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Héctor Barbotta
Domingo, 22 de diciembre 2013, 20:11
Con 140.000 habitantes censados, al menos 240.000 reales y más de medio millón durante algunos meses del año, Marbella dista de ser un tranquilo pueblo de paredes encaladas y techos de tejas. Pero la tradición arquitectónica que la inspiración en los pueblos mediterráneos creó cuando la ciudad irrumpió en el mundo del turismo hasta convertirse en una referencia imprescindible y en el mayor activo de la principal industria española se ha instalado con el paso de los años como una seña de identidad que la ciudad se empeña en conservar.
La reciente polémica suscitada en torno a la propuesta de construir rascacielos en el término municipal y la reacción que provocó en gran parte de la sociedad civil hasta obligar al gobierno municipal a pisar el freno demuestran hasta qué punto la ciudad se identifica con lo que ha dado en llamarse la arquitectura marbellí.
No existe unanimidad acerca de si seis torres repartidas por todo el término municipal suponían una agresión inasumible para ese estilo, innovador y transgresor en el momento en el que nació y hoy convertido en un modelo de referencia. Pero sí sobre el hecho de que la tradición arquitectónica de la ciudad y el uso turístico sobre el que él se asienta suponen un patrimonio al que Marbella no está dispuesta a renunciar.
Pero, ¿cuál es el estilo urbanístico de la ciudad? ¿De qué se habla cuando se hace referencia a la arquitectura marbellí?
Para encontrar la respuesta hay que bucear hasta 1947, año en el que la familia del príncipe Alfonso de Hohenlohe adquirió la finca Santa Margarita, una antigua propiedad agrícola de 18 hectáreas a menos de diez kilómetros de lo que hoy es el casco antiguo y en aquel entonces era Marbella. Su intuición o su visión de futuro convertirían la finca apenas siete años después en un hotel: el Marbella Club. Frente a las modernas construcciones en vertical que por entonces suponían la expresión más vanguardista del turismo, Hohenlohe optó por recrear la estructura de los pueblos blancos que salpicaban el Mediterráneo.
Aquello fue el comienzo de un estilo que después revolucionaría el arquitecto de origen boliviano Melvin Villarroel, que dio marco teórico a aquella filosofía del buen vivir trasladada a la arquitectura. Los conceptos de Villarroel, posteriormente sintetizados en su libro La arquitectura del vacío, dieron marco a algunas de las obras más emblemáticas de la ciudad. Su filosofía se asentaba en darle al vacío, a la ausencia de construcción, un papel preponderante en sus obras. Cuantos más espacios libres, más valor tiene la parte construida. Contenía también otros principios, como el de la arquitectura como instrumento de la armonía del hombre con la naturaleza.
Villarroel diseñó algunos de los emblemas más significativos de la arquitectura marbellí: Marina del Puente, Alcazaba Beach, Mansion Club y la remodelación del Marbella Club, aunque se dice que nunca
ca superó lo que fue su primera obra en la ciudad: el hotel Puente Romano. La tradición cuenta que la primera opción eran tres torres de 20 plantas, pero una charla con Hohenlohe bastó para que el hotel, que aún hoy sigue siendo el cinco estrellas más prestigioso de la zona, se diseñara en armonía con su vecino, el Marbella Club, y de acuerdo a lo que Villarroel asumiría como norma: ningún edificio por encima de la altura de los árboles. La dimensión humana de la arquitectura.
Una historia similar se cuenta de Puerto Banús, diseñado por el arquitecto de origen suizo Noldi Schreck e inaugurado en 1970. Schreck, que había trabajado en California y en la costa mexicana, llegó a Marbella para diseñar el beach club del Marbella Club y convenció al promotor José Banús de que el puerto que acabaría llevando su nombre sería mejor si en lugar de las torres se levantaba con la tipología mediterránea que había inspirado al Marbella Club.
Ambos conjuntos, el Marbella Club y Puerto Banús, fueron la referencia que inspirarían posteriormente a las urbanizaciones que fueron salpicando todo el término municipal mientras el resto de la Costa del Sol se levantaba bajo el influjo de otros modelos.
Así nacerían hoteles y conjuntos residenciales que siguieron ese estilo: el hotel Cortijo Blanco, los conjuntos La Alcazaba y Las Lomas de Marbella Pueblo o la urbanización Cabopino son algunos de los exponentes que llegan hasta nuestros días.
Esta doble idea de las urbanizaciones rodeadas de jardines y recreando con mayor o menor fortuna la estructura de los pueblos blancos coronados de tejas fueron configurando lo que se dio en llamar la arquitectura marbellí, y fue convirtiendo la ciudad compacta que se estructuraba en torno al casco antigua en una ciudad difusa, salpicada de urbanizaciones y con vocación de ciudad jardín.
El desarrollo posterior intentó replicar este modelo que aunque dio pie al nacimiento de una idiosincrasia estética no impidió que florecieran exponentes de otras tipologías. Así surgieron las urbanizaciones Los Monteros y Guadalmina, consideradas representativas del movimiento moderno en Marbella y hoteles como El Fuerte, Guadalmina o Los Monteros, exponentes de otras escuelas.
Porque como resalta el arquitecto Manuel González Fustegueras, redactor del Plan General de Ordenación Urbana diseñado para intentar corregir la barbarie urbanística del GIL y en vigor desde 2010, una de las mayores fortalezas de Marbella es su geografía singular sobre la que se asienta un territorio capaz de soportarlo todo, incluso los barbaridades de aquellos años. ¿Qué hace de Marbella un término municipal único? Lo resume en pocas palabras: la estructura montañosa presidida por La Concha, los ríos y arroyos que bajan hasta el mar y el propio litoral. «Marbella tiene hasta cascadas en su zona urbana», resalta. Esa riqueza hidrográfica creó un tapiz genético sobre el que se asentó lo que Fustegueras llama «la arquitectura del relax». «La uniformidad nunca es buena, pero esa idiosincrasia (la de la tipología mediterránea) está bien mantenerla», sentencia.
Hasta dónde llega el estilo que debe mantenerse y cuáles son las innovaciones que la ciudad se puede permitir es objeto de permanente debate. Sobre todo porque el turismo residencial sigue siendo el motor económico de la ciudad, y también porque la demanda está cambiando.
Nuevas demandas
Mientras que durante muchos años los compradores de viviendas turísticas de alta gama valoraban la singularidad de lo clásico, la fuerza con la que están calando ahora nuevos mercados, como el ruso o el nórdico, dibuja un nuevo panorama. Sobre todo porque la falta de crédito y la persistencia de la crisis ha reducido al mínimo la demanda nacional.
Y estos nuevos compradores llegan con sus gustos: quieren nueva construcción y sobre todo lo que en toda operación inmobiliaria se traduce como lujo: buena localización y grandes espacios.
¿Puede coexistir la ciudad jardín con esta nueva demanda? No son incompatibles. Las viviendas de nueva generación que se están construyendo demuestran que la más alta calidad permite sobrevivir a la crisis.
Lo explica Javier Rabadam, de la empresa Sismo una sociedad del grupo Sierra Blanca, que ha desarrollado un nuevo sistema de construcción con paredes estructurales que elimina las vigas y por lo tanto da lugar al diseño de espacios diáfanos donde antes se necesitaban columnas. Este sistema, que permite también aislar las viviendas y por lo tanto ahorrar energía a la hora de la climatización se está aplicando en la urbanización Reserva de Sierra Blanca, una de las últimas promociones de lujo que se están levantando en Marbella. Una muestra de que la modernidad es compatible con una tradición que se resiste a pasar de moda.
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