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DESPEDIDA. Las puertas del recinto se cerraron definitivamente en julio y la bolera pasará a convertirse en los próximos meses en un bloque de pisos. / M. J.
Montemar tira el último bolo
MÁLAGA

Montemar tira el último bolo

La bolera pionera de Andalucía, la sala Bowling de Torremolinos, cierra sus puertas tras casi treinta años de andadura en el mundo del ocio en la Costa del Sol

MARI CARMEN JAIME

Lunes, 15 de septiembre 2008, 03:33

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La Costa del Sol alberga ya pocos locales con historia. Cada vez menos. Uno de esos lugares con solera se acaba de despedir para siempre. El Bowling Montemar de Torremolinos cerró sus puertas en julio. La bolera, una de las primeras en instalarse en Andalucía, ha visto crecer, divertirse y hasta enamorarse a varias generaciones de malagueños desde que abriese sus puertas a principios de la década de los 80.

Miles de jóvenes 'carrozas' han aprendido en este enclave el arte de los bolos, han celebrado cumpleaños e incluso han conocido a sus parejas. El brillo de sus pistas sólo era comparable a la calidad de los trabajadores que llegaron a convertirse, durante los casi 30 años que se mantuvo abierta, en una gran familia que mimaba a los vecinos y turistas que acudían a jugar cada tarde.

Hasta tal punto fue influyente que, según recuerda Carlos Moya, director de las instalaciones desde su apertura hasta los últimos días, «muchos turistas de Finlandia, Holanda y Alemania organizaban sus viajes en función de las fechas en las que se celebraban en la bolera las competiciones más importantes».

Abierto todos los días del año, el Bowling solía abarrotarse los sábados y domingos. Su clientela también crecía en verano o durante las vacaciones de Navidad, cuando los quinceañeros acudían a pasar la tarde entre partida y partida. En Montemar, trabajadores y clientela se volcaron en un negocio que ha llegado a convertirse en el hogar de ambos.

Rincones

Zonas recreativas, pistas de bolos y restaurante que ya no abrirán más. Rincones emblemáticos para Antonio Gago, camarero durante 22 años en el negocio, que recuerda con cariño las veces que el ex jugador de fútbol Darío Silva acudía a algunos de los campeonatos que se celebraban en sus pistas.

El negocio no ha podido resistir ante el avance del desarrollo urbanístico. En unos meses se convertirá en un edificio de viviendas y locales comerciales, quizá menos entrañables de lo que ha sido para muchos torremolinenses y malagueños el Bowling Montemar.

«La actividad diaria de la bolera iba más allá de la apertura de las puertas; se organizaban campeonatos, actividades para navidades y otras fechas importantes del año», reconoce Carlos Moya. Y es que darle vida propia a un recinto como este fue sólo cuestión de tiempo.

Los clientes se acostumbraron a participar en pequeños campeonatos que organizaban los propios directivos desde los año 80. «Hasta llegó a convertirse en el lugar de entrenamiento de tres clubes federados», recuerda Moya. «Incluso fue la sede de un torneo de España».

«El negocio había bajado mucho en los últimos meses, por la apertura de otras boleras nuevas en la Costa», reconocen los trabajadores que hasta hace dos meses se encargaban de mantener en perfecto estado las instalaciones. Por fortuna para Antonio Gago, él ya tenía su hipoteca pagada, «pero hay miembros del personal que se enfrentan cada mes a muchos pagos y seguro que lo están pasando regular». La bolera era algo más que un recinto donde jugar a los recreativos. Era la vida de familias que después de muchos años se encuentran sin trabajo en mitad de una época de crisis.

Pese a que, desde hace casi dos años,«todos conocían el final del negocio por los rumores de compañeros, los ocho miembros de la plantilla del Bowling no dejaron de cuidar y mimar a los clientes ni un solo día, «la mayoría conocidos que se han llegado a convertir en buenos amigos», recuerda el ex trabajador.

«Claro de luna»

De todos los días especiales que se han vivido entre las paredes de Montemar, las competiciones que conmemoraban el aniversario de la apertura serán seguramente los momentos más añorados por los aficionados a este deporte. Se celebraban cada año entre marzo y abril.

También eran muy especiales las 'noches de claro de luna'. «Se organizaban partidas por parejas, celebrando el día de los enamorados», apunta Moya. La magia de este lugar irrepetible aún sigue despertando miradas nostálgicas de quienes a día de hoy pasan en algún momento delante de sus instalaciones. En las puertas que cruzaron tantas veces en su juventud, aparece ahora un gran candado de hierro que se empeña en guardar los recuerdos que se forjaron entre el parqué de las pistas y los sofás de la cafetería.

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