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REGRESO. Daniel Craig se introduce de nuevo en la piel del agente 007 en la película número 22 de la saga Bond, que se estrenará en España el próximo mes de noviembre. / SUR
El hombre que puso nombre al agente 007
ANIVERSARIO. Ian Fleming

El hombre que puso nombre al agente 007

Espía británico, brillante escritor y bebedor empedernido, el padre de James Bond dio forma a todo un mito del cine

JUAN ANTONIO VIGAR

Viernes, 23 de mayo 2008, 03:10

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LA elegancia no se adquiere, simplemente se posee. No depende de modas ni modales, sino de gestos y actitudes. Es una virtud que transforma la naturalidad en estilo y el pequeño detalle en algo esencial, y que, lejos de cualquier afectación y vanidad, confiere a quien la posee la cualidad de observar el mundo sin apenas mirarlo y de transformar el más leve ademán en un preciso mandato. Y si además, antes del primer sorbo de un exigente 'dry martini', nuestro hombre pide educadamente al camarero: «Stirred, not shaken, please» («Mezclado, no agitado, por favor»), sin duda habrá completado el decálogo del auténtico caballero con alma de cínico truhán.

La cuenta atrás en el reloj de la bomba ideada para destruir el mundo siempre acababa, casi por puro milagro, en el número de la suerte: el de James Bond, el agente perteneciente al Servicio Secreto de su Majestad con licencia para amar y matar. Este fue siempre el final predecible de muchas de sus primeras películas. Filmes que comenzaron a inicios de los años sesenta cuando el personaje de Bond hizo afirmación de su defensa de la ley y el orden frente al avieso y negativo doctor No. Ello, por supuesto, sin apartar su mirada de Ursula Andress: una sirena que emergía de las aguas con un bikini de impresión, reduciendo hasta mínimos apasionantes la superficie hasta entonces oculta del cuerpo femenino.

Aquel enorme éxito de taquilla que supuso 'Agente 007 contra el doctor No', dirigida por Terence Young en 1962, tuvo sin embargo una génesis relativamente complicada. Fundamentalmente, porque el autor de la novela en la que se basaba su argumento, Ian Fleming, puso mil objeciones para que el actor Sean Connery interpretara a su personaje más personal: un tipo nacido, no en vano, de las experiencias vividas por el escritor mientras prestaba servicios de espionaje en la Inteligencia Naval británica durante la Segunda Guerra Mundial.

Aunque presumiblemente inspirado en la vida del espía Sidney Reilly, se cuenta que Fleming modeló a su personaje con los rasgos del serbio Dusko Popov, un agente doble, apodado 'Tricycle', conocido por sus aventuras amorosas con famosas actrices en lujosos hoteles, exquisitos restaurantes y ruidosos casinos. Un refinado 'bon vivant' que alternaba el espionaje con la mirada indiscreta y la pura seducción. Siendo éste pues el origen de Bond, no resulta extraño que Fleming se negara en rotundo a que su personaje fuera interpretado en la pantalla por alguien, a su juicio, tan poco refinado como Connery.

Afortunadamente, su negativa no fue admitida por los productores del filme y propietarios de los derechos de sus novelas para el cine, los irreductibles Albert R. Broccoli y Harry Saltzman. Tan sólo después del visionado de la película y tras consumir su botella diaria de ginebra, Fleming reconoció su error y el indudable carisma del joven Connery. Una anécdota que pone de manifiesto el carácter y actitudes del padre literario de James Bond: un oficial y caballero de costumbres incorrectas llamado Ian Fleming.

Cien años después

Nacido en Londres, en el barrio de Mayfair, el 28 de mayo de 1908 -en apenas unos días se cumplirá, por tanto, el primer centenario de su nacimiento-, Ian Lancaster Fleming pertenecía a una familia adinerada e influyente, lo que le permitió estudiar en prestigiosos colegios como Eton y la Real Academia Militar de Sandhurst. Tras realizar diversas tareas en el continente, en Austria y Alemania, comenzó a trabajar como periodista en la agencia de noticias Reuters, donde se ganó el aprecio de sus jefes al cubrir una pantomima de juicio realizado en Rusia contra varios soldados ingleses acusados de espionaje.

Tras esta etapa, Fleming pasó a la empresa bancaria familiar, que tuvo que abandonar cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y fue reclutado por la Inteligencia Naval británica. En ésta, gracias a sus dotes innatas para el espionaje y su gran dedicación al trabajo, ascendió con rapidez hasta alcanzar el rango de comandante. Durante esta época ideó la 'Operación Ruthless', un plan finalmente desechado para hacerse con la máquina codificadora Enigma, utilizada por la armada nazi para sus comunicaciones. También colaboró durante aquel tiempo con la OSS norteamericana (Office of Strategic Services), precedente de la CIA, donde realizó tareas de asesoramiento y formación.

Concluida la guerra, Fleming se retiró a la isla de Jamaica donde construyó una casa que denominó 'Goldeneye' (Ojo dorado): nombre de una especie de ánade -como símbolo de su gran afición por la ornitología y la observación de las aves- que, pasados los años, en 1995, también serviría de título para una de las películas de James Bond. Precisamente en su dorado retiro jamaicano fue donde Fleming comenzó a escribir con dedicación plena y donde daría desarrollo a su personaje más famoso: 007, el agente secreto al servicio de su Majestad.

La primera novela en la que éste apareció fue 'Casino Royale', escrita en 1953; a la que sucederían once novelas y nueve relatos hasta concluir en 1964 con 'Sólo se vive dos veces'. Ello al margen de la polémica surgida sobre la autoría real de 'El hombre de la pistola de oro' que, publicada tras su fallecimiento, se especula fue concluida por otro escritor a instancias de la editorial.

Títulos escritos en la década de los cincuenta como 'Vive y deja morir', 'Moonraker', 'Diamantes para la eternidad', 'Desde Rusia con amor', 'Dr. No' y 'Goldfinger', junto al libro de relatos 'Sólo para tus ojos' y las novelas 'Operación Trueno', 'El espía que me amó' y 'Al servicio secreto de su Majestad', publicadas éstas en los años sesenta, componen una galería de historias inolvidables que el cine supo transformar en hitos del mejor y mayor entretenimiento, en argumentos y acción para algunos intérpretes que tuvieron la enorme fortuna de que, en la ruleta de la vida, les tocara encarnar a este personaje sin fisuras: elegante, inteligente, cínico y, a ratos, maquiavélico, pero siempre dispuesto a alcanzar la justicia persiguiendo toda maldad.

Tras el éxito de su personaje y sus novelas, Fleming dedicó el resto de su vida a escribir y viajar por el mundo, mientras descuidaba su salud con hábitos de vida poco recomendables. Se cuenta que, próximo a cumplir los cuarenta años y en un examen médico al que acudió a causa de un fuerte dolor en el pecho, le confesó al doctor que consumía cada día una botella de ginebra acompañada de tres paquetes de cigarrillos. Como consecuencia de estas costumbres tan poco saludables sufrió en 1961 un infarto severo de miocardio que, agravado por otra serie de dolencias, incluidas una severa infección pulmonar y una pleuresía, terminaron debilitando del todo su ya precaria salud. Finalmente y como consecuencia de un colapso orgánico generalizado, Ian Fleming falleció el 12 de agosto de 1964, con apenas 56 años de edad, a la mañana siguiente del duodécimo cumpleaños de su único hijo, Casper, nacido de su también único matrimonio con Anne Geraldine Charteris. Un tipo que, siguiendo la senda de su padre, fallecería dramáticamente en 1975, en Jamaica, a causa de una sobredosis de drogas cuando apenas contaba veintitrés años de edad. Triste epílogo que cierra la biografía de este brillante escritor, hábil conversador, preciso estratega, bebedor empedernido y adinerado vividor, cuya imagen y cínica sonrisa siempre quedaban ocultas en las fotografías por el humo de su sempiterno cigarrillo, fumado con boquilla y sostenido con deleite entre los dedos de su firme mano de escritor.

Mi nombre es Bond

Este popular agente secreto, de virtudes públicas y vicios privados, ha significado para el cine la elegancia en el ser, el estilo en el hacer y el éxito como único destino admisible, todo ello a pesar de la galería de eficientes villanos que se le han ido enfrentando sin fortuna en cada nueva aventura. Rodeado siempre de bellísimas y exóticas mujeres, Bond ha prodigado hacia ellas más dulzura que autoridad, más admiración que machismo y, por encima de cualquier otra consideración, un acentuado respeto como oponentes y/o amantes.

Dueño de mil y un trucos de refinado prestidigitador, Bond ha puesto siempre en práctica las enseñanzas del buen 'Q', incasable inventor de mil 'gadgets' y decenas de precisos mecanismos de relojería. Firme en sus ideas y valores, ha obedecido desde su discreta rebeldía las directrices de 'M', inicial tras la que se han ido ocultando sus sucesivos jefes en el Servicio de Inteligencia británico. Todo ello, por supuesto, tras aceptar sumiso los callados reproches de Moneypenny, la secretaria eternamente prendida de un amor tan efímero. Y fuera como fuera, tras esquivar peligros, saltar al vacío y llenar de acción cada minuto de sus aventuras, lo descubríamos finalmente perdido en el paraíso de una soledad compartida, siempre entre los brazos de aquella que, siendo antes su peor enemiga, mostraba ahora el ansioso deseo de ser su mejor amiga.

De los diversos rostros que encarnaron a Bond en el cine, sin duda, el más recordado es Sean Connery, quien protagonizó las primeras películas del personaje entre 1962, con '007 contra el doctor No', y 1971, con 'Diamantes para la eternidad'; sin olvidar su lamentable regreso en 1983, ya crepuscular y cansado, en 'Nunca digas nunca jamás'. Curiosamente, aún en la etapa Connery, se filmó en el año 1969 la película '007 al servicio secreto de su Majestad', un producto de escasísima calidad protagonizado por el inexpresivo actor George Lazenby, cuyo fracaso comercial obligó a los productores a contratar de nuevo al gran actor escocés, aunque su regreso fuera muy fugaz y su retiro del personaje se prolongara hasta doce años después, cuando tristemente no supo decir «¿nunca jamás!», dañando con ello la imagen de su mejor época.

Sin embargo, James Bond encontró pronto a otro actor tan distinguido como él: Roger Moore -muy popular en la televisión gracias a su papel en la serie 'El santo'-, quien lo interpretaría en seis filmes, desde 'Vive y deja morir', realizado en 1973, hasta 'Octopussy', del año 1983. Ya en plena banalización del personaje, el discreto actor Timothy Dalton lo encarnó en 1987 en la película '007, Alta tensión', cediendo rápidamente su sitio a Pierce Brosnan, quien en el periodo 1995-2002 interpretó en cuatro ocasiones al agente secreto con licencia para matar: en 'GoldenEye', 'El mañana nunca muere', 'El mundo nunca es suficiente' y 'Muere otro día', haciéndolo siempre con máximo aplomo y distinción.

Nueva imagen

Al margen de otros filmes menores e ínfimas réplicas de estos grandes actores, en los últimos años y con el ánimo de ofrecer una nueva imagen de Bond mucho más tosca y musculosa -intentando atraer así a un público de aluvión y palomitas, siempre más cercano al exceso que al estilo-, se contrató en el año 2006 al actor Daniel Craig para encarnarlo en las aventuras de aquella primera novela del personaje escrita por Ian Fleming a principios de los años cincuenta, 'Casino Royale'. Ahora, tras el éxito de esta propuesta, en breve nos llegará la entrega número 22 de la saga Bond, que lleva por título 'Quantum of Solace'. De nuevo con Craig como protagonista y bajo dirección de Marc Forster, la película se estrenará en España el 7 de noviembre de 2008, con el aliciente añadido de la repetición de la actriz Judi Dench en el papel de 'M', la atribulada jefa de tan indisciplinado empleado.

Como su personaje, Ian Fleming también fue protagonista de algunos filmes; en este caso, biográficos y documentales, aunque en todos ellos se le uniría inevitablemente a la figura de Bond, olvidando así el resto de su amena producción literaria, entre la que destaca el relato infantil 'Chitty Chitty Bang Bang', también llevado al cine en 1968. Sin embargo, esta unión pareció compensarle en vida al granjearle fama y dinero, además de la alta consideración de ser el padre de uno de los mitos más populares del cine, de un agente secreto cuyo nombre, curiosamente, Fleming tomó prestado de una persona real: un prestigioso ornitólogo de Filadelfia, autor de sesudos tratados sobre esta materia. Siendo tan irónico como en su día lo fuera este elegante escritor cuyo centenario celebramos ahora, me atrevo a concluir este artículo diciendo que «quizás por esta razón, James Bond haya sido siempre un pájaro de cuidado».

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