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GENTE Y TELEVISIÓN

Circus

JAVIER MARTÍN- DOMÍNGUEZ

Martes, 16 de septiembre 2008, 03:54

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ANTES de ser arrasado por el cine y la televisión, el circo era el mayor espectáculo del mundo por su capacidad de asombro y por atraer a una gran clientela. Equilibristas, trapecistas, hombres-bala conferían al espacio bajo la carpa un halo mítico en el que lo imposible se hacía cierto. Sin trampa ni cartón, el más difícil todavía dejaba absorta a una audiencia deseosa de emociones. Como tantos otros elementos de la cultura temporal, el circo en vivo se fue quedando sin público atrapado primero por el celuloide y luego por la televisión, con versiones mucho más tramposas sobre lo sorprendente. Ha ido languideciendo ante competencia tan monumental. Aquel sueño ambulante de la caravana de carromatos en busca de un espacio amplio para levantar la carpa se ha dado de bruces contra el mundo virtual de las nuevas tecnologías del entretenimiento. El circo era un mundo en sí mismo, en el que generaciones distintas iban trasmitiendo de padres a hijos las claves de los números de sensación que dejarían boquiabierta a la clientela. Los niños se educaban temporalmente en la escuela de la ciudad de turno. Los trabajos se repartían entre todos, con la trapecista haciendo comidas y el domador dando mazados para asegurar las lonas. Una trastienda en la que la vida enseñaba los dientes de la dureza, para luego dar al público la mejor sonrisa.

He vivido por dentro el circo familiar de los Raluy, que ya animó la posguerra con las ocurrencias del padre fundador, creador de números especiales como el triple salto mortal en automóvil o el doble cañón por el que salían disparados a la red él y su señora.

Luis, Carlos, Francis Raluy y su tropa ambulante siguen cautivando audiencias cada vez más reducidas. Pero están convencidos de que un arte milenario no caduca. Le dan la razón el atractivo renovado de la apuesta del Cirque du Soleil, el nuevo espacio sólido del Circo Price en Madrid y, ahora, la vuelta del circo a la televisión. Creo que el tubo, tan saturado de bromas pesadas, artificios ya vistos y enredado en la competencia feroz de formatos, busca a la hora de convertir el circo en concurso de talentos un poco de magia, de aire fresco, de verdad entre tanta trampa tecnológica. Viva el circo, aunque sea en televisión.

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