de su trayectoria. De este modo, su inicial interés por la gramática de los espacios, que ordena e impone itinerarios y hábitos mediante la señalética y la rotulación, se aprecia en las marcas en el suelo que indican la ubicación original y ordenada de los bancos. Ubicación que muchos han perdido, dispersándose, merced a la interacción del público con ellos lo orgánico, relacional y procesual frente a lo impuesto y rígido y el efecto de una vibración que periódicamente les llega por cable. La idea de ciudad es igualmente fundamental: desde sus traducciones (narraciones y registros que evidencien distintos modos de experimentarla) hasta recreaciones urbanísticas mediante restos (entropía) que origina la vida metropolitana.

Apoyo sonoro

En la sala nos encontramos arropados sonoramente por una composición, realizada por Albert Zaragoza Gas, que mezcla melodías y sonidos y que responde al título de Oasis of the seas. El título es irónico, pues desde ese privilegiado mirador divisamos el centro comercial y algunos de los cruceros atracados. Oasis of the seas encaja con los patrones de nombres de esos buques que son oasis en los mares. Pero el oasis también puede ser una ilusión, y por tanto algo vano y pasajero. Se puede deslizar aquí una posible crítica a lo que vemos, a esa ciudad-escaparate. Ahí es donde puede enlazar con esa mezcla de sonidos que responde al estilo vaporwave, que busca, al modo de los hilos musicales de entornos comerciales, ser una parodia y una crítica a las estrategias capitalistas de consumo. Sin embargo, esa música optimista, que transmite felicidad, se quiebra con la irrupción de un desagradable ruido que coincide con el temblor de los asientos. Puede ser un bonito día, hasta que el temblor nos despierte del sueño.

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