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APILADAS. Las Caracaolas fueron instaladas hace ya doce años, en 1997, como solución provisional. / J. SAKONA
Las Caracolas, la vida en una lata
Ceuta

Las Caracolas, la vida en una lata

Sesenta familias de la barriada del Príncipe malviven en casas prefabricadas a la espera de que Emvicesa acabe las viviendas de protección oficial de Loma Colmenar. Los vecinos confían en ser realojados en unos meses mientras sus casas se pudren

J. SAKONA

Domingo, 8 de febrero 2009, 03:07

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Llueve sobre Las Caracolas. Y la barriada parece un rebaño de tambores de hojalata. Es la pequeña barriada de casas prefabricadas en la frontera invisible entre Príncipe Alfonso y Príncipe Felipe. La periferia del extrarradio. La lluvia repiquetea sobre los módulos de obra reconvertidos en presuntas viviendas y el agua corre libre por lo que queda de asfalto. Lo que empezó siendo una solución provisional hace ya más de una década es hoy un barrio de casas de lata al borde de la corrosión a la espera de que, al fin, se acaben las viviendas de VPO de Loma Colmenar que servirán para realojar a estas sesenta familias.

Por fin

«Esto lleva más tiempo aquí que el palo de la bandera», se ríe Mustaffa, vecino del lugar. «Por algunas Caracolas han pasado ya tres y cuatro familias distintas. «Y no se crea, que esto ha mejorado mucho, ahora ya hasta pasa la policía», se carcajea con ironía. Mustaffa, 45 años, tres hijos y en el paro, como prácticamente todos los vecinos de Las Caracalas. Sesenta familias realojadas por motivos dispares. «Cuando nos trajeron aquí nos dijeron que era provisional, pero ya se han olvidado de nosotros, aunque ayer vi en el 'teleceuta' que nos van a sacar de aquí por fin, ¿no?», interroga este vecino aludiendo al anuncio del consejero de Fomento, Juan Manuel Doncel, que aseguró que «en unos meses» empezará a ejecutarse el Plan Urban para la reurbanización de la zona. Un proyecto que cuenta con cuatro millones de euros de las arcas de la Unión Europea. «A ver si llega ese dinero, que hablan mucho y luego aquí no se ve nada de nada», avisa Mustaffa.

Mohamed, 28 años, dos niños y otro más en camino, lleva tres años viviendo en una de las 60 caracolas. Antes vivía en una casa declarada en ruinas y ahora espera ser uno de los elegidos para mudarse a Loma Colmenar. Él también lo ha visto en las noticias pero no sabe si fiarse. «Llevan más de diez años metiendo gente aquí, cada tres años familias distintas, aunque hay gente que lleva aquí más de seis años», asegura.

Caracolas caducadas

«Las casas se están pudriendo, se caen los peldaños de las escaleras», dice Mohamed señalando un escalón desgajado del resto. «Las casas tienen cinco años de caducidad y ya van para diez», dice mientras invita al reportero a entrar en su vivienda. A primera vista parece una casa normal. Las fotos de la boda, un sofá vigilando la televisión. Sólo al caminar se es consciente de estar suspendido en el aire sobre una chapa. «El suelo es de aglomerado, igual que el techo, y con la lluvia se pudre, pero lo peor son las cucarachas y las ratas», lamenta aseguranque que es imposible luchar contra los insectos, «da igual todo lo que limpies», y que se siente a los roedores pulular entre los huecos que separan las casas prefabricadas del primer y segundo piso. Mohamed ha hecho lo que ha podido con su 'casa'. «La pinté y la he arreglado algo, pero se nos pudren, hace poco han venido a hacer algún apaño», dice señalando una chapa que asegura la sujeción entre los módulos apilados.

A la espera

«Nos han dicho que nos quedan unos meses, a ver si es verdad», se pregunta Nawal. «Hace mucho frío, los niños cogen un resfriado tras otro; y en verano es insufrible, tenemos que estar todo el día fuera».

Las sesenta familias que ahora viven en Las Caracolas han de hacerse cargo sólo del recibo de la luz y el agua. Y de la recogida de basura y el alcantarillado, aunque no tengan ninguno de estos dos servicios.

La mayoría cobran subsidios y casi todos están en el paro. «Estamos olvidados, somos los olvidados de los olvidados», dice Nawall con la ironía melancólica de quien se ha acostumbrado a vivir en una lata.

Fuera, la lluvia repiquetea en los tejados de chapa de una barriada olvidada más allá de la periferia de Ceuta.

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