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FOTOMATÓN

El médico de los mosquitos y defensor de la naturaleza

Julián de Zulueta Cebrián Doctor jubilado de la OMS experto en paludismo, investigador y ecologista

ANTONIO M. ROMERO

Sábado, 16 de enero 2010, 12:40

Hay retratos vitales que parecen sacados de un guión cinematográfico o de la trama de un libro de aventuras, pero que son reales como la vida misma. Lo demuestra Julián de Zulueta Cebrián, un madrileño que vino al mundo el año en que acabó la Primera Guerra Mundial en el castizo barrio de Chamberí y que a sus 92 primaveras continúa en plenitud de facultades y con las inquietudes de un joven en su retiro espiritual de Ronda. Y todo ello tras una trayectoria profesional y personal que le ha llevado a las zonas más recónditas del mundo y a vivir historias dignas de ser contadas.

Nacido en una familia de intelectuales, es sobrino del histórico dirigente socialista Julián Besteiro -quien lo bautizó en champán tras la ceremonia religiosa- y su padre, Luis de Zulueta, fue ministro de Estado en el primer gobierno republicano de Manuel Azaña.

Su formación tuvo lugar en la Institución Libre de Enseñanza. «De quienes estudiaron allí debo ser de los pocos que quedan vivos», señala Zulueta, quien hoy preside la Fundación Giner de los Ríos, uno de los impulsores de aquella iniciativa pedagógica, y «el primer ecologista español».

El traslado de su familia a Roma, donde su progenitor era embajador de la República ante el Vaticano, coincide con el estallido de la Guerra Civil en España. Comienza entonces su etapa de exiliado, que le llevó a París y de allí a Colombia. En la Universidad de Bogotá se doctoró en Medicina especializado en enfermedades tropicales, un título que, años después, revalidaría por la Universidad de Salamanca.

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el doctor Zulueta marchó a Inglaterra con la intención de enrolarse como galeno en el ejército británico «para ser útil» a los aliados, pero no le aceptaron. Por tanto, aprovechó el tiempo y completó sus estudios en Parasitología en la Universidad de Cambrigde. En ese tiempo, se casó con la británica Gillian Owtram, con la que ha tenido tres hijas, Cayetana, Felicidad y Francisca, que le han dado siete nietos y una biznieta.

Tras volver a Colombia, en 1952, con el clima político «enrarecido», este experto en malaria decidió dar un giro a su vida y solicitó trabajar en la Organización Mundial de la Salud (OMS). Petición que le fue aceptada, iniciando un relación de 25 años con este organismo de la ONU.

Su primer destino no pudo ser más exótico: la región de Sarawak en la isla de Borneo. «Allí la sociedad vivía aún en el Neolítico», recuerda con cierta añoranza mientras muestra unas fotografías en blanco y negro de aquellos años en los que aprendió la lengua malaya. Un lugar en el que le conocían como 'el médico de los mosquitos' por su lucha contra el parásito propagador del paludismo. Tras sufrir una grave enfermedad fue trasladado a Ginebra y desde allí empezó un periplo como médico de la OMS que le llevó a trabajar sobre el terreno en México, Uganda, Marruecos, Argelia, Madagascar, Guinea, Turquía, Irak, Irán, Afganistán, Siria, Líbano o Jordania. El anterior rey de este país, Hussein, le concedió la Gran Estrella de Jordania por su trabajo; distinción a la que se une la Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad de España.

Un flechazo romántico

En uno de sus viajes profesionales a España conoció Ronda y, como aquellos viajeros románticos del siglo XIX, surgió el flechazo y el amor. «Era una ciudad que hoy no se reconocería, alejada del mundanal ruido, con un paisaje extraordinario y unas calles de profundo sabor árabe. Me enamoré de ella», señala.

El destino hizo que al final de los años setenta, cuando se jubiló como funcionario de la OMS -con la que siguió colaborando cuando le pedían asesoramiento-, y conoció que se vendía un viejo caserón de la parte antigua de Ronda, no lo dudó: se hizo con un edificio de seiscientos años de antigüedad que fue mezquita musulmana, convento carmelita y, tras la desamortización, vivienda.

En su interior se encuentra uno de los tesoros que Julián de Zulueta enseña con orgullo: un artesonado almohade. «Es uno de los mejores artesonados civiles de España en este estilo y, de sus dimensiones, para ver otro igual hay que ir hasta Marrakech», afirma mientras enseña la sala donde se encuentra, adornada con trofeos de caza y figuras típicas de aquellos países en que estuvo.

Su estancia en Ronda le llevó, en 1983, a encabezar la candidatura del PSOE a la Alcaldía y ganar las elecciones por mayoría absoluta. «Hasta entonces yo no había tenido actividad política y además no estaba afiliado al Partido Socialista. En ese momento, había disensiones internas entre los socialistas de Ronda y el médico Carlos Yáñez, a quien yo conocía, me animó a presentarme y dar el paso. A mis compañeros de lista los conocí días antes de las elecciones y, después hubo problemas», cuenta.

¿El balance? «Para Ronda fue bueno, hace no mucho una señora que me vio por la calle y me dijo: 'Don Julián ha sido usted el mejor alcalde que ha tenido Ronda'. Personalmente me dio muchos dolores de cabeza y muchos problemas, quizás fue un error», apostilla.

Alejado de la política, este activista del medio ambiente que luchó por proteger el pinsapo, participa en los movimientos ecologistas -es uno de los más firmes opositores al macroproyecto urbanístico de Los Merinos- y jugó un papel relevante en la defensa del oso pardo en Somiedo (Asturias), donde tiene vivienda. Su compromiso ecologista le valió su incorporación al Comité Españo MaB (hombre y naturaleza) de la Unesco.

Conferenciante en varios puntos del mundo sobre asuntos tan variados como la medicina o el exilio, este políglota que domina el francés y el inglés es colaborador de la prestigiosa revista británica 'The Mariners Mirror', donde ha publicado artículos sobre otra de sus pasiones, la historia naval. Asimismo, sus trabajos de investigación han contribuido a certificar, tras analizar el dedo meñique de Carlos V, que el rey español murió de paludismo, o a apuntalar la postura española en el caso del Odyssey Explorer.

En su despacho, rodeado de libros, continúa, día a día, trabajando e ilusionado, haciendo cierto aquel aserto de que la vejez es una juventud prolongada.

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