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CLAUDIA SAN MARTÍN
MÁLAGA .
Lunes, 21 de octubre 2019, 00:03
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Si hay algo de lo que Daniel Escriba y Óscar Gil van sobrados es de amor. Y éste, cuando va acompañado del concepto de familia, crece con una rapidez vertiginosa. Este matrimonio malagueño oculta tras sus sonrisas una historia vital con la que nos topamos por casualidad, y cuando ellos mismos la relataron, vimos que no es sólo necesario darles voz, sino mostrarles como un ejemplo de que tener dos padres es tener una suerte inmensa. Escriba y Gil se conocieron gracias a una amiga en común, y pronto se enamoraron. Ambos, que trabajaban en un centro de menores con necesidades especiales, el Instituto Pedagógico Dulce Nombre de María, conocieron allí a una niña que cambiaría sus vidas por completo. Su nombre es Ainhoa, y su sonrisa desde que Daniel y Óscar son sus padres de acogida crece a pasos agigantados.
Sus historias se entrelazan en el momento en el que Gil empieza a tener más contacto con Ainhoa cuando una noche la pequeña que tenía siete años enferma y es trasladada al Materno Infantil: «Estaba reteniendo líquidos y le tuvieron que colocar una válvula para que pudiera drenarlos. Estuvo seis meses ingresada y yo pasé con ella todo ese tiempo. Mis turnos los hacía allí», cuenta Gil. En este momento comienza a crearse una unión con Ainhoa que sería difícil, e incluso, prácticamente imposible de romper.
Feliz y risueña
Escriba, que vivió esta relación muy de cerca, también comenzó a estrechar lazos con la pequeña, que padece una parálisis cerebral del 99%. Pronto su situación cambió y se convirtieron en su 'familia colaboradora', para poder pasar con ella fuera del centro algunos fines de semana, Navidades, Semana Santa o vacaciones de verano. «Yo ya tenía el instinto paternal de antes, pero a Dani le apareció muy pronto, en cuanto empezamos a tener más contacto con ella», explica Gil con los ojos envueltos en ilusión. Al principio la pequeña apenas reaccionaba a los estímulos externos, y cuando la pareja empezó a pasar más tiempo con ella fuera del centro Ainhoa comenzó a ser otra niña, «más feliz y risueña», lo que impulsó a esta pareja que las ganas de estar con ella más tiempo crecieran y que se convirtiera en una situación permanente.
«Ella es muy cofrade, como su padre, y le encantan los tronos y las luces de Navidad. Todo lo que le damos nos lo agradece mil veces más. Estuvo hasta en nuestra boda, que nos casamos en 2012», asegura Óscar. Antes de que a esta familia de tres les cambiara la vida por completo, Ainhoa apenas se movía, y cuando volvía de pasar temporadas con sus padres de acogida, comenzó a reír más «a dar palmas, a cogerse sus propias manos e incluso a buscar y reconocer las cosas».
Al tiempo, la pareja se planteó acoger de forma permanente a un menor con diversidad funcional; por su situación pensaron que no podía ser Ainhoa, la pequeña posee familia extensa que en ocasiones la visitaban, y creían que no estaba en situación de búsqueda de familia de acogida. Como relata Daniel, fueron muchas las casualidades que por aquel entonces se iban sucediendo, y fue de la noche a la mañana cuando se decidieron y acudieron a la asociación Infania para comenzar a tramitar un acogimiento permanente. Para su sorpresa, Ainhoa sí estaba buscando familia acogedora y, ¿quién mejor que ellos que ya se consideraban una familia? Esto sucedió en 2015, y desde entonces, su vida ha cambiado por completo, y como la pareja nos cuenta «a mejor»: «Ella ya está desvinculada del centro, y va semanalmente a sus terapias de fisio, logopedia y al colegio. Se adapta muy bien a nuestra situación familiar», explica Escriba.
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