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La revolución agrícola del profesor Dieter Wiemberg

Vidas con huella ·

Ingeniero y economista, escapó del comunismo real en Turingia en un carro de estiércol dejando atrás padres y granja familiar expropiada para acabar años después como el padre de una revolución agrícola pilotada desde la finca La Mayora. Impulsó, dirigió y habító 16 años el único centro del CSICen Málaga. Desde allí introdujo el cultivo de fresas y subtropicales

Domingo, 22 de abril 2018, 01:34

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A Dieter Wiemberg lo despojaron del campo familiar de Turingia, de la granja de vacas en la que ayudaba a su padre, y ya ... nunca volvería a aquel paisaje ni a pisar la casa señorial que fue derribada. «Estaba enamorado de la finca. Tenía 16 años cuando me quitaron mis raíces», se duele en su piso de Marbella casi 80 años depués. La mayor parte de su vida, sin embargo, ha estado siempre ligada a la tierra, sobre todo a la Axarquía, donde exprimió su formación de ingeniero agrónomo para desarrolar los cultivos con más éxito en los últimos treinta años. «Después de la guerra, Turingia quedó en manos de los comunistas y nos expropiaron. Por eso estoy en España. Si no, hubiera seguido», simplifica un destino que convirtió su primera beca de tres meses en 55 años con revolución incluida para el paisaje agrario y la economía. El pionero en la introducción a gran escala de la fresa y del aguacate desde la finca experimental La Mayora, el único centro del CSIC en Málaga, que cerró su vida laboral como agregado diplomático en Madrid, Roma y Lisboa, ha sido un profesional de doble perfil, ingeniero y economista que se propuso sacarle más riqueza al campo de un país entonces empobrecido. En el año 48, antes de que a la frontera a 12 kilómetros de su casa la equiparan con descargas eléctricas y perros de presa, urdió con su padre un plan de escape a la Alemania occidental tras dos años sin expectativas. Los nuevos responsables de la situación le negaron plaza para estudiar ingeniero agrónomo por ser hijo de familia acomodada. «Me fugué en el carro cargado de estiércol de un vecino que ayudaba a gente y que cruzaba a diario el paso fronterizo a la vista de la patrulla de soldados porque su finca estaba al otro lado», sitúa la escena de aquella madrugada que marcaría el resto de su vida. Nunca el estiércol tuvo un tufo tan intenso a libertad. Tenía 19 años. Disfrazado de agricultor, y con la maleta escondida bajo la carga pestilente puso rumbo la casa de su abuela materna. Tres tres años después, en 1951, sus padres siguieron su camino y reharían vida en Berlín. Un año antes él había comenzado a estudiar agricultura y economía en Göttingen. En Bonn obtuvo 1953 el título de ingeniero agrónomo y en 1954, en Innsbruck, el de doctor en ciencias económicas con la nota 'magna cum laude'. A la beca de tres meses que casualmente le pondría rumbo a Aragón –«yo quería aprender inglés o francés, pero aquella beca a Zaragoza era la única que tenían disponible», aclara– para estudiar regadíos en los Monegros siguió otra de un año en Extremadura para analizar el mercado del ibérico. «España estaba muy pobre, no había horizonte y los sueldos eran muy bajos», describe la decepción que le empujó a volver a Alemania tras año y medio entre españoles. Se fue hasta Kiel, al Instituto de Economía Mundial, donde tenía la esperanza de un trabajo en algún organismo internacional relacionado con la producción de alimentos. «Su director, Fritz Baade, preparaba un informe sobre las posibilidades de aumento de producciones de frutas y hortalizas en el sur de Europa y me propuso hacerle la parte española», sitúa el comienzo de todo lo que vendría después: «Ha escrito usted una cosa muy interesante, y me gustaría que lo llevara a la práctica», me dijo.

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