Un dry martini en el Pez Espada
Asomarse al fabuloso vestíbulo del hotel torremolinense es hacerlo a un cuadro de Dalí
Pablo Aranda
Lunes, 14 de julio 2014, 02:11
En los 50 Torremolinos era un barrio de pescadores de Málaga y la inauguración en 1959 del Hotel Pez Espada, el único edificio, casi un ... rascacielos en aquella playa de casas bajas, «claramente moderno, el primer edificio notable de la costa», como indica el profesor de la UMA y arquitecto Juan Gavilanes (cuya tesis se titula El viaje a la Costa del Sol, 1959-1969) supuso un bombazo que «marca simbólicamente el inicio del desarrollo turístico de la Costa del Sol y posiblemente de la España meridional». Antes de llegar a su destino, muchos clientes actuales no saben lo que representa el Hotel Pez Espada, «como no saben lo que es un Dry Martini», se queja un camarero del Frankies, uno de los dos bares del inmenso y modernísimo vestíbulo, «ahora lo que piden son mojitos y piñas coladas, y el Dry Martini sólo lo pide algún despistado que no sabe lo que es y cuando se encuentra con tanta ginebra no veas», ríe el camarero, que parece que va a lanzarse a contar las aventuras de Frank Sinatra, que acabó pasando por la comisaría de Málaga tras romper la cámara a un fotógrafo, en un episodio confuso en el que parece que un periodista preparó con una actriz cubana una foto que pudiera comprometer a Sinatra, enamorado por aquella época de Mia Farrow la que después se casó con Woody Allen, un lío, el caso es que todo sucedió en el Pez Espada y Sinatra fue detenido, multado con veinticinco mil pesetas (de la época, claro, no van a ser veinticinco mil de los de ahora) y expulsado de España, país al que el actor y cantante juró no volver. Ya desde su hogar dulce hogar envió un telegrama al Generalísimo deseando su pronta muerte, y nosotros entonces esperamos que el camarero nos cuente su versión, nos hable de Frankie y Franco, pero de quien acaba hablando es del jeque Al Thani. Los tiempos han cambiado.
«Es un hotel vacacional y una vez aquí, los clientes se encuentran dónde están. El paseo de la fama sitúa a los turistas que no sabían», cuenta Francisco Núñez, el director del hotel, refiriéndose a las fotos colgadas en el pasillo que lleva al bar Mediterráneo, donde están expuestas las fotos de algunos de los visitantes más ilustres, y muchos hacen fotos a las fotos firmadas de Sofía Loren, el rey Faruk de Egipto o el asiduo joven príncipe Juan Carlos, y entonces comienzan a sentirse importantes. El hotel es parte de nuestra historia. Con motivo del 50 aniversario de su inauguración, en 2009, el hotel editó un estupendo libro lleno de fotografías, «la historia del hotel hay que conocerla», concluye Francisco Núñez, rotundo.
Asomarse al fabuloso vestíbulo, con el suelo de amebas y las columnas curvas, diferentes entre sí, es hacerlo a un cuadro de Dalí, recuerda la galerista y también profesora de la UMA Tecla Lumbreras, quien con Diego Santos tanto ha intentado montar un museo sobre el estilo del relax, del que el Pez Espada es claro exponente, «aunque el mobiliario actual es horroroso», se queja Tecla Lumbreras, «¡tienen que cambiarlo!», añade realmente dolida, y es que cualquiera que se asome a este cuadro surrealista y entre en él, se sentirá un poco dueño, parte, encima Tecla Lumbreras aparece como personaje en la novela Pez Espada de Alfredo Taján, y cualquiera que se asome entrará y acabará acodado en la barra del Frankies, mirando los discos de Sinatra y deseando escuchar anécdotas imposibles de Kim Novak o Anthony Quinn, y no del jeque. En la fachada «de espaldas al mar», recuerda Juan Gavilanes destaca el cilindro que oculta la escalera principal, con unas curvas y ventanas que recuerdan las de la esquina del hotel Málaga Palacio, proyectado en esta misma época aunque construido unos cuantos años después por Juan Jáuregui Briales, quien, junto con Muñoz Monasterio, firmó también el proyecto del Hotel Pez Espada, buque insignia del turismo de la Costa del Sol.
En un lateral están las piscinas, y cruzando el bar Mediterráneo, al fondo del vestíbulo, se llega a una terraza directamente sobre la playa. Allí el letrero gigante de un chiringuito parece advertir a las pieles nórdicas de los peligros del sol sin crema protectora, con las diez letras que forman la palabra SALMONETES. El bar Mediterráneo no tiene nada que ver con el Frankies. Un grupo de inglesas mayores aplaude desde sus butacas clásicas la versión de un éxito de los 80 cantado en inglés por un joven que se acompaña con el teclado. «Es una clientela muy fiel», afirma Mónica, una camarera a la que algunos huéspedes le muestran fotos de sus nietos. «Hasta me mandan correos electrónicos por mi cumpleaños», sonríe. «En verano el 50% de los clientes son nacionales, pero en invierno el 90% son extranjeros», informa el director del hotel.
Las amebas negras que parecen marcar un camino que no lleva a ningún sitio, pues el sitio es este, el vestíbulo enorme, las columnas surrealistas, el diseño moderno, el neón original («el que está sobre la puerta, no el otro enorme», aclara Tecla Lumbreras), nos harán volver y, si no tenemos que conducir, pedir un Dry Martini y exigir que en el buque insignia del turismo no sólo de la Costa del Sol, nadie nos hable del jeque, aunque tampoco nos vamos a molestar, si hasta a lo mejor el tema lo hemos sacado nosotros.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión