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Medicina, punto y coma

ISIDRO PRAT

Sábado, 24 de enero 2009, 03:35

SYLVIE Prioul dice que el punto y coma está desapareciendo como los osos en Europa y Amando de Miguel cree que está en vías de extinción por simple desconocimiento de su uso. Los académicos de la lengua han iniciado una cruzada en defensa del frágil punto y coma, pero saben que la batalla acaba de comenzar y el éxito parece incierto. Como todos los signos intermedios que no son ni una cosa ni otra, su elección es subjetiva y, por tanto, no es tarea fácil.

Para escribir oraciones largas se necesita una buena dosis narrativa del escritor y atención por parte del lector; esa es su grandeza y su dificultad. En cambio, las frases breves, al estilo anglosajón, son más ágiles y directas, reflejan la modernidad y rapidez propias del estilo periodístico. Los franceses ven, detrás del acoso y derribo de su point-virgule, a la omnipresente lengua de Shakespeare que, con su brevedad y su escritura expeditiva, pretende colonizar nuestro lenguaje. Pero el idioma no siempre necesita de una ojeada fácil y asequible, a veces apetece una lectura sosegada y placentera con la que poder disfrutar sin prisas del escrito. Al punto y coma, por su incertidumbre, muchos escritores le tienen miedo

El ajetreo diario parece no entender de subjetividades, Se simplifica en blanco o negro obviando todos los matices. Probablemente, a Amadeus Mozart tampoco le resultaría fácil decidir entre utilizar una fusa o una semifusa, pero de ese detalle, aparentemente insignificante, depende que la melodía sea correcta y su música se eleve a la categoría de arte. Hoy, los jóvenes, más preocupados por la economía lingüística que por su formación académica, en sus escritos se comen vocales y sílabas sin el menor sonrojo. Tanto atropello a nuestras reglas gramaticales, acaba por hacerlos ignorantes o , peor aun, por pasar de la gramática. En esa tesitura, no me extraña que consideren obsoleta la asignatura de lengua y literatura, ni que acabemos regalando titulaciones de la ESO a chavales que no saben leer ni escribir como asegura Ignacio García-Valiño. Hay que recuperar el verdadero valor de la sutileza, del detalle y de la perfección. No da lo mismo escribir correctamente que mordisquear las frases en aras de la moda imperante, ni servir un buen vino en copa de cristal o en vaso de plástico aunque se beba igual. Se va a lo cómodo y se reflexiona poco; eso lleva a tener carencias lingüísticas importantes que se arrastrarán de por vida.

El término medicina basada en la evidencia se acuñó para que, a la luz de la información científica disponible, se pudieran tomar las decisiones más acertadas en cada paciente. Los médicos necesitan actualizarse constantemente, pero con más de cien mil ensayos clínicos publicados al año, apenas pueden llegar a estudiar una pequeña parte de ellos.

Los centros sanitarios, establecen pautas y protocolos para sus facultativos. Algunos pretenden que todo esté escrito, o al menos en una buena parte, para que el médico ya no tenga que pensar, ni razonar, ni contrastar sus opiniones; se aplica el protocolo vigente y ya está. Pero el ejercicio de la medicina basada en estadísticas, evidencias y reglas puede acabar siendo pura burocracia y confundiendo la enfermedad con el enfermo. Desean reducir la disparidad de criterios de sus médicos aplicando protocolos impersonales y, de paso, llenarse de argumentos ante las posibles reclamaciones de los enfermos; una forma de medicina defensiva. No nos engañemos, el médico siempre tiene y tendrá que tomar decisiones de resultado incierto y resolver problemas para los que no existen evidencias científicas. Siempre habrá una parte de la práctica que no se podrá enseñar en la facultad y que diferencia a unos médicos de otros. Son esas cualidades que distinguen los buenos de los que no lo son tanto. La profesionalidad y la vocación se les supone, pero no se trata de eso sino de algo intangible, mezcla de experiencia, intuición, sentido común y prudencia, eso sí, siempre avalado por una base científica sólida.

La medicina basada en la evidencia llegó para quedarse, al menos hasta que otra propuesta más eficiente la sustituya. Es atractiva para los responsables sanitarios porque da uniformidad reduce costes y controla el trabajo. Además, es útil, ahorra esfuerzos y, muchas veces, ayuda a tomar decisiones en el laberinto de los conocimientos científicos, pero no deberíamos asumir ciegamente sus postulados porque cada enfermo presenta una clínica única, personal y exclusiva de su enfermedad.

El ejercicio de la medicina debe ser científico y basarse en hechos y pruebas, pero sin obviar su carácter humanístico. Osler, decía que la buena medicina siempre mezclará el arte de la incertidumbre con la ciencia de la probabilidad, y no le falta razón. En este manejo, se distinguen a aquellos profesionales capaces de dar las respuestas más adecuadas a los problemas más complejos; olvidarse de los matices puede llevar a graves errores. El médico debe tomar decisiones, responsabilizarse, asumir riesgos y decidir con el paciente. La información disponible siempre será insuficiente, incluso a veces contradictoria porque, en medicina, los modelos matemáticos no sirven y la verdad absoluta no existe. Las matemáticas no son aplicables ni en la medicina ni en el uso del punto y coma. Así es la vida y así es nuestro trabajo.

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