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LA TRIBUNA

La droga: un camino hacia... ¿Dios?

JOSÉ ROSADO RUIZ

Sábado, 22 de noviembre 2008, 04:24

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LA sociedad actual es una estructura en que el estrés, con su rutinaria presencia, es generador de situaciones traumáticas que preparan el terreno para que las frustraciones, por logros y deseos sin conseguir, se conviertan en desencadenadoras de alteraciones que afectan de manera especial a las zonas interiores del ser humano: la 'película' se desarrolla de manera selectiva en el mundo de los pensamientos, de las ideas y de las emociones, causando diversas patologías psíquicas y físicas.

Las drogas aparecen como un remedio fácil y rápido para aliviar el sufrir humano. Desterrar preocupaciones, temores y miedos, y desencadenar estados gratificantes de conciencia son sus efectos más directos. Conseguido ese estado de 'felicidad', la vuelta a la normalidad después de pasado el periodo de su acción, siempre supone un esfuerzo que incluso se experimenta como pérdida de algún bien. Generalmente, en una primera etapa, el cerebro racional se impone al instintivo, y las obligaciones y responsabilidades hacen recuperar el ritmo laboral, social y familiar, pero perdura una cierta querencia o un recuerdo agradecido a la experiencia vivida, por lo que la repetición del consumo sólo necesitará la ocasión que, deseada y buscada de manera consciente o inconsciente, no deja de aparecer.

Pero llega un momento en que la sustancia se agota en sus propios efectos, y también el organismo pierde su capacidad de ser movilizado por ella: el sistema de recompensa cerebral es el que, bioquímicamente 'tocado', obstaculiza las sensaciones gratificantes, y la ausencia de emociones positivas dejan una oscuridad emocional y afectiva. La droga, de fábrica de ilusiones, se ha convertido en fábrica de fracasos: ha conseguido dejar al enfermo con un panorama interno desertizado. El vacío interno, la soledad y falta de alternativas para un cambio le hacen vivir en un intenso desconcierto: por 'dentro' no ve nada y por fuera encuentra marginación y rechazo a su persona. Desilusionado y cansado, no sabe qué hacer: es un navío sin timón. La ausencia de alegría, del sentido de humor y de motivaciones para vivir caracterizan esta etapa. La situación es límite. A pesar de todo desea vivir, pero ¿para qué?, ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿hacia dónde ir? Son torturadoras preguntas que le acompañan día y noche.

Con este panorama, por absoluta necesidad 'vital y visceral', más que por elaboración mental, inicia una búsqueda para intentar encontrar respuestas y empieza a bucear en sus espacios interiores, con el afán de encontrar razones para seguir viviendo, y se sorprende pidiendo auxilio a la esperanza. En este proceso de interiorización va hallando pistas y algunas contestaciones, aunque sean parciales. Lo que sucede es que pone en acto lo que tenía en potencia: los ilimitados recursos mentales del cerebro. Sus pensamientos se van aclarando, aunque siguen presentes muchas incógnitas, pero percibe que con el tiempo, las podrá despejar. Y en este escenario toma conciencia que es algo más que cuerpo y mente. Aparece como una luz de faro que ilumina sus pasos e intuye la existencia de 'más cosas'. Es una intuición que responde a un 'sello' con el que se encuentra marcado en el hondón de su ser, como todo ser humano, y que se identifica como una huella de algo superior a la mente y al cuerpo. Es un 'componente' que escapa a la razón y la lógica pues se sitúa por encima de ellas, que son sus simples potencias.

El descubrimiento de esa dimensión espiritual, anima a continuar con ardor la búsqueda de los 'porqués'. Seducido por lo descubierto, el progresivo encuentro con esas zonas íntimas le hace transformar su manera de ser y pensar. Todo puede seguir igual, pero cambia sustancialmente la interpretación de lo que le sucede: otra escala de valores empieza a dirigir su vida.

De manera paulatina encuentra 'signos' que le ofrecen sentido a su vida y transcendencia a su existencia. La recuperación de parte de su armonía interna le ayuda a una integración emocional y psíquica, y a pesar de los lastres de la herencia psicológica reciente, la 'cosa' parece que le va muy bien. Encuentra repliegues y tesoros en su corazón que permanecían escondidos. Empieza a saber hacia dónde quiere ir, por lo que todos los vientos le son favorables. Es un silencioso trabajo rico en resultados donde, al entrar en juego lo inefable, la razón deja el protagonismo al 'corazón', y la esperanza moviliza todas las potencialidades 'humanas y divinas' para despertar progresivamente a ese 'nuevo mundo', porque 'por creación' poseemos los elementos necesarios para desarrollar lo que de divino somos.

Al hacerse consciente de las anteriores realidades, y para no caer en lo absurdo, razona y argumenta que esos permanentes y persistentes deseos de trascendencia que se encuentran impresos en su interior, exactamente en ese espíritu en el que se identifica como ser único, irrepetible y con ansias de inmortalidad, deben tener 'soluciones' y las debe buscar precisamente en el autor que las grabó. Es entonces cuando, con 'claridad nublada', tiene el presentimiento, que en poco tiempo se transforma en convencimiento, que ese autor tiene 'existencia y presencia' y deposita toda su confianza en que Él será el que dará respuesta y plenitud a todas sus inquietudes.

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