Despejada con la llegada de María Jesús Montero la incógnita principal que desde hace meses pendía sobre el PSOE de Andalucía, se abre ahora un ... abanico de interrogantes. El más importante es cómo hará la líder socialista para ejercer al mismo tiempo de vicepresidenta del Gobierno y ministra de Hacienda y jefa de la oposición en Andalucía.
La pregunta tiene difícil respuesta y es más que probable que esa doble posición, que en primera instancia parece colocarla en una situación de ventaja ilegítima -será la primera jefa de la oposición en Andalucía con una posición de poder institucional- la acabe situando ante contradicciones difíciles de explicar ante el electorado andaluz mientras siga perteneciendo a un Gobierno cuya continuidad depende de las cesiones que haga a los nacionalismos periféricos. ¿Cuando Montero presida el Consejo de Política Fiscal y Financiera podrá abstraerse de su condición de jefa de la oposición en Andalucía? ¿Será capaz de inspirar el mínimo de confianza que requiere una negociación si el Gobierno andaluz considera que va a utilizar su posición para desgastarlo y el resto de los gobiernos autonómicos interpretan cualquier decisión como un gesto hacia los votantes andaluces?
Estas consideraciones posiblemente puedan aplicarse a cualquiera de los ministros a los que Sánchez ha enviado a hacer oposición a los gobiernos autonómicos del PP en una operación que expresa cómo se ha invertido la lógica -antes eran las federaciones autonómicas del PSOE las que intentaban colocar ministros en los gobiernos socialistas; ahora es el presidente del Gobierno el que designa a los secretarios generales en las federaciones-, pero en el caso de Montero, por la sensibilidad de la cartera a su cargo, la dualidad y las evidentes incompatibilidades son especialmente difíciles de asumir.
Se ha visto la designación de la vicepresidenta como una muestra del cesarismo en el que ha caído el PSOE, donde el poder de las federaciones se ha diluido frente al mando central y unipersonal del secretario general, pero esa visión no es contradictoria con el hecho incuestionable de que la figura de Montero despertaba, incluso antes de que se conociera la decisión de Sánchez, un consenso unánime en las bases y en las distintas familias socialistas, que la ven como la única dirigente capaz de acudir con un mínimo de garantías a una confrontación electoral contra Juanma Moreno.
Su llegada, fraguada en la recta final del receso político de Navidad tras unas conversaciones en las que sólo participaron Pedro Sánchez, Juan Espadas y la propia Montero, estuvo precedida de una operación trunca urdida desde Ferraz en la que el secretario de Organización, Santos Cerdán, quiso situar a su número dos, Juanfran Serrano, al frente del partido en Andalucía. Esta operación, que tenía la virtud de expresar una renovación generacional que no pocos consideran imprescindible y llegó a ser filtrada a algún medio de Madrid como ya consumada, se topó con varios obstáculos que resultaron insalvables: la consideración de que un candidato desconocido no mejoraría lo que ya había, la timidez con la que Jaén -agrupación de procedencia de Serrano- mostró su apoyo y la resistencia del socialismo sevillano, que lleva más de tres décadas hegemonizando al PSOE de Andalucía y no está dispuesto a ceder poder interno.
La dualidad de cargos generará incompatibilidades muy difíciles de armonizar
La trayectoria de Montero en el PSOE, del que fue elegida vicesecretaria general hace poco más de 40 días, es atípica. La mayor parte de su trayectoria en la Junta de Andalucía la desarrolló como independiente y sólo se afilió en su etapa final como consejera, antes de marcharse como ministra de Pedro Sánchez. Por ese motivo, no pertenece ni se la identifica con ninguna de las familias socialistas, no hay en Andalucía dirigentes a quienes se pueda identificar con ella y no aparecen de momento pistas acerca de con quiénes contará para conformar su equipo. De momento, todas las familias del partido estuvieron representadas el pasado miércoles en el acto en el que la ministra anunció formalmente su candidatura. También acudieron seis de los ocho secretarios provinciales, con las únicas ausencia de los de Granada y Jaén. Tras años de una división acentuada en la etapa de Susana Díaz y que Juan Espadas no supo corregir, el primer desafío de Montero es limar diferencias para llegar al desafío electoral de 2026 con el partido unido.
La vicepresidenta no está aún formalmente al frente del PSOE-A. El siguiente paso en el proceso precongresual es el la presentación de avales, que termina el próximo sábado. Si, como se prevé, el profesor Luis Ángel Hierro, que aspira a competir por la Secretaría General, no consigue reunirlos, Montero será proclamada in péctore.
A partir de entonces es posible que se vayan conociendo sus decisiones y la primera será relativa al grupo parlamentario, del que es probable que se marche Juan Espadas y en el que Montero deberá decidir si Ángeles Férriz sigue como portavoz.
Después, cuando llegue el Congreso, se despejará la incógnita de la conformación de su ejecutiva. Con la doble responsabilidad que deberá ejercer, las claves serán saber quién ocupa la secretaría de Organización, a quién se sitúa en la portavocía y si se nombra un vicesecretario general que lleve el día a día del partido.
El socialismo sevillano lleva más de tres décadas hegemonizando al PSOE de Andalucía
Posteriormente llegarán los congresos provinciales, con movimientos críticos contra las secretarios generales en varias provincias y ahí se verá hasta dónde llega la capacidad de Montero para pacificar y cohesionar al PSOE-A.
Pero más allá de cómo resuelve las claves internas, Montero deberá decidir qué discurso y qué estrategia adopta para intentar seducir a un electorado que ha dejado de mirar mayoritariamente a su partido. El discurso en el que anunció su decisión de presentar candidatura estuvo claramente dirigido a los militantes, con apelaciones a la movilización del partido y sembrado de alusiones simbólicas de la izquierda. Esa intervención, muy en clave interna, ni sirve de referencia ni ofrece pistas sobre cuál será su estrategia a partir de ahora.
En el PSOE-A están convencidos de que este movimiento ha cambiado la dinámica de la política en Andalucía y que su partido se ha cargado de ambición para acudir a unas elecciones que hasta la semana pasada prácticamente se daban por perdidas un año y medio antes de su convocatoria.
Más allá de lo que vaya a durar el efecto Montero, el PP está ante una oportunidad de desperezarse y afrontar este desafío alejándose de la inercia triunfalista en la que una oposición anodina lo había instalado.
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