La revolución agrícola del profesor Dieter Wiemberg
Vidas con huella ·
Ingeniero y economista, escapó del comunismo real en Turingia en un carro de estiércol dejando atrás padres y granja familiar expropiada para acabar años después como el padre de una revolución agrícola pilotada desde la finca La Mayora. Impulsó, dirigió y habító 16 años el único centro del CSICen Málaga. Desde allí introdujo el cultivo de fresas y subtropicalesA Dieter Wiemberg lo despojaron del campo familiar de Turingia, de la granja de vacas en la que ayudaba a su padre, y ya ... nunca volvería a aquel paisaje ni a pisar la casa señorial que fue derribada. «Estaba enamorado de la finca. Tenía 16 años cuando me quitaron mis raíces», se duele en su piso de Marbella casi 80 años depués. La mayor parte de su vida, sin embargo, ha estado siempre ligada a la tierra, sobre todo a la Axarquía, donde exprimió su formación de ingeniero agrónomo para desarrolar los cultivos con más éxito en los últimos treinta años. «Después de la guerra, Turingia quedó en manos de los comunistas y nos expropiaron. Por eso estoy en España. Si no, hubiera seguido», simplifica un destino que convirtió su primera beca de tres meses en 55 años con revolución incluida para el paisaje agrario y la economía. El pionero en la introducción a gran escala de la fresa y del aguacate desde la finca experimental La Mayora, el único centro del CSIC en Málaga, que cerró su vida laboral como agregado diplomático en Madrid, Roma y Lisboa, ha sido un profesional de doble perfil, ingeniero y economista que se propuso sacarle más riqueza al campo de un país entonces empobrecido. En el año 48, antes de que a la frontera a 12 kilómetros de su casa la equiparan con descargas eléctricas y perros de presa, urdió con su padre un plan de escape a la Alemania occidental tras dos años sin expectativas. Los nuevos responsables de la situación le negaron plaza para estudiar ingeniero agrónomo por ser hijo de familia acomodada. «Me fugué en el carro cargado de estiércol de un vecino que ayudaba a gente y que cruzaba a diario el paso fronterizo a la vista de la patrulla de soldados porque su finca estaba al otro lado», sitúa la escena de aquella madrugada que marcaría el resto de su vida. Nunca el estiércol tuvo un tufo tan intenso a libertad. Tenía 19 años. Disfrazado de agricultor, y con la maleta escondida bajo la carga pestilente puso rumbo la casa de su abuela materna. Tres tres años después, en 1951, sus padres siguieron su camino y reharían vida en Berlín. Un año antes él había comenzado a estudiar agricultura y economía en Göttingen. En Bonn obtuvo 1953 el título de ingeniero agrónomo y en 1954, en Innsbruck, el de doctor en ciencias económicas con la nota 'magna cum laude'. A la beca de tres meses que casualmente le pondría rumbo a Aragón –«yo quería aprender inglés o francés, pero aquella beca a Zaragoza era la única que tenían disponible», aclara– para estudiar regadíos en los Monegros siguió otra de un año en Extremadura para analizar el mercado del ibérico. «España estaba muy pobre, no había horizonte y los sueldos eran muy bajos», describe la decepción que le empujó a volver a Alemania tras año y medio entre españoles. Se fue hasta Kiel, al Instituto de Economía Mundial, donde tenía la esperanza de un trabajo en algún organismo internacional relacionado con la producción de alimentos. «Su director, Fritz Baade, preparaba un informe sobre las posibilidades de aumento de producciones de frutas y hortalizas en el sur de Europa y me propuso hacerle la parte española», sitúa el comienzo de todo lo que vendría después: «Ha escrito usted una cosa muy interesante, y me gustaría que lo llevara a la práctica», me dijo.
«Un ministro decía que cómo se iba a ayudar a Franco, pero Baade defendía que había que hacerlo. Franco no estaría siempre»
El trabajo académico pasaría a la economía real. Baade era no sólo una autoridad económica sino un peso pesado socialdemócrata. En 1960, Wienberg, que en Zaragoza había conocido a través de un catedrático al secretario general del CSIC José María Albareda –«los dos eran del Opus Dei», aporta un dato clave para engrasar el empeño–, logró concertar una entrevista entre éste y Baade que marcaría la cuenta atrás del futuro centro de investigación agronómica en la Costa del Sol. El primer millón de marcos no tardó en llegar para comprar las 44 hectáreas de La Mayora, en Algarrobo. «En el Gobierno alemán había contrarios. Un ministro decía que cómo íbamos a ayudar a la España de Franco, pero Baade defendía que había que ayudar al país porque Franco alguna vez dejaría de estar», defiende el papel de Baade, quien pasaría de maestro a amigo íntimo. Tras los fracasos iniciales en el cultivo del fresón, Wiemberg pasa cinco semanas en California, con el mismo clima y temperaturas que aquí, «aconsejado por el 'Papa alemán de los fresones'». «Copiamos su sistema de siembra y allí también me surgió la idea del aguacate después de recorrerme los 1.500 kilómetros entre Los Ángeles y San Diego», cuenta el comienzo local del cultivo revelación. José Farré, un ingeniero agrónomo que se trasladó a Málaga a cultivar subtropicales tras vender su finca leridana, se convertiría en su gran colaborador. El modelo se repetiría a otra escala en Moguer, en Huelva, con el abogado Antonio Medina. «Probamos en cien hectáreas de turbera improductiva de su finca y el resultado fue estupendo. Ahora tienen 300 y producen 400.000 toneladas», se alegra este profesor sin fincas pero con larga cosecha de reconocimientos en Alemania y España.
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