Los destinos a los que nos lleva el instinto
Andrea Bocelli debía ser abogado, Hugh Jackman profesor, Kandinsky jurista. Pero, igual que Félix Azpilicueta, dejaron atrás lo seguro para seguir una intuición. Y lo que empezó como una corazonada acabó transformando la música, el cine, el arte y el mundo del vino para siempre.
Cada año, las mariposas monarca viajan más de 4000 km desde Estados Unidos y Canadá hasta los bosques de abetos de México, realizando una de las migraciones más impresionantes del mundo animal. Cruzan montañas, tormentas y desiertos. A pesar de su fragilidad, lo consiguen. Las monarca no vuelan porque sepan exactamente lo que les espera. Vuelan porque saben exactamente a qué lugar pertenecen.
No tienen mapas ni certezas. Solo una dirección interior que las guía hacia un lugar (un destino) muy concreto. Es lo mismo que ocurre con quienes siguen su instinto: Bocelli llegó a los escenarios más grandes del mundo. Jackman alcanzó la alfombra roja, Kandinsky transformó para siempre el arte moderno. Y Félix Azpilicueta encontró el suyo entre barricas, viñedos y un vino que hoy lleva el nombre de la fuerza que lo impulsó: Instinto.
Cuando el instinto señala el destino
Lo que empezó como una intuición acabó convirtiéndose en un destino extraordinario: los grandes escenarios del mundo. Durante años, el Derecho le dio estabilidad, pero no era suficiente. Así que cuando por fin Andrea Bocelli se atrevió a escuchar el instinto, el mundo ganó un tenor universal. Hoy Bocelli ha llenado estadios, ha cantado ante reyes, papas y presidentes, y celebra más de tres décadas de carrera con un documental, un macroconcierto y un disco rodeado de artistas como Karol G, Shania Twain, Marc Anthony o Gwen Stefani. Su destino no fue una profesión. Su destino fue emocionar al mundo.
El instinto puede convertir el destino en un lugar tan inesperado como extraordinario
Lo más sorprendente es que nada en su historia apuntaba hacia ese futuro: nació con un glaucoma congénito, quedó completamente ciego a los 12 años tras recibir un golpe en la cabeza, y los médicos incluso recomendaron a su madre abortar. Pero hay vidas que no están hechas para la resignación. Igual que las mariposas monarcas, Bocelli no llegó a la música por lógica. Llegó porque su instinto sabía adónde debía ir.
Le ocurrió algo similar a Hugh Jackman: se apuntó casi por casualidad y sin expectativas a un curso de teatro. Pero ese aula fue la puerta de entrada a un destino que no estaba en ningún plan: Hollywood. Jackman pasó de enseñar volteretas como profesor de Educación Física a protagonizar papeles míticos en la gran pantalla. Si no hubiera seguido esa brújula interior, el cine se habría quedado huérfano de un Wolverine visceral, humano y eterno. Y quizá El Gran Showman nunca habría emocionado a millones de espectadores, ni Los Miserables habría tenido un Jean Valjean capaz de combinar fuerza y vulnerabilidad en un mismo plano.
¿Y Kandinsky? Él no llegó al arte para pintar sin más. Lo hizo para revolucionar la manera en la que el mundo ve la realidad. Todo empezó con una intuición: aquella atracción inexplicable hacia el color, hacia lo que no podía nombrarse con palabras pero sí sentirse. Podría haberse quedado en el Derecho, en una carrera brillante y estable. Pero su brújula interior apuntaba a otro lugar, uno sin garantías, sin seguridad, sin mapa.
Y ese lugar, ese destino, era el arte. Si no hubiera seguido su instinto, el arte moderno sería hoy otro. No existirían obras como Composición VII o Several Circles, explosiones de color y emoción que cambiaron la historia de la pintura. Ni habríamos entendido que un cuadro puede hablar sin representar nada, que el color puede ser una emoción pura, que una línea puede tener voz propia.
Cuando el instinto se convierte en legado
Félix Azpilicueta también tenía un destino: llegó a Fuenmayor para trabajar en una tienda de comestibles, un lugar modesto, seguro, previsible. Podría haberse quedado allí, vivir una vida tranquila entre sacos de harina y cajas de productos. Pero igual que Bocelli, Jackman o Kandinsky, sintió ese impulso que no se puede justificar con lógica: una fuerza interior que le señalaba otro lugar. No buscaba escapar de la tienda. Buscaba llegar a algo más grande. Su destino estaba entre barricas, uvas y tiempo. Casi 150 años después, su nombre sigue en cada botella. Su destino se convirtió en el destino de todos los que hoy brindan con Instinto, un vino de autor 100% Tempranillo lleno de matices que se caracteriza por su gran poder aromático.
Al final, seguir el instinto es exactamente eso: hacer lo que hacen las mariposas monarca. Emprender un viaje sin garantías, guiados solo por una fuerza interior que señala un lugar al que no hemos llegado todavía… pero que ya sentimos como hogar. Bocelli llegó al escenario, Jackman a Hollywood, Kandinsky al corazón del arte moderno, y Félix Azpilicueta a una bodega que hoy sigue haciendo historia.










