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La muestra incluye obras en diversos formatos. / C. MORET
El último demiurgo
EXPOSICIÓN

El último demiurgo

ENRRIQUE CASTAÑOS ALÉS

Viernes, 30 de enero 2009, 04:08

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CUANDO se ve reunido en una misma exposición un amplio conjunto de obra de Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957), perteneciente a un dilatado arco cronológico, y, por ello mismo, realizado con las distintas técnicas con las que habitualmente trabaja el artista, como ocurre en esta ocasión, se tiene ante aquélla la sensación de hallarse ante el postrer demiurgo de los lenguajes visuales contemporáneos, si es que resulta lícito emplear el término «demiurgo» para referirse a un artista plástico posterior en el tiempo a Pablo Picasso.

En efecto, viendo la producción realizada o inspirada en sus prolongadas estancias en el África subsahariana por Miquel Barceló, experimenta el aficionado la profunda sensación de encontrarse ante lo más próximo, durante estos últimos decenios que conforman la postmodernidad y la también llamada época posthistórica, a lo que supuso en el campo del arte la creación picassiana.

Porque, al igual que ocurre con el Minotauro de Málaga, lo que provoca ante todo sorpresa y admiración contemplando la obra de Barceló es su misteriosa «facilidad», su extraordinaria capacidad para crear aparentando que lo hace desde la nada, tan sólo en contacto con lo primordial, con lo primigenio, que, como el demiurgo de algunos relatos míticos acerca de la creación del hombre, únicamente necesitase de ese contacto con la tierra, con el barro, en este caso con los pigmentos naturales, con los materiales que ofrece la naturaleza incontaminada, y, a partir de ahí, todo lo demás surgiese de manera natural, como consecuencia de una correspondencia secreta entre el artista y los arcanos del mundo.

Un ser sorprendido

Barceló, en este y en más de un sentido, es un descendiente por línea directa del mago-sacerdote que pintó hace miles de años en el interior de Altamira, pues su obra, por encima de refinamientos intelectuales, por encima de complicados simbolismos propios de esas épocas de crisis y de decadencia que son los manierismos, es una obra inmediata, virginal, telúrica, primigenia, la obra de un ser que se sorprende todos los días ante el espectáculo de la vida y la presencia del mundo.

Pero aquel carácter demiúrgico de su obra se subraya especialmente a través de las diferentes técnicas que emplea, como si todos los materiales le fuesen dóciles, desde el dibujo y la acuarela, desde la témpera y el óleo, hasta la cerámica, el barro, el bronce o la estampa. Sus propios temas, bien sean naturalezas muertas, o barcas llenas de cabras y de hombres, o mujeres lavando la ropa en la orilla de un río, son temas profundamente vinculados al mundo de la naturaleza, alejados de la sofisticación hiperintelectualizada de la sensibilidad manierista o de la plúmbea y banal retórica de los artistas postestructuralistas, tan artificialmente contaminados de las indigeribles corrientes de pensamiento postmodernas francesas.

Hay en Barceló, sin embargo, un contacto con la naturaleza menos cerebral que en Picasso, y ése es el aspecto de su obra que lo une al Expresionismo, a los nuevos salvajes alemanes, es decir, al mundo también de lo subjetivo, y, por lo tanto, al Romanticismo, a un neorromanticismo mestizo.

La obra africana de Barceló desde 1992 hasta la actualidad es la de alguien que nos habla desde el raro y difícil entendimiento, desde la íntima complicidad con la constante regeneración de los seres, desde la intuición de comprender el devenir del mundo.

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