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DESOLADA. María Victoria Campos (40 años), ayer, tras leer un comunicado a los medios. / CARLOS MORET
María Victoria Campos: «Teníamos planes para las vacaciones, pero ya no los podemos cumplir»
ENTREVISTA EXCLUSIVA. VIUDA DEL GUARDIA CIVIL ASESINADO

María Victoria Campos: «Teníamos planes para las vacaciones, pero ya no los podemos cumplir»

«Siento rabia, impotencia y dolor, pero también mucha fuerza; mi marido no se lo merecía, era una persona maravillosa» «Una voz al teléfono me preguntó: ¿Es usted la mujer de Juan Manuel? El corazón se me puso en un puño», dice

JUAN CANO

Sábado, 17 de mayo 2008, 21:01

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Su mirada es clara. En ella se pueden ver con nitidez los sentimientos que se mezclan en su interior. Es una mirada que se vuelve emocionada y tierna cuando recuerda a su marido, los sueños rotos, el futuro truncado por una mano asesina. Pero sus ojos se vuelven de un negro más profundo cuando se le pregunta por los culpables. Ahora transmiten fuerza, la fuerza que le ha dado su pueblo. María Victoria, la viuda del guardia civil Juan Manuel Piñuel, asesinado por ETA en el atentado del miércoles en Legutiano, saca fuerzas de flaqueza para hablar de lo ocurrido.

¿Qué sentimiento le queda tras lo ocurrido?

Rabia, impotencia y dolor. Pero, por otra parte, la gente, con todo lo que ha pasado, me ha transmitido mucha fuerza. Él no se lo merecía. Era una persona maravillosa.

Ha recibido muchas muestras de cariño estos días. ¿Ha podido sentir el calor de la gente?

Sí. Ha sido inmenso. No tengo palabras para describirlo, ni nada de lo que pueda quejarme. Le doy un diez a todos. He sentido la fuerza y la dignidad de la gente. Otras personas -se refiere a la asociación de víctimas- que pasaron antes que yo por esto han venido a darme su apoyo, aunque eso supone que hayan tenido que revivir todo lo que les ocurrió antes. Eso es digno de alabanza. También me sentí muy arropada por el pueblo vasco. La gente aplaudía por donde íbamos pasando, transmitiéndome toda su fuerza. Lo hacían de verdad. Pero, sobre todo, he sentido el calor del ministro Alfredo Pérez Rubalcaba, que no se separó de mí ni un momento, así como Teo, Luis y el capitán Antonio. Tuvieron la facultad de hacerme sentir como si fueran mis padres, por su bondad y su serenidad. Eso no se interpreta. He sentido un respeto grandísimo durante los funerales. Me pidieron permiso para que accedieran las cámaras, porque iban a imponerle la medalla al mérito de la Guardia Civil, y hasta tuvieron la delicadeza de no utilizar los flashes.

¿Y de sus compañeros?

También. Vinieron amigos que habían estado con él hace cinco años, otro que estaba destinado en Asturias... Los compañeros vinieron expresamente desde Valencia para llevar el cuerpo de su amigo.

¿Qué les diría a los autores del atentado?

Que no se van a salir con la suya. No lo van a conseguir. Son unos cobardes que no dan la cara, una minoría muy pequeña. Nosotros somos más que ellos, y su pueblo tiene la fuerza suficiente como para repudiarles. Poco a poco, van a librarse del miedo para que todo el mundo les vea tal y como son, un pueblo digno. Me ha sorprendido mucho la dignidad y la fuerza de la gente allí.

¿Y qué les diría sobre lo que le han hecho a su familia?

Nada. No se van a congratular con mi dolor.

Usted no quería que aceptara el destino del norte. ¿Qué piensa ahora?

Yo no repudio al pueblo vasco. Al contrario. Ha sido alucinante. La gente desde la calle me gritaba «fuerza, mujer». No es justo que, por culpa de unos cuantos, se ensucie la limpieza de un país. Son gente digna, sincera. No tengo nada que decir contra ellos.

Pero, ¿por qué no quería usted que se marchara al norte? ¿Un presagio, tal vez?

Yo tenía un mal presentimiento. Siempre pensé que allí podía ocurrirle algo y que, si subía, a lo mejor nunca iba a volver, pero era la única forma de conseguir puntos para regresar a Málaga, al puesto que él quería, y decidió que lo mejor era ir al norte, porque en tres años y medio podía estar en su tierra, en el puesto que quería. Él decía que hacía diez años que no pasaba nada allí. Su sueño era que compráramos un piso en Málaga y que viviéramos los tres juntos. Él no tenía ilusión por ir, sino por volver.

Y cuando tomó la decisión, ¿qué le pareció el nuevo destino?

Estaba contento. Decía que aquello era muy tranquilo, un sitio precioso. Contaba que los mandos eran extraordinarios y los compañeros, excelentes.

Usted lo había acompañado siempre a todos los destinos...

Sí, a todos menos a este. Yo nunca le puse trabas sobre ninguno de sus destinos. Cuando mi hijo nació, nos trasladamos tres veces en un año. Nació en Málaga, luego nos fuimos a Alhama de Aragón y posteriormente a Valencia.

Supongo que el motivo fundamental de que no lo acompañara esta vez era su hijo, que tiene 6 años...

Pues sí. Yo no quise ir, sobre todo, por el niño. Teníamos que cambiarlo de colegio a mitad de curso. Estuvimos hablando para que, cuando le dieran las vacaciones al niño, me fuese allí un par de semanas, a ver qué tal estaba aquello, y si nos gustaba, podíamos matricularlo para el siguiente curso. Él iba a tener dos meses de vacaciones. Ya habíamos hecho planes, pero desgraciadamente no los vamos a poder cumplir. Se subió para venir a Málaga, y ya no volverá más...

Se despidieron ese mismo día. ¿Cómo fue?

Lo acompañé a la estación, porque cogía el tren a las doce y nos despedimos. Llegó a las ocho y media a Vitoria. A las nueve estaba en el cuartel y a las diez se incorporaba a su puesto.

¿Cómo recibió la noticia?

El teléfono sonó a las cinco menos veinte de la madrugada. Yo lo utilizo como despertador, así que pensé que ya eran las siete y media. Entonces, una voz muy seria me preguntó: «¿Es usted la mujer de Juan Manuel Piñuel?». Di un bote en la cama y el corazón se me puso en un puño...

¿Piensa usted que es justo que un guardia civil tenga que ir al norte, sin querer, para aspirar a un destino en su tierra, con su familia?

No, no es justo. Ya habíamos estado en Valencia, que tiene un alto índice de criminalidad. Él se exponía muchísimo en su profesión, en cualquier momento, cuando daba el alto a un vehículo, o lo que sea. Me decía: «Tranquila, que aquello no va a ser más peligroso que esto».

¿Tenía vocación militar o de guardia civil?

Él estaba enamorado de su profesión, pero también le gustaba el Ejército porque su padre fue militar (teniente coronel). Se le pasó la edad para entrar en la Aviación y accedió a la Guardia Civil justo en el límite, cuando tenía 29 años. Le gustaba mucho y se adaptaba muy bien en todos los destinos. Era un encanto. Allí donde iba, todos los compañeros lo querían, porque era muy bueno. Manolo era superinocente. Le gustaba ayudar a todo el mundo.

¿Cuándo se conocieron?

En agosto de 1996. Nos casamos en abril del 99, después de que aprobara las oposiciones. Nuestro hijo nació en septiembre de 2001.

Juan Manuel había vivido desde niño en la ciudad. ¿Se consideraba malagueño?

Sí, totalmente. Le gustaba la luz, el ambiente, el carácter de la gente. Tenía aquí a su familia -sus suegros, sus hermanas, sus cuñados- y los amigos de toda la vida, y por eso su ilusión era volver.

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