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El trato a los clientes, además de su carta, distinguen a este conocido local de Benajarafe.
Los peces saltan al amanecer
Aquí, la Costa del Sol

Los peces saltan al amanecer

MIGUEL ÁNGEL OESTE

Martes, 19 de agosto 2014, 01:24

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¿Quién puede fiarse de la memoria? Ya se sabe que con los años la memoria se modifica y se vuelve más y más engañosa. Matilde y José Montosa no se ponen de acuerdo en cuando su padre Evaristo y su madre Agustina Marfil fundaron La Plata en la playa de Benajarafe. Ella dice que en 1968, él que en 1970. Hablan de una época que parece muy lejana, cuando el paisaje era prácticamente virgen, el agua tenían que traerla en cántaros, no había electricidad, el suelo era de arena y echaban agua para refrescarlo, y el merendero también era su casa, periodo de estrecheces, en los que cuando alguien pedía una paella se iban a matar a la gallina o al conejo. Aquellos tiempos. En estos, Marcos, hijo de Matilde, que es quien se encarga ahora del negocio familiar junto con su hermana Rocío, jefa de cocina (ambos estudiaron en La Cónsula), confiesa que «ahora todo está informatizado y si se rompe el ordenador para trabajar, como le sucedería a casi todo el mundo, me vuelvo loco». Las comandas y sus copias pasaron a la historia, todo para agilizar el trabajo, para que el cliente no tenga que esperar ni por la comida, ni por la cuenta.

«Mis padres eran agricultores, pero las perspectivas eran muy malas, por eso montaron el merendero», dice José, y su hermana, Matilde, agrega: «Antes esto era una huerta y cuando crearon el local seguía siendo huerta y usábamos los productos que plantábamos». Aún hoy tienen un campo y continúan con la tradición de traer la materia prima de su huerta, al menos la mayoría de los productos, como las enormes calabazas que saludan a la entrada. Pero si hay dudas sobre el año de fundación, de lo que no hay dudas es del nombre. Con la luz anaranjada de la salida del sol, los pescadores, después de tirar las redes a cincuenta metros del rebalaje, las recogían, lo que se conoce como sacar el copo, ese momento en el que «el destello que desprendía los peces con los saltos que daban en la orilla se parecía a la plata, de ahí el nombre», cuenta Marcos.

El sitio se diferencia de otros merenderos por varias singularidades, aunque lo más destacado o lo que más llama la atención es la técnica que inventó el padre de Marcos, Apolonio, para asar las sardinas. «Mi padre dice que las sardinas se hacen en caña porque era lo que había en la época y que al final se ha convertido en una tradición. Pero también dice que en la caña la sardina pierde parte de la grasa. Entonces incorporó un sistema con unas parrillas metálicas y un espetero giratorio, para que en función de donde sople el viento se coloquen las parrillas con las sardinas. De ese modo se evita el humo y a las sardinas sólo le dé la brasa, que es con lo que de verdad se hacen», explica minuciosamente mientras hace una demostración. Además de esta curiosa técnica, en el que hay clientes que vienen exclusivamente para comer sardinas, La Plata también presenta una carta para verano y otra para invierno, «porque no te apetece comer lo mismo con el calor que con el frío», especifica Marcos. Así, con la llegada del invierno son frecuentes la berza, los callos, el chivo., y otros platos en una carta amplia.

El lugar dispone de distintos espacios que con los años se han ido rehabilitando. La terraza es un enclave privilegiado frente al mar, con el suelo de césped natural, una caseta-cambiador para los clientes, mesas circulares con una sombrilla de paja en el centro, con una puerta que da a la playa abierta, en la que también cuentan con la concesión de hamacas y un quiosco de madera para bebidas y café con algunas mesas y césped artificial. En el interior hay dos salones, uno con chimenea, que funciona los días de frío. La barra tiene forma de U, y junto a ella un televisión apagada, aunque seguro que estuvo encendida los días que jugó la selección. Hasta 1996 el local estaba dirigido por los ocho hermanos de Evaristo y Agustina. A partir de ese año, Matilde junto a sus cinco hijos pasaron a hacerse cargo del restaurante, por eso al nombre de La Plata se agregó el de Casa Matilde. Aunque eso no impide que los hermanos de Matilde, como José, sigan allí ayudando y disfrutando del bienestar de este lugar con encanto. «La pena es que con el tiempo esto desaparezca», dice José, sentado en la terraza, sin ningún obstáculo que le impida ver la playa, las olas del mar, algo que tal vez cambie porque al parecer hay un proyecto para construir un complejo urbanístico y un paseo marítimo. Mientras llega o no ese momento, un cliente, Joaquín Pérez, se toma un gin-tonic al atardecer, mientras sus hijos corren por el césped entre las mesas, indica que «el trato es especial porque el personal te hace sentir como si estuvieras en el salón de tu casa». O Ana Peguero, otra clienta habitual, dice: «Es un sitio muy preparado para los niños, por ejemplo tiene cambiadores, lo que no es frecuente en los chiringuitos». Los camareros con los polos rosas preparan las mesas para la noche. «Tratamos de modernizarnos un poco. Es una idea de mi hermano menor», comenta Marcos de la vestimenta. También lo hacen con la comida: mantienen la tradición pero innovan con otros platos. Todo para que permanezcan en la memoria, para que ésta no se olvide de este sitio familiar, cálido, agradable.

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