Cuando Paqui encontró a Rafi: «Con ella me ha tocado el Gordo»
Antes de que la pandemia nos rompiera la vida, la OMS ya tenía el foco en otra: la soledad en las personas mayores. Para esta sí hay vacuna: los voluntarios como Rafi
Francisca Jiménez, Paqui para todos, tiene 81 años y un ánimo que ya quisiera un adolescente de 15. «De eso no me falta, ¿eh?», avisa ... de partida antes de entrar de lleno en las razones que llevarían a otro cualquiera a ser más plomo que corcho. A Paqui no le pesan la casa –«nunca he sido muy de calle», admite–, ni los problemas de cadera que arrastra desde hace más de dos décadas, ni el tratamiento inminente de la diálisis; tampoco el recuerdo de un aneurisma del que tuvo que ser operada de urgencia hace tanto tiempo que ni se acuerda. Que los médicos le hayan prohibido la sal en las comidas, en fin, no la han convertido en una señora sosa y cascarrabias.
–«Pero la soledad sí la llevo regular, hija», se para de repente.
Ése es el diagnóstico que realmente le duele a Paqui y, como a ella, a las más de 4.000 personas de más 80 años que viven solas en la capital. Cuando aún se vivía al margen de lo que realmente representaba una pandemia, la OMS ya alertaba de los efectos devastadores de esa realidad en el colectivo de la tercera edad y la calificaba de «epidemia silenciosa». Por eso, desde colectivos como la Fundación Harena tratan de poner en primera línea voces como la de Paqui, con programas específicos de acompañamientos semanales y una red de voluntarios que literalmente salvan vidas.
«A mí, con Rafi, me ha tocado el Gordo. ¡Qué digo el Gordo! Más que eso, porque el dinero se gasta y a ella la tengo al lado». Rafi es Rafaela Ramos, Rafi para todos y policía local jubilada que ahora reparte rutinas entre los hijos y los nietos pero también en el hogar de Paqui. Hoy toca visita a esa «segunda casa», en la Colonia de Santa Inés, como todos los martes por las mañanas desde hace cuatro años. «Cuando viene es una alegría... Un día hacemos la compra, otro me cocina los platos que me gustan. Esto no está pagado», celebra Paqui con Rafi sentada al lado mientras planean qué harán hoy para comer.
Las dos encajan a la perfección. La primera recita de memoria las otras voluntarias que la han acompañado desde que hace una década se incorporó al programa de Harena –«he tenido tres 'Lauras', una 'Mari Ángeles', una 'Mari Carmen' y una 'Sagrario', y todas muy buenas»–, y Rafi tuvo antes a una señora mayor cerca de su casa, en el barrio de La Victoria, «que era también muy buena pero no tan animosa como Paqui». «Al final, cada una aportamos lo que tenemos –continúa cogiéndole cariñosamente el brazo–, y en estos años me he dado cuenta de que yo le doy a ella lo que le falta, pero es que ella me da también muchas cosas».
«Aquí me despejo, Paqui ya es mi amiga, no es una carga en absoluto. Al contrario, no imaginas lo que aprendo con ella, tiene una forma tan positiva de afrontar los problemas...», añade Rafi haciendo repaso por la vida de su amiga. Que no habrá sido porque no los ha tenido, y gordos: «Bueno, es que yo llevo 40 años sola en esta casa –hace memoria Paqui–. Cuando salió lo del divorcio mi marido decidió que quería vivir su vida y aquí me quedé yo». Lo hizo con sus tres hijos, cuyos trabajos han alejado a su madre de la saludable rutina de verlos, al menos, una vez por semana. «Uno vive en Tenerife y el otro es camionero, pero está siempre en el extranjero. Y el tercero es el que me falta», se rompe la mujer animosa por primera vez en la charla. «Ésa es la única pena que tengo, porque los padres no estamos preparados para que se nos mueran los hijos... Era muy bueno, muy bueno, por eso Dios se lo quiso llevar con él», solloza Paqui echando cuentas en el calendario, porque el mes que viene «hace 15 años que se fue» pero a ella le pesa como si hubiera sido ayer.
Aún así, logró reconstruirse después de una vida trabajando como cocinera en el colegio de los Agustinos, «en la residencia de los curas». También con sus seis nietos, a los que casi no ve y a los que excusa «porque están trabajando o estudiando y no se les puede pedir más a las criaturas». Esos ratos necesarios los compensa Rafi, la «alegría» de una casa donde Paqui se abandona a rutinas casi militares porque las piernas ya no le dan para más: «Sólo tengo algo de actividad por la mañana cuando me levanto, porque la una de la tarde como y me acuesto. A las siete me levanto otra vez para comer y me vuelvo a acostar».
El martes, día grande
Eso sí, el martes es día grande durante esas primeras horas del día. «A mí también me encanta, en mi casa ya saben que no perdono venirme aquí con ella», le devuelve la sonrisa Rafi, acostumbrada ya a las fiestas de su amiga cada vez que toca visita. Y si hay guiso, doble ración: «Hacemos jibia en salsa, berenjenas rellenas, potaje de garbanzos, tomate con bacalao, carrillada... las cosas que le gustan a ella, pero adaptadas a lo que puede comer», añade Rafi con el mimo de quien, efectivamente, se ha convertido en algo más que una voluntaria.
Y eso es, precisamente, lo que falta en el menú de la Fundación Harena. La compañía para los ancianos que viven solos es el pilar de su acción social, pero desde el confinamiento se han agravado los cuadros de soledad y se han incorporado tantos mayores al programa que hace tiempo que dejaron de salir las cuentas y las manos.
«Necesitamos con urgencia voluntarios», implora la gerente de la fundación, Angie Moreno, cuyo equipo promete todas las facilidades para adaptar cada caso a los horarios disponibles de la persona que dé el paso adelante. Los acompañamientos, que se limitan a una vez por semana durante la mañana o la tarde, suelen ser, de hecho, en el entorno cercano del voluntario; y además se puede elegir entre la modalidad presencial o telefónica. «Lo que sea, pero que vengan», añade Moreno, convencida por experiencia de que, al igual que le ocurre a Paqui, la soledad en la tercera edad pesa más que la enfermedad y los achaques. Y para combatirla, hace falta la vacuna de muchas (y muchos) como Rafi.
**Para inscribirse como voluntario: Fundación Harena. Calle Comedias, 10, piso 1. También por correo electrónico en info@fundacionharena.org o en el teléfono 672 756 558.
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