Estocada al toro de Osborne
El temporal de viento destroza el emblemático astado que desde hace medio siglo vigila desde una loma el paisaje de Fuengirola
FRANCISCO JIMÉNEZ
Miércoles, 15 de octubre 2008, 14:09
El emblemático toro de Osborne que otea la ciudad de Fuengirola ha recibido una dura estocada. Tan fuerte como el temporal que durante los últimos ... días ha soplado en la provincia, y que se ha cobrado como víctima uno de los grandes iconos de la España cañí, del que quedan unos 90 en pie repartidos por toda la geografía nacional (en la provincia hay uno en Casabermeja y otro en Torre del Mar). Peor suerte ha tenido la figura situada en la zona de Torreblanca, que no ha podido resistir las embestidas del viento y ha quedado hecha añicos, conservándose sólo la parte trasera de la silueta, para desgracia de todos aquellos que lo consideran un símbolo cultural y artístico de los españoles. Pese a los reiterados intentos de la Consejería Cultura de la Junta de catalogarlo como parte del patrimonio histórico andaluz, lo cierto es que, a día de hoy, la única protección que reza sobre el astado es el indulto del Tribunal Supremo, que en diciembre de 1997 consideró que había superado su inicial sentido publicitario y se había integrado en el paisaje, por lo que «debe prevalecer, como causa que justifica su conservación, el interés estético o cultural, que la colectividad le ha atribuido». Fuente de inspiración Desde que allá por 1956 Manolo Prieto diseñara la silueta negra de un toro bravo como imagen de marca del Brandy Veterano hasta el día de hoy ha transcurrido medio siglo, un tiempo más que suficiente para convertirse en insignia de la publicidad patria y fuente de inspiración para artistas como Salvador Dalí, Javier Mariscal, Pedro Almodóvar o Bigas Luna. Incluso, Santiago Segura llegó a inmortalizar este toro de Fuengirola en su película 'Torrente 2: Misión Marbella'. Durante décadas, este icono comercial se ha sobrepuesto a numerosas banderillas en forma de normativa. La primera llegó en 1962 con una ley sobre publicidad en carreteras que establecía que, para evitar la distracción de los conductores, todos los carteles publicitarios debían estar a 125 metros de distancia de la calzada. Dicho y hecho, el toro se alejó, aunque como contrapartida aumentó su tamaño. Todo parecía ir bien hasta 1988, cuando otra ley prohibió todo tipo de publicidad en las autopistas. ¿La solución? La empresa retiró la rotulación publicitaria, manteniéndose la silueta negra. Poco duró la alegría, ya que en 1994, el Reglamento General de Carreteras contemplaba la retirada de todas las vallas. El toro estaba en peligro. Pronto se generó un debate nacional. Colectivos sociales, asociaciones culturales y personalidades de distintos ámbitos salieron en su ayuda. Un esfuerzo que, finalmente, dio resultado. En diciembre de 1997, el Supremo estimaba el recurso interpuesto por Osborne. La batalla legal estaba ganada. Lástima que, como la célebre frase de Felipe II, no se pueda luchar contra los elementos.
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