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R. CABELLO
Málaga
Jueves, 29 de septiembre 2022, 00:23
El final del verano, depresión posvacacional mediante, enloquece a todos: también a las moscas. Todo el mundo suele comentar, pero pocos saben por qué las moscas se vuelven tan pesada al comienzo del otoño, cuando llegan los últimos días de septiembre y tocan los primeros de octubre. Resultan cada vez más molestas para las personas y, su explicación, es puramente científica. Todo radica en el aumento de la humedad relativa del ambiente característico de estos días de cambio de estación, lo que provoca que aumenten su peso en una proporción que les dificulta emprender el vuelo cada vez que aterrizan.
No solo aumentan de tamaño, sino de intensidad. Con la llegada de las borrascas habituales en esta fase del año, la presión atmosférica baja, lo que conlleva que el aire tenga menos densidad. Eso provoca que les cueste más batir las alas y mantenerse flotando. En conclusión, acaban teniendo más necesidad de posarse, por ejemplo, sobre los seres humanos, uno de sus animales favoritos.
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La llegada del otoño también trae el fin de la temporada de moscas, no sin antes arrastrar al caos. Es habitual que, conforme bajan las temperaturas, caigan en recipientes que contienen leche u otros líquidos. El frío invierno es demasiado riguroso para ellas. Así, buscarán las habitaciones de las casas y los huecos frescos y oscuros. Si consiguen resistir con vida a los rigores del invierno, estas moscas serán las que engendrarán las poblaciones primaverales y estivales, aunque también pueden reproducirse en invierno, en el estiércol de los establos.
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