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James Bond volvió a las carteleras de la mano de Daniel Craig y la nueva entrega de la saga, 'Quantum of Solace'./ SUSIE ALLNUTT
2008: Una odisea global
CULTURA Y ESPECTÁCULOS

2008: Una odisea global

Otro Batman, otro Indiana Jones y otro Bond. El cine cierra un año marcado por la explotación reiterada de los mismos estereotipos. Pocos títulos destacan, entre ellos, muchos europeos

JUAN FRANCISCO FERRÉ

Sábado, 3 de enero 2009, 02:45

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No nos engañemos, el único beneficio a extraer de la crisis económica mundial, con la que el sistema se está ajustando a las demandas aún más exigentes de la supereconomía del siglo veintiuno, es el de poder sentir al fin, en plena necrosis, las redes instituidas de la globalización. Antes incluso de saberlas totalmente incorporadas al sistema, ya las vemos colapsadas y a punto de (imprevista) metamorfosis. En este contexto, a nadie debería sorprenderle que los videojuegos se hayan convertido en la principal industria del entretenimiento. Hasta hay teóricos que nos advierten de que una de las finalidades de dichos dispositivos es la de poner a prueba la adaptación de los seres humanos a las reglas cada vez más competitivas del sistema económico. Veremos si lo consiguen.

Entretanto, el cine y la televisión, las dos grandes máquinas de fabricación de ficciones en formato más tradicional, hacen lo que pueden por sobrevivir en un mundo que ya no parece necesitar tanto historias consumidas de manera pasiva como experiencias intensas de interacción y participación. No obstante, como en todo, siempre hay unos pocos que se adelantan y saben enfrentarse a los desafíos de su tiempo, y otros, los más acomodaticios, que siguen explotando los recursos acreditados como rentables.

Una industria mundial

El cine es ahora mundial, como la crisis, a pesar de que la presencia asiática casi ha desaparecido de una cartelera venida a menos. Partiendo de todas estas premisas, conviene tomar nota de lo que durante este año hemos podido ver o no (nadie está en condiciones de verlo todo) en las múltiples pantallas a nuestro alcance.

La fórmula multinacional está gastada, digan lo que digan la taquilla y las campañas publicitarias a su servicio. Sigue haciendo dinero y arrastrando espectadores a las salas, pero no puede producir mucha credibilidad una industria fundada en la explotación reiterada de los mismos estereotipos y convenciones. Otro Batman, otro James Bond, otro Indiana Jones. Basta ya, por favor. Hasta el austriaco Michael Haneke, uno de los grandes agitadores fílmicos de la conciencia europea, se ha burlado de las expectativas de Hollywood al conseguir que le financiaran, con estrellas oscarizadas, el 'remake' de 'Funny Games', servido como McMenú en todos los Multiplex del mundo para disgusto (profundo) de un público que no sabe ni quién es Haneke ni cómo diferenciar este producto perverso de la masa de subproductos con envoltorio psicopatológico que ha consumido hasta el hartazgo sin enterarse de sus efectos tóxicos.

Y es que la mayoría de las mejores películas americanas venían atrasadas de 2007: 'Pozos de ambición', 'No es país para viejos', 'Sweeney Todd', 'La noche es nuestra', 'Antes de que el diablo sepa que has muerto'. Algunas otras, por desgracia, siguen pendientes de estreno. Y poco más. De la cosecha de 2008, con todo, rescato tres muestras estupendas: 'Quemar después de leer', la chispeante comedia de los Coen que se consume en el recuerdo, como anuncia el autodestructivo título; 'Rebobine, por favor', de Michel Gondry, a pesar de su dudosa ideología comunitaria, supone un canto paradójico a la imaginación creativa y la complicidad del espectador con el poder inventivo de la máquina cinematográfica; y 'El incidente', el fantástico artefacto de Shyamalan, sobrecargado de guiños cinéfilos y bromas sardónicas, es, entre otras cosas, una lúgubre meditación sobre la pulsión de muerte inscrita en el sistema del espectáculo americano.

Valores propios

Ha sido un magnífico año de cine europeo. Me refiero, para empezar, a 'La cuestión humana', de Nicholas Klotz, una desconcertante parábola sobre los perversos reflejos de la ideología nazi de los campos de concentración en los modos de organización de la corporación capitalista contemporánea de visión obligatoria en todas las escuelas de economía del mundo y, como educación básica, en todas las escuelas sin más.

Olivier Assayas, para mí uno de los puntales del mejor cine transnacional, ha logrado estrenar este año dos películas muy distintas pero complementarias. 'Boarding Gate', un 'neothriller' fascinante sobre los entresijos afectivos del capitalismo global que logra trazar una cartografía personificada de las relaciones entre Europa, Asia y los Estados Unidos en clave de choque, inestabilidad y catástrofe, produciendo además una imagen crítica del gran mercado del mundo. Y 'Las horas del verano', más convencional en apariencia, donde Assayas evalúa el peso del pasado y la familia, las ideas de herencia, propiedad, tradición y decadencia, el malentendidogeneracional y la comedia humana de los vivos y los muertos, como las tres de la identidad individual y colectiva en la Europa actual.

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